Es cierto que el cambio climático, los problemas migratorios, Ucrania, el Medio Oriente y las fragilidades de la democracia ante los avances de la polarización, el autoritarismo y las coartadas populistas no garantizan sueños tranquilos en esta época. Debe ser por eso que el mundo en la actualidad es menos radiante de lo fue en los años 90. De Naomi Klein a Byung-Chul Han, de Giorgio Agamben a Judith Butler, de Chomsky a Slavoj Žižek, son muchos los pensadores que se han vuelto pesimistas y que hoy ven el futuro como problema, si es que no como pesadilla. Por lo mismo, la figura de Steve Pinker llama la atención.
Es la oveja blanca en la manada negra y, aun siendo así, pertenece al selecto club de los conferencistas pop a escala mundial. No estará a niveles de Noah Yuval Harari, el autor de Homo Sapiens y Nexus, que ha vendido unos 50 millones de libros y cuyas tarifas por conferencia no bajan de los 200 mil dólares, pero Pinker igual atrae a enormes audiencias.
Varios de sus libros entran a la categoría de bestsellers, no obstante que lo suyo no es la concisión. Sus obras más famosas rara vez bajan de las 750 páginas. La tabla rasa refuta la idea de que los individuos o las sociedades partimos de cero. Los ángeles que llevamos dentro es una minuciosa, obsesiva y abrumadora crónica sobre el control de la violencia a lo largo de la Historia. Y En defensa de la Ilustración es una apasionada reivindicación de la razón, la ciencia, el humanismo y la democracia liberal.
Pinker es un resuelto optimista desde la vereda del liberalismo. Cree que nunca los índices de mortalidad, de morbilidad, de bienestar, de sanidad, de seguridad pública, de pobreza, de integración, movilidad e inclusión social, de acceso a la cultura y beneficencia, de respeto a la naturaleza y a los animales, fueron mejores que ahora.
Hay un video suyo en YouTube que dice que si en verdad nos interesaran las cosas que realmente importan la primera plana del New York Times en los últimos 25 años debió ser ¡todos los días! que 137 mil individuos del mundo habían salido de la línea de la pobreza. ¿Por qué no titularon así? Bueno, porque nos interesan más las malas noticias que las buenas. Lo malo es psicológicamente más fuerte que lo bueno.
Hoy menos personas mueren por las guerras. Menos por el hambre. Menos por pestes. Si, en Gaza pronto llegaremos a las 50 muertes, pero es solo 20% más de las que mueren por las listas de espera en la salud pública chilena. La comparación, sí, es inaceptable. Pero ayuda a situar los fenómenos en términos de magnitudes.
¿Significa esto que vamos bien y podemos dormir tranquilos? Obviamente no. Hay que hacer sintonía fina. Europa podrá tener indicadores civilizatorios aceptables, pero es raro que Estados Unidos aun no los tenga en el sur, en las poblaciones donde hay más negros e incluso en el distrito de Columbia, donde los niveles de criminalidad son parecidos a los promedios de América Latina- Hoy nadie defendería la esclavitud ni acompañaría a un estadista supuestamente liberal como Woodrow Wilson, que mientras fue rector de Princeton ordenó purgar la universidad de todos los empleados negros.
Los niveles de protección a los niños, las mujeres, las minorías sexuales y los inmigrantes no se comparan con las del pasado. Más resbalosas se vuelven las observaciones de Pinker cuando intenta probar que podría haber alguna correlación entre inteligencia (sea cual sea el alcance que se le dé a este concepto) y liberalismo. ¿Quién cree de verdad -como a veces lo cree Pinker- que los conservadores son de suyo más tontos? ¿Lo fue Borges, para quien el conservadurismo en su caso era una forma de cultivar el escepticismo?
Habría en la historia, según Pinker, una suerte de círculo virtuoso que pasa por la paz, el comercio, la Ilustración, el humanismo, el imperio de la ley, la democracia, Darwin, los derechos humanos, la educación, el arte y la decencia, cuyos resultados en conjunto refutarían las premoniciones más aterradoras del pesimismo. Incluso la genética violenta puede corregirse con el tiempo y la cultura. Si no, que lo diga Australia, que fue poblada durante 80 años en los siglos XVIII y XIX con la población más peligrosa de Inglaterra, casi 180 mil convictos feroces. El país, sin embargo, hoy tiene índices de homicidios inferior al de su madre patria.
Es interesante leer a Pinker. Tiene un respeto por los hechos, por las cifras, por los gráficos, que normalmente los gurúes del pensamiento contemporáneo no tienen. Es claro. Es comprensible. Se maneja bien en los dominios de la historia. Suele ser divertido.
A veces, claro, como es académico de Harvard, lingüista y psicólogo experimental especializado en procesos cognitivos, surfea con demasiadas filigranas sobre el hipotálamo y la corteza cingulada anterior del cerebro. Se interna en esos dominios hasta donde pocos lectores comunes y corrientes lo podrían acompañar. Lo mismo cuando analiza pruebas idiotas sobre cien jóvenes blancos que fumaron marihuana y tenían celular frente a otros cien que solo tomaron cocacola y viajaban en tren. Leseras. Pero resiste bien en lo básico, en lo grueso, de su pensamiento.
Las cosas han ido para mejor. No siempre desde luego. Hay asimetrías y también regresiones. ¿Significa esto que el rumbo irá siempre en la dirección que creen los progresistas? No, en ningún caso. Pinker no es un futurólogo. Entre otras cosas, las circunstancias siempre, siempre, pueden cambiar, como por lo demás lo han aprendido muchos progresistas por estos mismos barrios, que no han dejado despropósito por cometer. ¿Por qué si no nosotros estamos yendo para atrás?
No es improbable que el mundo se acabe pronto. Pero si eso llega a ocurrir, Pinker será el primero en pensar que el apocalipsis no será definitivo. Después de eso tendría que venir algo mejor.
Steven Pinker
La tabla rasa. Ed. Paidós, 704 págs.
Los ángeles que llevamos dentro. Ed. Paidós. 1145 págs.
En defensa de la Ilustración. Ed. Paidós. 741 págs.
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