Algo es algo: Todos somos choclo

Por Juan Diego Santa Cruz, cronista gastronómico y fotógrafo

En estos días de verano es difícil no pensar en choclo. Sentado con buenos amigos frente a un pastel que tenía todo lo que debe tener uno que se precie: el pino, el pollo en presas, el huevo y las pastelera dulce pero no tanto, bien dorada por encima y cremosa por dentro, me cayó la teja que salvo la aceituna y la pasa, todo en el pastel de choclo es choclo.


El maíz fue un regalo de los dioses Aztecas. Luego de la creación del quinto sol, Quetzacoatl emprendió la búsqueda para ofrecérselo a los hombres. El dios, o muy posiblemente los hombres, domesticaron el choclo hace unos 9000 años en México o en la vecindad. Años más tarde, hace poco, específicamente el 4 de Noviembre de 1492, Cristóbal Colón desembarcó en Cuba. Al encontrarse con los indígenas de la isla, ellos le ofrecieron de inmediato sus más preciados cultivos: el tabaco y el choclo.

Al día siguiente, Colón escribió en su diario: “había una gran cantidad de tierra cultivada sembrada con una especie de poroto y una especie de grano que llaman mahiz, que tenía buen sabor horneado o seco y se convertía en harina”. Desde ese momento el choclo no paró de viajar y rápidamente llegó a Europa, Asia y África. Así se transformó en lo que es hoy: el principal cultivo del mundo. Más grande que el arroz y que el trigo.

A los europeos colonizadores, que hasta entonces solo conocían el sembrado al voleo, les llamó muchísimo la atención los enormes huertos dispuestos en montículos ordenados como tablero de ajedrez, que sin ayuda de animales atendían las mujeres del caribe. Diego Colón, quién se cree era el hermano de Cristóbal, o tal vez el hijo o quizá solo un pariente lejano, describe haber caminado 6 leguas (29 km) por un huerto de maíz sin haber alcanzado el final de la maravillosa plantación.

Hasta ahí todo iba bien, pero los europeos trajeron a sus bestias a América y los alimentaron con maíz. A los locales no les cayó nada de bien ver como las vacas se comían el regalo que los dioses habían hecho sólo para los hombres. Tal vez fue el inicio de todos los problemas entre conquistadores y conquistados.

Hoy el choclo es fundamental para fabricar miles de cosas incluyendo pastillas para el dolor de cabeza, comida de perro, gin y plásticos. También se lo seguimos dando en enormes cantidades a los pollos, chanchos y vacas. De alguna manera mucho de lo que comemos es choclo: la mantequilla, la leche, todas las carnes que no son pescado son choclo. Hasta nosotros somos choclo.

Para nosotros los americanos el maíz es la madre, la vida, pero no tanto para muchos europeos que lo desprecian. A los chilenos nos basta con mirar con atención a los porotos granados con pilco, con el choclo y el zapallo tiernos, y uno se remonta de un paraguazo a esos campos caribeños donde el maíz crecía alto, los porotos lo trepaban y el zapallo crecía entre los montículos para impedir que crecieran las malezas. Hoy los echamos juntos a la olla tal como hace miles de años, pero mejorados con el toque asiático de la albahaca.

En estos días de verano es difícil no pensar en choclo. Sentado con buenos amigos frente a un pastel que tenía todo lo que debe tener uno que se precie: el pino, el pollo en presas, el huevo y las pastelera dulce pero no tanto, bien dorada por encima y cremosa por dentro, me cayó la teja que salvo la aceituna y la pasa, todo en el pastel de choclo es choclo. El omnipresente maíz, el de la pastelera y las humas, si no es regalo de los dioses, debería serlo. Sin él, estamos fritos.

Claro, no todo es bueno cuando se trata de choclo, porque tal como la humanidad es admirable, el ser humano puede ser detestable, sobre todo el que se le ocurrió vender cabritas en el cine y detrás vino otro subnormal que le puso mantequilla encima. Ahí mismo a uno le viene lo azteca. Deberíamos hacer una ceremonia y ofrecerlos como sacrificio a Quetzacoatl. Mal que mal, lo mínimo es devolverle la mano a los dioses por el tremendo regalo, al menos con el cuerpo de un bípedo pasado a mantequilla y choclo. Algo es algo.

Receta para el domingo

Caviar Azteca: ensalada de porotos y choclo

  • Para 6

En estos días de calor mejor comer algo frío y no demasiado llenador. Este plato de choclo con porotos le cae bien al paladar americano y es fresco, rápido y fácil de preparar.

Ingredientes:

Para el aliño:

  • 1/3 taza de aceite de oliva

  • 1/4 taza de vinagre, de preferencia de vino tinto

  • 3 dientes de ajo picados finos

  • 1 cucharadita de azúcar

  • Sal y pimienta

Para la ensalada:

  • 3 tomates en cubos

  • 1/2 cebolla morada en cuadritos

  • 400 grs. de porotos granados ( frescos cocinados o en conserva)

  • 400 grs. de porotos negros

  • 200 grs. de choclo congelado cocinado

  • 1 semáforo de pimentón: 1/3 rojo, 1/3 verde y 1/3 amarillo en cubitos, o un pimentón entero picado

  • 1 ají verde en cubitos

  • 1/2 taza de cilantro picado

  • 1 cebollín picado ( lo blanco y lo verde)

Tortillas de maíz para acompañar

Haga el aliño mezclando en un bol grande el aceite, el vinagre, el ajo, el azúcar, media cucharadita de sal y media cucharadita de pimienta.

En el mismo bol, agregue los tomates, la cebolla, los porotos blancos y negros, el choclo, el pimentón, el ají y el cilantro. Mezcle bien y corrija la sal y la pimienta. Cúbralo con film plástico y refrigérelo por al menos dos horas.

Antes de servir agregue el cebollín y unas tortillas de maíz para acompañar. ¡A gozar!

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