“La llamada”: brutalidad, represión política y una crónica extenuante. Por Héctor Soto

Ex-Ante

La periodista argentina Leila Guerriero rescata, más de 40 años después, la experiencia, entre excepcional y anómala, de una joven montonera que, luego de ser detenida y torturada por la dictadura del general Videla, fue obligada a “colaborar”. A pesar de eso, Silvia Labayru logró salir a flote.


Los hechos se inscriben en lo que fueron prácticas sistemáticas en las dictaduras latinoamericanas de los años 70: detenciones, secuestros, torturas, desapariciones. La experiencia de Silvia Labayru, una chica argentina de unos 20 años, perteneciente al grupo de inteligencia de los Montoneros, fue ligeramente distintas. Lo fue porque al momento de ser detenida estaba embarazada y porque además era preciosa.

Puede haberla favorecido también ser hija de un militar antiperonista. Nada de eso, sin embargo, la salvó las torturas, aunque si de la muerte inmediata. Porque pudo llegar al parto, aunque en condiciones infames, sobre una mesa de cocina próxima a los espacios de tortura.

Logró que su hija sobreviviera y, cosa rara, tuvo suerte de que la creatura fuera entregada a los abuelos paternos. Ella pasó otro año y medio más en las sórdidas instalaciones de la Escuela Mecánica de la Armada y en ese tiempo tuvo que entrar a lo que se llamaba “el proceso de recuperación”.

Tenía que colaborar. ¿Cómo? Dando nombres, cosa que nunca dio. Haciendo trabajo esclavo, cosa que desarrolló con eficiencia. Sirviendo de acompañante de oficiales en eventos sociales. Teniendo sexo con un oficial y su mujer dentro y fuera de su lugar de detención. Lo más grave, sirviendo de pantalla -en una sola oportunidad- como hermana de un oficial infiltrado en la organización de las Madres de Mayo, episodio que derivó en el secuestro y muerte de tres integrantes de esa organización y de dos monjas francesas. Logró su liberación en junio del año 78, humillada por el estigma del colaboracionismo. Era una traidora. En Chile hubo casos parecidos, pero este es bien distinto. En algún sentido, más patológico.

Aunque antes le habían autorizado algunos viajes a Uruguay y Brasil, Silvia Labayru terminó instalándose en Madrid. El exilio desde luego le dio la espalda. Hizo estudios para ser psicoanalista, pero es un oficio que nunca pude ejercer, precisamente por el descrédito de la condena social. Sin embargo, hasta donde podía hacerlo una persona con su pasado, logró recomponerse. Siguió siendo de izquierda, pero pasó a ser extremadamente crítica de la organización subversiva donde había militado, de su dirigencia y del demencial proyecto político que dejó a miles de jóvenes a la deriva.

Los mismos organismos de DD.HH. que la estigmatizaron le levantaron después a Silvia Labayru sus vetos, luego que sus declaraciones en juicios contra la dictadura terminaran siendo decisivos para probar, aparte de las torturas, asesinatos y desapariciones, las reiteradas violaciones cometidas en el contexto de la represión, cosa que hasta ese momento la justicia argentina englobaba bajo el cargo genérico de abusos. Ella probó que el sexo forzado era algo más que abuso y esta tipificación abrió un precedente importante en los juicios contra militares.

Pasaron mas 40 años y Silvia Labayru nunca más habló. Hasta que una nota de Pagina/12 de 2021 rescató parte de su historia. A partir de ahí Leila Guerriero la contactó e hizo un trabajo de joyería para persuadirla del proyecto de este libro, como rescate de una página traspapelada de los años de la represión política, por así decirlo. El trabajo se extendió por casi dos años. Entrevistas a ella, a sus múltiples parejas, porque ella siempre fue una mujer fogosa, a familiares, a amigas y amigos, a militantes de esos años… Meses y meses de conversación.

Un trabajo descomunal, al que después la autora dio forma en una crónica detallista y devastadora que salta de Buenos Aires a Madrid, del pasado al presente, de un marido a otro, de la hija que tuvo como prisionera al hijo que tuvo muchos años después en su largo matrimonio con un español, de sus amores pasajeros a su reencuentro con un psiquiatra argentino que había sido uno de sus primeros amores. Leila Guerriero, periodista de trayectoria y de alma, editora excepcional y cronista obsesiva por los detalles, compone esta crónica que se toma arriba de 400 páginas de una sola tirada.

Es un alarde de oficio periodístico. Pero también un tributo a la escritura sobregirada. Aquí no hay capítulos y son pocos los datos de contexto. Son 400 y tantas páginas que van acumulando un fragmento tras otro, no siempre conectados entre sí. Después, claro, el lector va recomponiendo el rompecabezas en su mente. Lo central queda relativamente claro; pero lo anecdótico se confunde, se alarga más de la cuenta y finalmente se pierde. Qué duda cabe que el lector hubiera agradecido mayores referencias temporales, más síntesis y menos picoteo. Es decir, un relato más clásico.

La llamada es un libro terrible. Aunque en ningún momento intente netear la barbarie y brutalidad de la represión de la dictadura con la irresponsabilidad política criminal del terrorismo, sí entrega elementos de juicio para tomarle el peso a uno y otro fenómeno. El relato se despliega a partir de la humanidad negada y de la humanidad recompuesta de una mujer inteligente, compleja, sufrida, divertida y hasta gozosa a veces, hiperactiva, resuelta y muy enfocada en lo grande, aunque caótica en lo chico. Una mujer que uno cree conocer en una página y advierte que no conoce tres páginas después.

¿Qué es una vida como la suya, cuál es el saldo? ¿Qué se puede entender de su comportamiento, que se puede compartir y qué no? ¿Hasta dónde se puede hablar y después es preferible callar? ¿Qué nexo hay entre lo que le ocurrió al personaje por fuera y lo que le ocurría en su interior? Son preguntas que desde luego La llamada no siempre puede responder. Pero el libro, a su modo, nunca deja de plantearlas y ahí posiblemente está su principal mérito.

Está bien. Este un paciente y laborioso trabajo de investigación para entender hechos, conductas y acontecimientos que en rigor son inentendibles. ¿Cómo fue que se llegó a esta barbaridad?, nos preguntamos muchas veces en el curso de estas páginas. Y, quizás más importante, ¿qué garantía tenemos hoy en orden a distorsiones así -por llamar de este modo lo que es simplemente monstruoso y aberrante- no vuelvan a repetirse? Mientras más vueltas le damos, pareciera que menos entendemos.

La llamada, un retrato

  • Leila Guerriero

  • Ed. Anagrama, 2024

  • 430 págs.

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