La discusión en torno al CPTPP o TPP11 – el acuerdo transpacífico de cooperación económica – nos revela algo peligroso: un buen segmento de la población en Chile no comprende las virtudes de acceder a un mercado más grande y competitivo, es decir, un mejor mercado. Por otro lado, me atrevería a decir que parte de la mayoría que apoya el libre comercio, tiene dudas sobre sus virtudes. Por lo mismo, creo muy necesario hablar más sobre el mercado, sobre cómo hacer que sea más beneficioso para todo el país, y que todos entiendan cómo funciona. Sin entendimiento, esto se transforma en una discusión dogmática más que en una constructiva. Por lo tanto, permítanme someramente revisar un par de ideas importantes de discutir tan seguido como sea posible.
Comencemos con su principal virtud: los mercados son un mecanismo ridículamente eficiente a la hora de asignar recursos y poner de acuerdo a personas con diferentes objetivos, culturas e idiomas. A través del precio, todos logran comunicarse fácilmente, expresar qué valoran y qué no, o cuánto esfuerzo vale la pena algo, para cooperar a lo largo todo el planeta y sin que nadie tenga demasiado poder. Lo hermoso de un buen mercado es que nadie es capaz de obligar a otro a hacer algo.
Sobre esto último, se desprende un ángulo ilustrador sobre cómo entender un mercado virtuoso y beneficioso para todos, frente a uno que no lo es. Un buen mercado tiene tal cantidad de competidores, productores y clientes de cualquier producto o servicio, que todos tienen una alternativa para comprarle o venderle. Así, ajustando poco a poco los precios mediante transacciones atomizadas y descentralizadas, las personas se ponen de acuerdo voluntariamente y nadie tiene poder sobre otro. La ideología fundante del mercado en buena medida una en contra de la aristocracia y la opresión de unos pocos, y a favor de la meritocracia y la libre elección de todos.
Sin embargo, bien sabemos que esto no siempre es así. Cuando unos pocos tienen mucho poder de compra o de venta, tenemos un problema serio. La concentración de mercado destruye la principal virtud: la libertad y cooperación, y la reemplaza por una solapada coerción y una buena cuota de opresión. Por lo mismo es que es tan importante la Fiscalía Nacional Económica y el Tribunal de Defensa de la Libre Competencia; son ellas las principales instituciones dedicadas a que los mercados sean competitivos, y que por lo tanto nadie concentre tal cantidad de poder económico que vaya en desmedro de la sociedad. Sin embargo, es importante aclarar que cierto nivel de concentración a veces en necesario para lograr niveles de eficiencia, innovación y productividad, pero eso es tema para otra columna. Como todo en la vida, necesitamos lograr buenos equilibrios.
Descrito lo anterior, volvamos al acuerdo transpacífico e ilustremos la problemática desde la alternativa: no ratificar un nuevo tratado de libre comercio. Eso se traduce en que los consumidores de Chile ahora tendrían las mismas o menos alternativas de quien comprar un televisor o un par de zapatos. A su vez, las empresas de Chile tendrían menos potenciales clientes a quienes venderles sus salmones o licencias de software. Es decir, los chilenos perderían poder frente a quienes les venden, ya que la oferta tácitamente se concentra. Análogamente, los clientes de las empresas ganan relativo poder, porque ahora saben que ellas no tienen tan buenas condiciones de exportación a los mercados del Pacífico. Es decir, clientes y empresas de Chile pierden poder frente a sus contrapartes, y por lo tanto disminuye su bienestar al comprar productos más caros o vender sus productos en peores condiciones.
Ahora, exploremos los argumentos contrarios. El primero: que abrirse al mundo no les da alternativa a las empresas chilenas de desarrollarse porque la competencia internacional es mucha. Curiosamente, este clásico argumento de la extrema izquierda va en desmedro de las personas y a favor de las empresas. Sin embargo, raramente las empresas aumentan su productividad y mejorarán sus servicios con menor competencia, sino que justamente lo contrario. Además, un mercado más pequeño genera menos incentivos a invertir y, por lo tanto, el efecto posiblemente será aún peor. Así, terminaremos con un mercado capturado por menos empresas, y consumidores pagando un precio más alto. ¿Quiere decir esto que no hay nada que hacer para hacer más productiva a nuestras empresas y país? Para nada, hay mucho por hacer, pero disminuir el comercio y la competencia no es una de ellas.
El segundo argumento, más manoseado últimamente, y curiosamente no levantado al firmar otros tratados internacionales de todo tipo –comercio, derechos humanos o medioambiente– ha tenido que ver con los mecanismos de resolución de controversias. El problema no es el argumento en sí, sino la forma de plantearlo: como una excusa para no ratificar. Muy diferente habría sido ver a quienes lo esgrimían urgidos por construir un mercado más amplio e inclusivo, rebuscándose cómo firmar el tratado lo antes posible, pero haciendo notar que les gustaría resolver ciertos temas en paralelo.
Finalmente hacer notar la clásica omisión de los amantes del mercado: la competencia. Ella es a característica central que le da su virtud. Cuando los mercados no son competitivos, la promesa de libertad queda vacía y ese espacio lo llena el abuso. Por lo mismo, conversemos más sobre competencia, comentemos fallas de mercados, abusos de posición dominantes y hablemos sobre estos temas. Aplaudamos cada vez que salga el fiscal económico en las noticias porque está haciendo su trabajo y a esperar el día que deje de salir en la tele porque no tiene pega. Ese día, podremos estar tranquilos que el mercado es, sin lugar a duda, un espacio de colaboración, bienestar y genuina libertad. Lamentablemente, estamos lejos aún y tenemos mucho por avanzar.
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