Se ha instalado que en las elecciones recientes ganó la moderación. Pero ¿qué entiende cada analista por moderación? ¿El centrismo? ¿La virtud? ¿Estilos? ¿O en el contexto del poder y sus contrapesos, acaso se refieren a la garantía de la libertad?
Otros dan a entender que la moderación sería una suerte de proyecto político en sí mismo, como si ella pudiera singularizar a un partido o coalición y contribuyera a clarificar su norte. Como si la sola moderación fuera empuje suficiente. No lo es, aun cuando la moderación entendida como prudencia siempre sea deseable.
Al parecer, justifican aquello en el comportamiento del votante no habitual (el que se incorporó con el voto obligatorio), al que catalogan de moderado, pero de los estudios disponibles a la fecha de caracterización de ese votante, en particular, uno del Panel Ciudadano, más que moderado, se trata un votante muy pragmático, concreto, que quiere soluciones eficientes y eficaces (y no cuentos o voluntarismos).
Es relativamente más joven y le preocupa la seguridad; es más pesimista respecto a la inmigración y a su efecto en el mercado laboral y, en los estratos más bajos y medios, está más endeudado que el promedio. Es desconfiado del actuar del Estado, en tanto busca eficiencia, y su identificación política es baja. Ese es el votante a conquistar y para hacerlo no solo se requiere entender su perfil, sino que proponerle un proyecto que lo convoque y con el qué soñar, que sea concreto y realizable. En este sentido, las recientes elecciones en Estados Unidos deben ser observadas en Chile para sacar lecciones.
Luego, ¿es posible hacer esa generalización (que ganó la moderación) cuando hablamos de elecciones locales (no exentas de un voto político-ideológico, pero más enfocadas en la gestión local y en el compromiso de la autoridad subnacional con su localidad y el buen uso de los recursos para satisfacer esas necesidades)? ¿Es posible generalizar considerando los resultados de las 346 comunas y las 16 regiones, en todos los niveles? ¿No será un poco reduccionista, simplista o tal vez demasiado conveniente para algunos aquella conclusión?
A propósito de lecturas a conveniencia, Eugenio Tironi plantea en una columna reciente que el electorado premió la moderación. Concluye, entonces, “que sería de toda lógica que Chile Vamos buscara proactivamente concordar con el oficialismo, reformas que bajen la presión social, que mejoren la gobernanza del Legislativo, y que descontaminen el tóxico rencor que envenena la escena política”.
Sería bueno preguntarse de qué reformas que bajen la presión social nos habla. ¿Se referirá a las pensiones? Pero la “presión social” que muestran las encuestas empuja justamente porque el ahorro para la vejez vaya a la cuenta individual, que no es lo que ofrece el oficialismo, de manera que la moderación a la que apela Tironi sería más bien una claudicación en favor del gobierno, que asesora, y a espaldas de la ciudadanía. No es moderado quien cierra un mal trato, que técnicamente no se sostiene y que, además, profundizará la ya preocupante insostenibilidad fiscal. Es estulto.
Y para descontaminarnos del tóxico rencor que envenena la escena, bien podría el asesor partir por reconocer que quienes se han dedicado a sembrarlo y a dividirnos, permanentemente, entre buenos y malos, apelando a las retroexcavadoras, a quemarlo todo y a la refundación voluntarista para “librarnos” de los “malos”, han sido, lamentablemente, sus clientes, los que, además, cuando se ven enfrentados a un escenario en que deben hacerse cargo de sus errores, optan por culpar a terceros. En efecto, y recientemente, la responsabilidad política de algunas autoridades ha sido endosada al machismo.
También están quienes entienden la moderación como “centrismo” y Claudio Orrego es su rostro y marca. Pero el candidato “moderado” se jugó su capital político apoyando a la excandidata a alcaldesa de la comuna de Santiago del Partido Comunista, y estuvo por aprobar, en 2022, aun con tono calmo y empático, el proyecto constitucional refundacional e iliberal de la Convención Constitucional que, de moderado, digamos, no tenía ni la letra M. Su opción a la gobernación es, asimismo, explícitamente apoyada por el PC.
Su contrincante, Francisco Orrego, es -para los centristas- sinónimo de estridencia y de no moderación. Pero a la hora de los quiubos, Francisco no dudó en rechazar un proyecto constitucional que concentraba el poder e impedía el despliegue de las libertades individuales; ha defendido la libertad de elección y el derecho de propiedad de las personas sobre su ahorro para la vejez y, políticamente, pertenece a, y es apoyado, por Chilevamos, misma coalición que el oficialismo considera como una fuerza de derecha moderada (al menos, cuando le conviene).
¿En qué quedamos entonces? Sucede que la moderación, en tanto opuesta al fanatismo, no es sinónimo de indecisión o timidez. Tampoco equivale a la falta de principios o a la incapacidad de sostenerlos con fuerza en el debate público, o a esconder la propia visión cuando manifestarla es necesario. Menos es intentar pasar desapercibido o subirse a la ola imperante porque conviene.
Quienes así entienden la moderación olvidan que los moderados adoptan (y han de adoptar) actitudes sumamente combativas cuando se trata de defender las libertades y defendernos del despotismo que, algunas figuras, sumamente simpáticas y con buen tono, se esfuerzan por imponer.
En lo que se refiere a estructuras de poder, la moderación es una garantía de la libertad. Tiende a favorecer la diversidad de visiones y el respeto, así como el equilibrio de intereses, promoviendo la distribución del poder y su limitación. La política moderada es la que es concebida como un medio para asegurar la libertad de las personas a través de instituciones articuladas a tal fin. Inmoderada es, en cambio, cuando se la concibe como la persecución del perfeccionamiento o redención de los individuos, y seguirá siendo no moderada por muy bueno que sea el tono o por más empático, simpático, o carismático sean quienes la ejerzan.
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