Baricco sin vuelta. La mala memoria me lleva a incurrir en Abel, la nueva novela de Alessandro Baricco. Olvidé que había leído la anterior, La esposa joven, que no solo era mala. Era pésima. Esta es un poco mejor. Pero solo un poco. Se presenta como un “western filosófico”. No se pierdan. En rigor el western siempre es filosófico. Se diría que como género es una de las ramas de la filosofía moral. Pero aquí Baricco quiere hacerlo más filosófico todavía y cuenta la vida del joven sheriff Abel Crow, la pistola más rápida de Occidente, el hombre que piensa, habla, vive y sueña disparando, con citas de Aristóteles, Platón, Hume o San Agustín. ¿Funciona? Por cierto que no. Su relato es más tieso que un palo de escoba y tiene tanto humor como podría haberlo en un informe de Contraloría.
Parece, parece eso sí, que lo escribió con enormes aspiraciones alegóricas, puesto que de otro modo es difícil explicar la profusión de nombres bíblicos: Abel, David, Lilith, Hallelujah, Samuel…. Quizás ya haya alguien en la academia, de los que nunca faltan, discurriendo un paper para descifrar el sentido último de esta ficción. ¡Que le aproveche! El resto tendrá que quedarse con lo que resta: una novela mediocre, inflada como globo al límite, “significativa” en la peor y más apestosa de las acepciones. No todo, a lo mejor es desechable.
Alguna página se salva. Hay por ahí un discurso fúnebre de un pastor sobregirado que se sale del tedio. Sería todo, sin embargo. ¿Por qué un conferencista excepcional como Baricco, un ensayista también lúcido y perspicaz como él (Los bárbaros, Una cierta idea del mundo), es un novelista tan decepcionante, descontado ese exitoso librito que fue Seda y que -todo hay que decirlo- tampoco fue gran cosa? Bueno, porque son talentos diferentes. El que cree que las naranjas maduran al mismo tiempo de las frutillas nada sabe de las manzanas.
Clara y anodina. Se supone que es una ficción muy singular. Se supone que es divertida. Se supone también ingeniosa e incluso algo excéntrica. Es verdad: Clara y confusa (Anagrama, 2024), de la novelista chilena radicada en la Argentina Cynthia Rimsky puede ser todo eso. Pero, ¿tiene gracia? ¿Convence? ¿Emociona, indigna, provoca, hace pensar? La verdad es que no, no y no.
El libro ganó el Premio Herralde de Novela en conjunto con Los hechos de Key Biscayne, de Xita Rubert. Es el mismo premio que ganó Bolaño por Los detectives salvajes el 98. Lo que va de ayer a hoy. Clara y confusa está ambientada en una comunidad argentina de olor patagónico, donde un plomero, es decir un gasfíter, queda prendado de Clara, una artista conceptual que inicialmente parece aceptarlo pero que luego lo va desmereciendo con sucesivos límites y vetos.
No será gran cosa como historia de amor, pero podría ser. Ya más difícil de tragar es que los plomeros del pueblo sean un gremio muy poderoso. Que operen desde una sede en un edificio que tiene varios pisos. Que la entidad sea el mascaron de fachada de todo tipo de corruptelas. Y que la región celebre del día del pastelito en un festival de convocatoria multitudinaria… ¿Mucho? Sí, mucho. Puede haber un mataforón ahí atrás, pero prefiero no imaginármelo. El candor y la tontera tienen un límite y este libro lo traspasa infantilizando a sus lectores. Bueno, también los aburriéndolos su buen poco.
Grande Kundera. No es necesario leer novelas malas para reivindicar a un novelista realmente grande. El autor de La insoportable levedad del ser se defiende por sí mismo y el libro Milan Kundera, un retrato íntimo, de la periodista francesa Florence Noiville es casi un acontecimiento. Un acontecimiento porque la verdad es que Kundera dejó de dar entrevistas en los años 80, aborrecía a los periodista, bajó la cortina de su vida privada, se invisibilizó por décadas y llegó a sostener en algún momento que todos los libros debieran ser anónimos, porque solo de esa forma el mainstream y los críticos literarios iban a terminar con esa estupidez de conectar literalmente la vida de los escritores (sus padres, su juventud, su colegio, su mal cutis, sus amores, sus empleos, sus fracasos, sus manías y sus pulgas) con sus libros, con su mirada al mundo, con sus opiniones sobre la vida. Obviamente, era una exageración.
Este ensayo-perfil es grandioso. Rescata por de pronto el eje, la esencia, la puerta de entrada de Kundera a lo que es la novela. Eso que él llamaba el espíritu del humor, que desde el Quijote está en los orígenes del género. “El hombre piensa, Dios ríe” escribió en su ensayo El arte de la novela. “El arte inspirado por la risa de Dios es, por su propia esencia, no tributario, sino contradictorio, con las certezas ideológicas. A semejanza de Penélope, desteje por la noche lo que los teólogos, filósofos y sabios han tejido durante el día”. Kundera no creía en Dios, pero si en la acumulación aleatoria, casual, accidental, fortuita, irónica de los acontecimientos. Acumulación desde luego trágica. Pero también cómica. El hombre para él es un puro accidente. La historia, una farsa. Ubiquémonos: no somos más que eso. Y no seremos más que olvido.
El libro de Noiville es clarificador de varias cosas: de su concepción de la archinovela que cruza a la historia y al ensayo, de las condiciones en que Kundera tuvo que exiliarse en París, de los desencuentros que tuvo con Václav Havel, de las infamias que le colgaron por un supuesto colaboracionismo con la dictadura comunista en los años 50. También hay pasajes donde se reproducen las estupideces contenidas en la carpeta que el KGB checo reunía a través de los espías que le seguían los talones. Qué duda cabe: Kundera fue el gran novelista del siglo XX y este libro le hace justicia. La portada, eso sí, es muy fea. Y el verde que le pusieron como fondo, bueno, canallesco.
Abel. Alessandro Baricco. Anagrama, 2024. 170 págs.
Clara y confusa. Cynthia Rimsky. Anagrama, 2024, 166 págs,
Milan Kundera, un retrato íntimo. Florence Noiville. Tusquest, 2024, 294 págs.
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— Ex-Ante (@exantecl) December 7, 2024
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