Javi, Javiera, es chilena, egresada de literatura, tiene 31 años y ha llegado a Barcelona para seguir estudios de postgrado. Tiene el tipo de chica ocurrente y alocada. La novela comienza cuando va en el metro para ayudar a su amiga Laura que se quiere suicidar. No quiere llegar tarde. En el asiento al lado de ella, un anciano llora desconsoladamente, no se sabe por qué. Javi lo asiste y trata de consolarlo. Se bajan del bajón, lo ayuda a subir las escelares y cuando lo despide ya en la superficie, bueno, le roba la billetera.
Gran comienzo. Pero el nivel no se mantiene. Pronto aparecen las observaciones consabidas. Qué Barcelona no hay tanta desigualdad como en Chile. Vaya. Que nunca había vivido en una ciudad tan bonita como esa y que le encantan las ciudades bonitas. Vaya. Que la biblioteca es espléndida y no falta ningún título. Vaya.
El problema -otra novedad- es que la ciudad es cara y por eso termina, después de varios contratiempos, alojando en un piso mugriento y compartido en el Raval, un barrio histórico de la ciudad, multicultural, un poco venido a menos, donde coincide con un joven peruano, Manuel, y otra chica, también peruana, que los termina echando cuando descubre a los pocos días que ya se han acostado. Encuentran otro piso. Pero no para vivir el gran amor de la imaginación romántica de la protagonista sino la aventura del poliamor, porque descubre que el peruano tiene relación con otra chica y su novia y a esta trenza Javi también entrará.
El peruano, que toca en dos bandas de punk y está escribiendo una tesis sobre los boleros en las películas de Almodóvar, no es un fulano cualquiera. Se alimenta frugalmente, tiene especial sintonía con las plantas, nada con regularidad en una piscina cercana, tiene un bronceado fascinante, se corta puntualmente las uñas en el baño y huele bien. Ella se enciende con solo verlo, encuentra que besa rico y, a pesar de no ser un amante de grandes aspavientos y de conducirla a las altas cumbres del placer, él prefiere las relaciones abiertas: sin mucho atado, ecuménicas, diversas y plurales.
La protagonista inicialmente entra en el juego, tanto o más sorprendente que la ciudad que la ha encandilado. Pero no aguanta mucho. Al cabo de poco, arruga. Se la empiezan a comer los celos, los burgueses celos, y de ahí en adelante se suceden diversas experiencias de sexo duro, algo de alcohol, algo de drogas y también fugas -oníricas, de la imaginación o del deseo- en los que Javi, que también busca lo suyo relacionándose con un chico malo, un flaco que se llama Il Bello, quiere ser paloma, quiere ser femme fatale, quiere asesinar al conejo de la amiga, después a la amiga y al final a Manuel… Javi en principio quiere muchas cosas, pero lo que parece andar buscando es el gran amor.
¿Lo querrá de verdad? La pregunta es atendible porque lo cierto es que no le creemos mucho. Como que todo es pura palabrería y representación. Ni ella misma se cree los disfraces que se pone. El relato no es otra cosa que un Yo en constante construcción, medio en broma, medio ondero, medio chistoso y medio pop. Y si la protagonista es difusa, porque claramente no tiene mucha identidad ni ha encontrado su destino, el resto de los personajes simplemente son maquetas. Obviamente todos sabemos que las novelas son de mentira. Pero, dicho eso, también sabemos que todo tiene un límite.
La próxima vez que te vea, te mato es el tercer libro de Paulina Flores, una de las mayores revelaciones de la literatura chilena. Está a mucha distancia del primero, Qué vergüenza, publicado por Hueders en 2015, que fue un notable volumen de cuentos cruzados por relaciones familiares golpeadas, padres cesantes, amistades femeninas transitorias y enigmáticas, trabajos infames de medio tiempo, locales de comida rápida e inocencias truncadas. Eran cuentos llenos de matices, de sentimiento, de contención y pudor. Magníficos. Después anduvo extraviando su voz en el segundo libro, la novela Isla Decepción. Aquí, en su nueva novela, a lo mejor la recupera y eso hay que celebrarlo. De hecho, su prosa tiene arranque y al comienzo promete combustión. A muy corto andar, sin embargo, se enreda en una historia donde falta consistencia y sobra mucho Yo.
Puede ser un tema generacional. Aunque también puede ser un síntoma de problemas mayores: ombliguismo y falta de cocción.
La próxima vez que te vea, te mato
Paulina Flores. Ed. Anagrama, 2025. 197 págs.
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