No obstante que el insumo básico son los sentimientos, Sé mía no es una novela de gran intensidad emocional. Bueno, la serie de la cual forma parte tampoco la tiene. Este es el quinto libro de Richard Ford protagonizado por Frank Bascombe.
En el primero, El periodista deportivo (1986), el personaje se olvida de sus afanes literarios e intenta sobrevivir ejerciendo el oficio consignado en el título. Después, en El día de la Independencia (1996), Bascombe se transforma en agente inmobiliario. La serie continuó y pareció culminar en Acción de gracias (2008), con el protagonista ya sesentón y afectado por un cáncer prostático. Hasta ahí la trilogía parecía perfecta. Pero el personaje volvió a reaparecer en Francamente Frank (2014), que tiene una estructura algo distinta porque está construida a partir de cuatro capítulos que funcionan como cuentos independientes aunque interrelacionados. Ahora venimos a saber que eso no era todo.
Ford vuelve a lo mismo en Sé mía. Frank Bascombe sigue siendo el de siempre: un sujeto un tanto ausente, no muy intenso aunque sí entrañable, un tipo al que la vida le pasa un poco por encima. La mirada es mucho más melancólica, aunque no trágica, porque hay conformidad e ironía. Ahora es un hombre que ya va por los 74 años y su hijo, el mismo muchacho que tuvo problemas conductuales en la adolescencia, ahora tiene 47 años y está bajo tratamiento porque padece esa enfermedad artera y miserable que es el ELA.
En general la serie se organiza siempre en torno a un plan narrativo que es parecido. Como el propio Ford lo ha dicho muchas veces, aquí no hay temas trascendentales: “Las cosas suceden y luego se acaban, y eso es todo”. Las historias ocurren en torno a feriados. El periodista deportivo en torno a la Pascua de Resurrección. En El día de la Independencia Bascombe está en la plenitud de su vida y el relato se ambienta en las jornadas previas a la fiesta nacional, pleno verano. Acción de Gracias muestra al protagonista más golpeado por la edad en los días previos y posteriores a esa celebración de los fríos días noviembre. El feriado que marca las historias de Francamente Frank es la Navidad. Sé mía está cruzada por el día de San Valentín y su eje narrativo básico es el viaje del padre septuagenario con su hijo enfermo al Monte Rushmore.
El relato mezcla tanto la dimensión íntima de los personajes como la dimensión cívica, desde la perspectiva de la clase media, de lo que han sido estas últimas décadas para la sociedad norteamericana. Al final, entre pitos y flautas, estamos hablando de un conjunto que supera las 2.300 páginas. Desde luego no es lo único que Ford ha publicado en las últimas cuatro décadas. Es un escritor especialmente prolífico. Entremedio de los Bascombe hubo varios otros libros, incluyendo una novela, Canadá (2012), sobre una familia desintegrada por el delito y el crimen que se empinaba por sobre las 500 páginas.
¿Mucho? Sí, puede que sí. Está al margen de dudas que Ford (premios Pulitzer, Pen/Faulkner, Princesa de Asturias de las Letras) es un gran escritor, que sintoniza como nadie con climas emocionales delicados y profundos y se maneja con destreza en registro de la cotidianeidad vacía y ordinaria de la vida.
La serie de Bascombe tiene grandes episodios: la visita nocturna al cementerio donde está la tumba del hijo que perdió en su primer matrimonio, la época de extravíos tras el divorcio, el día del diagnóstico de la próstata, una fiesta de Navidad con la sensación de que ya va quedando poco. Aquí en Sé mía hay lirismo en algunos pasajes del viaje final de padre e hijo. Está bien. Pero ¿dos mil y tantas páginas? ¿La novela no es también contención?
La pregunta es válida. Porque el de Ford no es lo mismo que el proyecto que llevó a cabo Karl Ove Knausgard, en orden a convertir en novela un tramo pormenorizado de su vida en la serie “Mi lucha”. Seis tomos y unas 4.500 páginas. A él le funcionó. Porque demostró ser un maestro del momento a momento, de la continuidad del personaje al amanecer, al anochecer, al día siguiente y durante la eterna tarde del cumpleaños de la hija. Pero no digamos que eso pueda ser una receta. Fue un proyecto arriesgado. No es un modelo. Mirado en retrospectiva, incluso, ¿valió tanto la pena? A lo mejor, si. Pero quizás sea mejor dejar la pregunta abierta.
Algún día alguien debiera estudiar el daño que hizo en la literatura los Estados Unidos el mito de la gran novela americana, cosa que angustió a tantos escritores desde la posguerra en adelante. ¿Cuántos no se inmolaron en ese altar? ¿Cuánto mejor no habría sido Philip Roth si se hubiera descargado (como se descargó al final, en sus novelas cortas) de la búsqueda de ese Santo Grial? ¿No será que Thomas Pynchon, Corman McCarthy, Don DeLillo e incluso Jonathan Franzen quemaron en algunos de sus libros demasiada energía en vano intentando lo mismo? Podría ser también el caso de Richard Ford, cuyos mejores trabajos siguen siendo no los de la serie de Frank Bascombe, sino los espléndidos cuentos de Rock Spring o esa obra maestra que fue Incendios, sólo 190 páginas donde no sobraba ni faltaba nada.
En su legendario prólogo al cuento “El jardín de los senderos que se bifurcan” Borges escribió lo que podría ser su gran diatriba contra la novela: “Desvarío laborioso y empobrecedor el de componer vastos libros; el de explayar 500 páginas una idea cuya perfecta exposición oral cabe en pocos minutos. Mejor procedimiento es simular que esos libros existen y ofrecer un resumen, un comentario”. Borges decía que él era demasiado holgazán para embarcarse en relatos largos. Era obviamente un pretexto. Pero al descalificar la grafomanía, Borges estaba temiendo proféticamente lo que estaba por venir: el tiempo de las novelas interminables.
Sé mía
Richard Ford. Anagrama, 2024, 400 págs.
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— Ex-Ante (@exantecl) October 25, 2024
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