El último largometraje de Pedro Almodóvar, Madres Paralelas, tiene a Penélope Cruz aspirando a un Oscar a Mejor Actriz (también a Mejor Banda Sonora), a pesar de que no fue esta la película elegida por la Academia española para representar a ese país ante su par en Hollywood.
Antes de ser nominada al Oscar 2022, Pe ya había conseguido la Copa Volpi en Venecia a Mejor Actriz.
El tema de la madre ha atravesado la filmografía de Almodóvar y es central en varias de sus películas más maduras. Con sus dos últimos largometrajes —Julieta (2016, basada en relatos de Alice Munro) y Dolor y Gloria (2019)— parecía haber cerrado brillantemente un largo y rico ciclo de búsqueda de su lenguaje propio. Pero no solo en lo estilístico: Dolor y Gloria es una autoficción, de la que graciosamente reniega el personaje de la madre, ya mayor, del cineasta protagonista de la historia (A. Banderas).
Madres Paralelas está de alguna manera relacionada con ambos títulos y es a la vez la muestra de que Almodóvar no piensa dejar la cámara y que su pulso es firme y seductor.
Lo singular es que por primera vez se acerca a la contingencia política. Sin embargo, siendo el planteamiento que origina la película, lo abandona para irse en brazos de aquello que maneja tan bien: el melodrama. Solo retoma el tema en los últimos 20 minutos del metraje.
Madrid, 2016. Janis (P. Cruz) es una afamada fotógrafa que en una sesión de trabajo conoce a un antropólogo forense (I. Elejalde).
Al finalizar, le plantea su caso: su bisabuelo, así como otros hombres de su pueblo, fueron fusilados durante la Guerra Civil y están enterrados en una fosa común. Para cerciorarse de que sea efectivamente ese el lugar donde están sus cuerpos, exhumarlos y luego darles sepultura digna, requieren de un profesional como él.
Tras una noche de pasión —elipsis mediante— nos encontramos con Janis en el hospital, a punto de dar a luz, junto a una chica en sus mismas condiciones, Ana (Milena Smit). Ambos, comentan entre ellas, son embarazos “por accidente”. Pero lo de Janis, una mujer cerca de los 40, es una decisión y la tiene contenta. Lo de Ana, es lo opuesto.
Aparece la madre de Ana, Teresa, una actriz guapa y distinguida (Aitana Sánchez Gijón), que acaba de conseguir el rol de su vida: doña Rosita (“Doña Rosita, la Soltera o El Lenguaje de las Flores”, última obra que alcanzó a estrenar en vida Federico García Lorca). Todo esto ocurre en apenas algunos minutos de metraje.
Luego que nacen las niñas, se desencadena el melodrama, que avanza vertiginoso no solo porque se desliza por entre muchos vericuetos y está lleno de giros sino porque el relato se estructura a buen ritmo. Incluso los racontos se cuelan en escenas que solo se detienen lo justo y preciso.
Hay detalles que llaman la atención: siendo la filmografía de Almodóvar una que se acerca comprensiva y afectuosa a la maternidad en cualquier circunstancia, la película es dura juzgando a Ana.
Luego, resulta a lo menos jocoso el comentario de la amiga y jefa de Janis (grandiosa Rossy De Palma) sobre una de las guaguas: “¡cada vez la veo más étnica!”. Es un detalle, pero no lo es, en realidad.
Una vez que se ha enrollado y desenrollado el hilo melodramático, el filme retoma la historia en la que el antropólogo es clave, lo que significa cambio de escenario: los personajes se reúnen en el pueblo, donde Janis se reencuentra con las ancianas vecinas, testigos claves para el trabajo del profesional.
Así como al inicio Janis recita su queja frente al Estado indiferente al drama de las víctimas de la Guerra Civil (Rajoy incluido), en algún punto largará también un breve discurso a la joven Ana sobre “el país en que vivimos”: son diálogos didácticos para llegar a esos minutos finales.
Ciertas escenas de este tramo tienen un aire documental en su puesta. (Me recordó el bello documental Fernando ha vuelto, de Silvio Caiozzi).
A pesar de que parecen dos hilos no del todo conexos, el gran oficio de Almodóvar y equipo hacen de Madres Paralelas una película que fluye con naturalidad y convicción.
La paleta de colores —muchos rojos y verdes en la ciudad— las casas blancas del pueblo con sus terracitas son elementos que ya reconocemos. Es la sensación de familiaridad que gatillan en el espectador las opciones artísticas de un director que nos resulta cercano.
MADRES PARALELAS
A partir de anécdotas de la vida real de sus protagonistas (ambos debutantes en el cine), de amigos personales y de numerosos personajes conocidos, Paul Thomas Anderson hilvana una refrescante y singular historia ambientada en los años ’70 en el Valle de San Fernando, California.
Licorice Pizza puede entrar en el apartado “comedia romántica”, pero en el encuentro y desencuentro constante de Gary y Alana hay mucho más soltura y frescor que en la encantadora y recordada Cuando Harry conoció a Sally (Rob Reiner, 1989), otra película que va de encuentros y desencuentros.
Y eso tiene que ver con el estilo “suelto” con que se desliza el relato, donde pueden ocurrir las situaciones más impensadas. También con que el foco está puesto en el primer amor.
Siempre en un tono grácil, desenfadado, los protagonistas van inventándose la vida y haciendo frente a lo que venga, aunque sea conseguir bencina para un gigantesco camión en la peor crisis de abastecimiento que se ha vivido en el mundo.
Un travelling, recurso que será una constante en el filme, sigue los pasos de Alana (Alana Haim) desde los ojos embobados de Gary (Cooper Hoffman, hijo del fallecido Philip Seymour Hoffman).Están en el patio del colegio de Gary, a donde Alana ha ido como productora de las fotos del fin de año escolar. Él tiene 15, ella, 25.
Durante un buen tiempo, ella se lo toma a risa. Aunque joven y alegre, Alana es una mujer hecha y derecha, de mucho carácter e independiente.
Pero él resulta ser más perseverante de lo que parece, aun siendo el adolescente algo torpe que es.
Y ambos, dos emprendedores natos.
De estas ocurrencias surgen los mejores momentos de una película plagada de divertidas situaciones cotidianas.
Cuando a Gary se le ocurre instalar su negocio de las camas de agua, Alana irá en su auxilio en el momento preciso. También sabrá acompañarlo (es menor de edad) cuando viaja a grabar una (graciosamente fallida) intervención en “El Show de Lucy”, en Las Vegas.
Él la seguirá en su aventura de sumarse a la campaña de un candidato a alcalde.
En la pantalla entran y salen familiares, amistades, curiosos personajes, en un ir y venir que no se detiene.
Si Licorice Pizza es la historia del primer amor, también es el registro de esa etapa en que se deja muy atrás la infancia y la primera adolescencia.
Todo desde una mirada optimista, simple, placentera. La banda sonora no tiene desperdicio.
(Licorice Pizza es el nombre de una tienda de discos).
DATO: Jon Peters, interpretado por Bradley Cooper, ex peluquero y productor de cine, efectivamente fue pareja de Barbra Streissand durante más de una década. Fue productor de la más reciente versión de Ha nacido una estrella (2018), protagonizada por Bradley Cooper. El verdadero Gary (amigo de P.T. Anderson) lo conoció tal como aparece en el filme: vendiéndole una cama de agua.
LICORICE PIZZA
PT Anderson (51 años, nacido en California) se ha hecho un nombre como autor con los 9 largometrajes que ha estrenado.
Ha filmado numerosos videoclip musicales, la mayoría para la banda de rock indie, Haim, que lidera Alana e integran además dos de sus hermanas. Rockera y musa de la moda de lujo, Alana Haim (30 años), es pianista, guitarrista y vocalista. Debutó como actriz en Licorice Pizza.
VICIO PROPIO
Vicio propio es una novela negra, con detectives poco ortodoxos, policías malas pulgas y todo eso que suele entretener al público.
Pero como la mayoría de las obras de Pynchon esta es una historia neo barroca, post moderna, que cruza elementos de la alta cultura con el pop. Y Thomas Anderson no está dispuesto a simplificar las cosas.
Todo comienza en Gordita Beach, fines de los 60, donde el detective privado Larry «Doc» Sportello (Joaquin Phoenix), chascón y desaseado, toma su cerveza y fuma su «pito» tirado en el sofá medio desvencijado de su casita en un altillo. Allí aparece Shasta (K. Waterston), la chica con que compartía su vida hasta que ella decidió esfumarse. Ha pasado un año y Shasta llega a pedirle ayuda para un singular caso: la esposa del hombre que es su amante, la que a su vez tiene un amante, le ha pedido que se involucre en un plan para deshacerse del sujeto, a cambio, por cierto, de una recompensa. Shasta no sabe cómo salir del lío. Doc empieza a hacer sus averiguaciones pero Shasta desaparece.
De ahí en adelante se sucede una interminable fila de personajes que se involucran en otra cantidad de complejas situaciones con Doc al medio. Circulan mafiosos, secretarias, detectives, surfistas, abogados, dentistas, siquiatras, hippies y hasta un monje budista.
En resumen, el que pestañea pierde el hilo.
Pista: lo de “Vicio inherente” alude a un Seguro.
Mucho humor absurdo y también del negro, por cierto.
VICIO PROPIO (Inherent Vice)
Muy desenfadada y explícita para la época, la película aborda el mundo del cine porno a fines de los ‘70, a través de un joven sin trabajo que recibe la oferta de un director de cine.
Desde la mirada algo atónita de este personaje, y en un tono de comedia dramática, Boogie Nights pone la cámara en el cotidiano de actores, actrices, directores y los distintos personajes que dan vida a las películas “para adultos”.
De a poco, se hace a la idea de ser una “estrella porno”. Algo que comienza bien, pero que lo llevará a derroteros complejos.
BOOGIE NIGHTS
Detrás de los retorcidos personajes que protagonizan El Hilo Fantasma está aquel al que se refiere el título: aquella dinámica que subyace en la relación de pareja y que tiene que ver con lo vulnerables que podemos ser. Porque ser vulnerables y no siempre omnipotentes, se vuelve necesario para el vínculo.
P.T. Anderson extrema este punto de vista hasta hacernos pensar en aquello que se conoce como síndrome de Munchausen (madres que inventan síntomas o provocan enfermedades a sus hijos para sentirse necesarias).
Una casona imponente, en el Londres de los años 50, alberga al diseñador top del momento, Reynolds Woodcock (Daniel Day Lewis superándose a sí mismo) y a su trouppe.
El comedor donde se desayuna es una suerte de templo sagrado para este hombre de evidentes rasgos neuróticos, donde solo tiene cabida su hermana Cyrill (extraordinaria Lesley Manville).
Gestionadora inmutable de todo lo que dice relación con Reynolds, Cyrill se encarga de espantar de su lado lo que sea que desarme su rutina estructurada. Y esto incluye a las mujeres que lleva a vivir consigo.
En la vida de los hermanos aparece una camarera, Alma (Vicky Krieps): una flor silvestre a la vez que un espíritu libre, aunque Woodcock pasará a ser su Pigmalión, la chica no es ni tan dócil ni tan inocentona y terminará siendo la horma de zapato para ese complicadísimo pie que es Reynolds.
EL HILO FANTASMA (Phantom Thread)
Situada en el valle de San Fernando, California, Magnolia es una película coral, que sigue a personas muy diferentes en circunstancias distintas.
Los hechos transcurren en un solo día. En su lecho de muerte se encuentra un viejo millonario.
Mientras, su hijo, al que abandonó hace tiempo, se hace rico como gurú de una asociación cuyo lema es “seduce y destruye”. La joven esposa del moribundo descubre que los millones de dólares ya no son lo único que la ata a su marido.
Por otro lado, el conductor de un programa televisivo de preguntas y respuestas está en la crisis más profunda de su existencia. La hija de éste, el policía con el que traba relación, un enfermero acomplejado y un vendedor muy nervioso, también son parte de la trama.
La historia contiene algunos elementos fantásticos.
MAGNOLIA
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