Ley de 40 horas laborales: una lección política y una tarea pendiente. Por Juan José Obach

Director ejecutivo de Horizontal

Paradójicamente, el proyecto aprobado se parece más al de adaptabilidad laboral presentado durante el segundo gobierno de Sebastián Piñera, que al impulsado por la diputada Vallejo. Pero el gran ausente durante toda la tramitación de esta ley es una verdad incómoda, que nos cuesta mirar de frente: la paupérrima productividad laboral de nuestros trabajadores.


A esta altura nadie puede negar el anacrónico estado de nuestro Código Laboral ante los vertiginosos avances tecnológicos (automatización, inteligencia artificial, teletrabajo) y cambios demográficos y culturales (envejecimiento de la población, corresponsabilidad paternal), que atraviesan nuestra sociedad. En este contexto, el proyecto de 40 horas –despachado a ley la semana pasada– apunta al deseable objetivo de conciliar el trabajo con la vida personal. En lo positivo, fruto de los acuerdos políticos y técnicos alcanzados durante la tramitación, quedan una serie de disposiciones que otorgan flexibilidad a nuestra rígida legislación laboral. Como tarea pendiente queda hacernos cargo del elefante en la habitación: cómo mejorar la baja productividad de nuestros trabajadores.

Los cinco años de tramitación del proyecto que ingresó la entonces diputada Camila Vallejo para reducir la jornada laboral de 45 a 40 horas, sirvieron (y mucho). La gran diferencia está en la incorporación de una serie de disposiciones que otorgan mayor flexibilidad a la jornada. Ahí, donde el proyecto de la actual vocera de Gobierno solo contemplaba una reducción de la jornada en 5 horas, la ley despachada desde el Congreso también establece un sistema de turnos 4×3; normas específicas para algunos rubros y la creación de “bandas horarias” flexibles para padres y madres de menores de 12 años.

La mejora sustancial del proyecto fue posible gracias a los amplios acuerdos logrados durante su tramitación. Ya en agosto del año pasado, la ministra Jara sellaba un acuerdo con la CUT y la CPC para rebajar la jornada a 40 horas. Ojalá los extremos tomen nota del actuar de la ministra. Por la izquierda, que una dirigente comunista “clásica” haya asestado esta victoria es una lección para la nuevas generaciones octubristas que creen que las transformaciones sociales solo se logran dividiendo las clases sociales y acentuando los quiebres institucionales (“avanzar sin transar”). Por la derecha, la endémica tendencia a no liderar cambios sociales, la terminó situando como mera espectadora de un proyecto que perfectamente pudo haber sido impulsado por este sector. Paradójicamente, el proyecto aprobado se parece más al de adaptabilidad laboral presentado durante el segundo gobierno de Sebastián Piñera, que al impulsado por la diputada Vallejo. La lección política es clara: para avanzar se necesita pragmatismo y responsabilidad, no hay otro camino.

Las empresas tendrán un plazo razonable de cinco años (al 2028) para adaptar la jornada de sus trabajadores y así, adecuar procesos y atenuar potenciales efectos negativos en empleo y salarios (Passeron, 2002). Ahora, el promediar la jornada en cuatro semanas, parece ser una disposición en extremo restrictiva. Portugal, que en 1996 bajó su jornada de 44 a 40 horas, tomó como referencia cuatro meses. Francia, en 1998, permitió el cálculo en doce meses, con acuerdo entre las partes. Es importante monitorear de cerca este aspecto de la ley y evaluar un mayor grado de flexibilidad para el futuro. Otro aspecto a mirar con lupa es el artículo 22 (trabajadores exentos de cumplir jornada ordinaria de trabajo), donde se le entregan mayores facultades de fiscalización a los Inspectores del Trabajo, en desmedro de los actuales Tribunales de Justicia.

Por último, el gran ausente durante toda la tramitación de esta ley es una verdad incómoda, que nos cuesta mirar de frente: la paupérrima productividad laboral de nuestros trabajadores. Mientras el PIB por hora trabajada promedio de los países OCDE alcanza los 54 dólares, en Chile es apenas 29 dólares. Esto nos ubica como la séptima economía con la productividad laboral más baja de este grupo de países ricos. ¿Competencias laborales? Ni hablar. Según la prueba PIACC, un 50% de nuestros adultos son analfabetos funcionales (no entienden lo que leen) y un 39% de nuestros adultos entre 45 y 65 años, no sabe usar un computador.

Si no hacemos frente al drama de la baja productividad, reducir la jornada laboral es hacerse trampa en el solitario. Recordemos que al final del día los países que pueden reducir sus jornadas laborales de manera sistemática, es porque sus trabajadores se vuelven más productivos en el tiempo, no al revés.

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