En su famoso poema “Táctica y Estrategia”, Mario Benedetti nos ayuda a entender la diferencia entre estas dos palabras: táctica, como esa acción inmediata, urgente, y a veces reactiva, que puede marcar la diferencia en el corto plazo. Mientras la estrategia, es la que se diseña con visión a largo plazo, buscando estabilidad y adaptabilidad. Al igual que en la vida personal, en las finanzas públicas se enfrentan estas dos dinámicas, donde las decisiones de hoy, las tácticas fiscales, pueden resultar insuficientes si no se acompañan de una estrategia fiscal robusta, que garantice sostenibilidad y resiliencia ante los retos futuros.
Chile, en el marco de su situación fiscal actual, ejemplifica esta dualidad. En un escenario marcado por la incertidumbre global, el último dato del Imacec, que arrojó un crecimiento nulo para septiembre, puso en evidencia que las tácticas para cerrar el año fiscal sin mayores deterioros no serán suficientes para enfrentar lo que se avecina. Como señala el ministro de Hacienda, ya no se cumplirán las proyecciones de crecimiento para 2024, -que inicialmente apuntaban a un 2.6% y resultarán en cifras más parecidas a las proyecciones de economistas en torno al 2%,- lo cual es un primer indicio de que las proyecciones en su totalidad deben ser revisadas. Este ajuste no sólo debe reflejar la desaceleración económica, sino también un escenario fiscal complicado, que exige decisiones rápidas, pero, sobre todo, fundamentadas para evitar un desanclaje abrupto en el futuro.
La táctica fiscal, como se está evidenciando, se materializa en la toma de medidas inmediatas para reducir el gasto público, tales como los recortes presupuestarios que podrían alcanzar los 1,000 millones de dólares este cuarto trimestre en la búsqueda de cumplir el déficit estructural 2024 proyectado. Sin embargo, esta acción puede ser un parche que no resuelva los problemas subyacentes. El balance fiscal puede “soportar numéricamente” estos ajustes, pero el riesgo de que la situación empeore en el mediano y largo plazo sigue latente, especialmente cuando las proyecciones de crecimiento se van revisando a la baja gradualmente y los ahorros se agotan.
Aquí es donde la estrategia fiscal debe jugar un rol fundamental. Si bien las tácticas permiten lidiar con los desafíos inmediatos y en este caso particular “salvar el año”, la estrategia implica proyectar escenarios en los que se minimicen los riesgos de nuevos desajustes fiscales, reconociendo las limitaciones actuales del país y estableciendo objetivos realistas. En lugar de ceder al optimismo de que la economía se recuperará rápidamente o en precios elevados del cobre y litio, la estrategia fiscal debe centrarse en un ajuste estructural orientado hacia la sostenibilidad de largo plazo, evitando soluciones de alivio temporal. El recorte de gasto de 600 millones de dólares en la Ley de Presupuesto para 2025 representa un avance en esa dirección, aunque podría requerir ajustes adicionales.
Con esta base, se identifican elementos clave para una estrategia fiscal sostenible:
Finalmente, como Benedetti nos recuerda, la estrategia es en cambio más profunda y más simple, que, a nivel país, debe ser una combinación de realismo y determinación. Las tácticas pueden salvar el presente, pero el futuro dependerá de una estrategia sólida que permita transformar las crisis fiscales en oportunidades para reconstruir las bases de una economía más estable y resistente.
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