China reveló que ha desarrollado un dispositivo capaz de cortar cables submarinos a profundidades de hasta 4.000 metros, lo que marca un hito en el delicado equilibrio del orden internacional. Es la primera vez que un país admite tener esta tecnología, capaz de inutilizar las vías por las que circula más del 95% de las comunicaciones y datos a nivel global.
A diferencia de los satélites, los cables dan mayor capacidad y menor latencia. Un solo cable puede transportar más datos que toda la red Starlink combinada. Por esta razón, en la actualidad, los cables son infraestructura particularmente crítica.
La nueva herramienta china, desarrollada por el China Ship Scientific Research Centre (CSSRC) y el State Key Laboratory of Deep-sea Manned Vehicles, no es solo un avance tecnológico: es una declaración estratégica. A diferencia de otros episodios de sabotajes subacuáticos —como el corte del cable de Finlandia por Rusia en diciembre—, hoy la capacidad es declarada. China ha dejado la ambigüedad estratégica, dando paso a la disuasión explícita.
La lógica detrás de esta demostración de poder es técnica y geopolítica. En el marco de las relaciones internacionales, mostrar una tecnología —de uso civil y militar— es un mensaje con implicancias. Por un lado, obliga a revisar los mecanismos de protección de infraestructura crítica, especialmente en aguas internacionales o zonas grises donde el enforcement legal es particularmente débil. Por otro lado, expone la fragilidad estructural de un orden basado en la interdependencia digital.
Casos recientes como los múltiples cortes de cables que ha sufrido Taiwán desde 2023 —principalmente en aguas poco profundas— son ahora leídos desde una nueva óptica. La capacidad de cortar cables a gran profundidad oceánica amplía el abanico de posibles blancos y deja en evidencia que la infraestructura digital global carece de una gobernanza robusta.
¿Qué significa esto para América Latina y Chile?
Para responder ante este tipo de amenazas es necesario reconocer que ya no estamos en un sistema global bipolar de disuasión entre dos grandes potencias, sino que el actual sistema está configurado por una plétora de actores estatales y no estatales, con distintos niveles de capacidades para intervenir la infraestructura crítica global. Contratistas militares privados, organizaciones criminales e incluso pequeños Estados con acceso a tecnologías avanzadas pueden convertirse en vectores de ataque. Este nuevo equilibrio multipolar sitúa a la región en una posición cada vez más frágil, debiendo responder a movimientos menos predecibles.
Por esto, debemos repensar nuestra infraestructura desde una lógica de seguridad nacional. No basta con tener acceso a la red: debemos saber quién la construye, quién la mantiene y quién tiene capacidad para intervenirla. Es prioritario avanzar en un diseño que vele por nuestra soberanía digital, con redundancia de cables y su diversificación geográfica.
Es menester exigir mayores salvaguardas a las empresas que construyen, operan y gestionan estos cables. Google, Meta, HMN Tech (ex-Huawei), entre otras, no solo son actores comerciales; hoy son custodios —muchas veces exclusivos— de nuestros datos y comunicaciones.
La revelación de China no es sólo una innovación técnica, es un punto de inflexión. Un recordatorio de que, en un mundo interconectado, el control de lo invisible puede ser más decisivo que el control de lo evidente.
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