Se pueden decir muchas cosas del perfil de Mariana Callejas que entrega Juan Cristóbal Peña en su libro Letras torcidas. Que está bien reporteado. Que está muy bien escrito. Que tiene la suficiente cuota de perversidad para cobrar cuentas a figuras del ambiente cultural que a lo mejor nunca se saldarán. Que reivindica un personaje completamente novelesco y a quien nunca conseguiremos entender en todas sus dimensiones. Que el libro habla de una época terrible y de la zona más oscura y sórdida de lo terrible que fue. Que deja en la memoria y la conciencia una sensación amarga de futilidad, de derrota y de vacío. Que, al margen de consideraciones políticas, describe un miserable enjambre de vidas que terminaron destrozadas, de promesas que fueron incumplidas, de crímenes que nunca se justificaron y que tuvieron costos descomunales.
Se podría decir, en fin, que el libro rescata un momento tan oscuro de nuestra historia que es enteramente comprensible la reacción de arrancar de todos quienes estuvieron ahí. No hacerlo sería como quedar atrapado para siempre en la culpa o en la infamia.
El libro de Peña está lleno de datos. Aunque son todos documentales, pero parecen sacados de una novela patética, chapucera y delirante. En este sentido, es una novela muy chilena. En su desafío de fondo, lo que hace Peña es tratar de entender a Mariana Callejas no solo en su doble eje de escritora y agente de la Dina, sino también en sus múltiples coordenadas de chica rebelde, de joven sesentera media hippie, de mujer muy jugada a sus propias opciones, de madre un tanto disfuncional, por decirlo en suave, de figura interesante de la escena cultural santiaguina de los años 70, de personaje gradualmente marginado por el tiempo, por la transición, por el nuevo Chile y por sus propios años.
Al final solo fue la paciente acabada y decrépita de un hogar de ancianos, hasta donde la justicia chilena ya no tenía ganas y tampoco muchas garras para capturar.
¿Logra Peña encajar todas estas piezas en un personaje coherente? Por supuesto que no. ¿Es culpa suya? Por supuesto que tampoco. Porque Mariana Callejas es la disociación misma. Tiene que haber sido seductora. Sin duda que era inteligente. Sin duda que nunca tuvo aversión al riesgo: desde niña fue jugada, autónoma, resuelta. Sin duda que le interesaba la literatura y que escribió buenos cuentos. Debe haber tenido simpatía e ingenio.
Quienes la trataron jamás la hubieran descrito como un personaje abominable. Pero, al margen de todo eso, sin duda que también fue una agente que junto a su marido no solo participó en asesinatos y atentados horrendos, sino que se involucró a fondo en los primeros años de la dictadura en la industria de la muerte. ¿Cómo juntar en una sola personalidad estas piezas contradictorias, divergentes, incomparables? ¿Cómo lo hacía ella para bancarse su lado A y su lado B, sin ser esquizofrénica? Por ahí en el libro se habla de un informe psicológico que alude a su necesidad de ser reconocida. ¿Quién no la tiene, en alguna medida? Eso no explica nada. Lo notable, lo increíble, lo fantástico del libro de Peña es que ella parece haber podido vivir simultáneamente y sin grandes costos todas sus contradicciones. Sin trauma, Sin atados. Muy suelta de cuerpo. La psiquiatría diría que eso es imposible.
El libro de Peña es una prueba concluyente de que ella lo pudo hacer. Y una prueba de algo no menos difícil: que la sacó barata. Muy barata. Nunca queda muy claro cuáles fueron sus ingresos después de la Dina. Aunque estuvo implicada no como cómplice sino como coautora en varios atentados y asesinatos, solo estuvo cinco meses en prisión preventiva. Después, nunca más, aunque es probable que las querellas, las amenazas, las acusaciones y los llamados a declarar, no le hayan dado ni un solo minuto de tranquilidad. O por lo menos, muy pocos.
Mariana Callejas se quejó siempre de no haber sido valorada en términos literarios en lo que realmente valía. ¿No dicen que la obra es independiente del autor? ¿No dicen que la obra habla por sí misma, al margen de lo que sea o haya hecho su autor? ¿No fue esa la lección que quiso impartirnos el estructuralismo y la nueva crítica? ¿Estamos o no estamos, entonces, por la autonomía del texto? Probablemente, entonces, ella tuvo razón en sus recriminaciones.
El problema quizás fue que era una buena escritora de cuentos, pero no excelente. La suya no fue una escritura que parara el tráfico. Además, ayudó poco el hecho de no mostrar jamás arrepentimiento, de haber supuesto que lo que ella hacía o dejaba de hacer cuando estaba en el “Servicio” no tenía nada que ver, nada, con su escritura. Sí, escritores fascistas o de causas impresentables han existido muchos y varios muy buenos. Celine. Hamsun, Drieu La Rochelle, Cioran, el propio D’Annunzio tributaron al fascismo. Pero ¿tenían las manos manchadas con sangre? ¿Es tan fácil levantar una muralla china entre la conducta y el texto, sobre todo cuando aún hay heridas abiertas y las manchas de sangre no terminan todavía por desaparecer?
No es fácil dar con una buena respuesta.
Letras torcidas
Un perfil de Mariana Callejas.
Juan Cristóbal Peña.
Ediciones UDP, Colección Vidas Ajenas, 2024.
372 páginas.
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Libros para el rato y libros para siempre. Por Héctor Soto.https://t.co/s6nWmKhU4S
— Ex-Ante (@exantecl) September 27, 2024
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