El 29 de febrero de 2020, en medio de la asonada, el Monumento a la Solidaridad, de Mario Irarrázabal (1940), fue quemado impunemente. Este ataque con perforaciones y uso de acelerantes fue perpetrado durante la madrugada, extendiéndose hasta las primeras horas de la mañana.
Irarrázabal había ganado el Concurso Nacional de Esculturas en torno al Congreso, en 1991, auspiciado y ejecutado por CODELCO. La suya fue construida en 1994, e inaugurada el 10 de enero de 1995.
En noviembre de 2021, la Municipalidad de Valparaíso consideró desmontarla y vender sus piezas de cobre por kilo, en beneficio de Bomberos.
Irarrázabal declaró: “Yo creo que restaurarse se puede pero significa un esfuerzo mayor, y destruir no cuesta nada. Irónicamente me parece que es un acto vandálico pero oficial, de la mano de las autoridades. (…) es reconocer que no se tiene la capacidad ni el interés por recuperar algo, es como si la escultura del General Baquedano tú decidieras fundirla y cortarla en pedacitos”.
Irarrázabal explicó así el significado de su escultura: “Para mí es duro hablar de esto, porque yo la quería mucho. Y su simbolismo, del que tal vez la gente no estaba muy consciente, era para mí muy potente: la idea de solidaridad. De cómo parten las cuatro hebras desde el suelo y, que al irse juntando, se potencian. Entonces, la fuerza que sale de todo eso es mucho mayor que la que empieza. Ése era el simbolismo que yo quería expresar… y sigue siendo muy válido”.
En 2021, la fiscalía decidió no perseverar en su investigación de los culpables, por falta de antecedentes.
Y, de pronto, el 24 de abril de 2024, comenzó su demolición. El cobre fue destinado a la Escuela Municipal de Bellas Artes, para ser trabajado por sus alumnos.
La obra de desarme y remoción costó $12.911.059, a la llamada Alcaldía Ciudadana.
Irarrázabal declaró estar “de acuerdo, y es triste, pero no queda otra. No hay cómo repararla ahora”, por razones técnicas.
La demolición coincidió con la realización de la XII Bienal Internacional de Artes de Valparaíso, “Territorios y ciudadanías críticas”, iniciativa de la Alcaldía, que comenzó el 19 de abril y terminará el 16 de junio.
¿Alguno de sus protagonistas habrá emitido siquiera una palabra, señalando la destrucción de la obra del mismo artista que había obtenido premios en versiones anteriores de la Bienal?
¿Declararán algo los alumnos de la Escuela Municipal de Bellas Artes que trabajen los despojos de aquel monumento abandonado, vandalizado y demolido a discreción?
Al parecer, sus restos fueron removidos no sólo porque era más cómodo que restaurarlo, sino también por cálculo político. El perímetro que rodeaba la demolición exhibía unos afiches de la Alcaldía con las leyendas propagandísticas: “Estamos trabajando. Recuperando Valparaíso para los porteños y las porteñas”. Y: “Derrumbando lo antiguo para construir el nuevo Valparaíso”.
Todo coincide: el sacrificio del monumento; la realización de la Bienal luego de 30 años, por iniciativa de la Alcaldía; y las próximas elecciones. Tales eventos están unidos por la impronta refundacional del actual Gobierno.
La escultura había sido construida en el marco de un ambicioso proyecto –que no prosperó–, para honrar el llamado retorno a la democracia. En consecuencia, su demolición es una señal de la voluntad de borrar todo vestigio histórico, a partir de 1990; de su convencimiento de que la historia empieza sólo con ellos, y de que “aquí mandamos nosotros”.
Entre 1959 y 1964, Irarrázabal estudió en el seminario de la Congregación de la Santa Cruz y en la Universidad de Notre Dame, ambas en Estados Unidos. Más tarde, estudió teología en la Universidad Gregoriana de Roma. En 1967 y 1968, estudió en Alemania Occidental con el escultor Waldemar Otto, quien lo introdujo en el expresionismo figurativo alemán.
Decidió no ser ordenado sacerdote, “para no ser parte de la estructura clerical de poder” (marioirarrazabal.cl). Colaboró con el Comité Pro Paz.
Ha recibido premios y distinciones, tanto en Chile como en el extranjero. Entre otros, tres premios en el marco de la Bienal Internacional de Artes de Valparaíso, en 1975, 1987 y 1994.
Ha creado esculturas en bronce y obras monumentales, como su serie La Mano: Punta del Este (1982), Madrid (1987), Atacama (1992) y Venecia (1995). Para él, son “hitos poéticos al alcance de la gente”.
En septiembre de 2022, ocurrió un derrame de “ácido sulfúrico de alta pureza, con un índice PH de 1, 5, que es extremadamente grave”, en el sitio denominado Mano del Desierto. Pero el daño fue remediado exitosamente, por las instituciones encargadas.
Según un documental publicado en mayo de 2022, a cargo del Centro Cultural Chimkowe, Peñalolén, a Irarrázabal no le interesa el arte panfletario, ni las galerías. En un plano del fondo, se ve una réplica de su Monumento a la Solidaridad, a una escala menor, mientras declara: “uno paga un precio por eso”.
En Irarrázabal, parece haber decantado una síntesis tanto de su formación en los planos artístico, teológico, filosófico y espiritual, como de su experiencia de vida, en la línea de un humanismo abierto al misterio, que se realiza en la concreción visible del alma de la materia, ofrecida en donación.
Éste es el escultor, cuya obra fue destruida en Valparaíso: “ciudad patrimonial”, Sodoma y Gomorra en descomposición, y cuna de golpes de Estado, con su inveterado culto al lumpen “territorial”, “local”, “comunitario”, “libertario”, y su obsceno odio por la alta cultura y el esfuerzo de toda una vida.
Perdóneme, don Mario. Su amor por la condición humana, su entrega a través de su arte noble y misterioso, no merecen esta ignominia.
Usted, que es un artista de verdad, capaz de hacer patente el alma de la materia, incluso frente a la monstruosa violencia, no merece esta maldad.
En fin, ni usted, ni su obra merecen este acto vandálico oficial, cumplido a mansalva.
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