Son muchas las ideas y experiencias que están conectadas a la noción de historia en el último libro de Alfredo Jocelyn Holt. Por ejemplo, la historia es algo que se hace sobre la base de libros. La historia es algo que leemos. La historia es relato, en un constructo, una manera de mirar y de entender el pasado.
La historia no es un tribunal que reconozca a los buenos y castigue a los malos. Tampoco una instancia catártica para reparar a las víctimas. A juicio suyo, los hechos no hablan por sí mismos, aun cuando majaderamente todos los días andemos diciendo lo contrario. Respecto de la historia no corre la cosa juzgada del derecho ni tampoco la prescripción. Ningún libro de historia, por bueno que sea, clausura el debate. Lo más probable es que lo abra, lo reabra y vuelva a encender la pradera. “No seamos ingenuos -dice el autor-. La historia es territorio en disputa”.
El libro se titula precisamente La historia en disputa y reúne un conjunto de ensayos y artículos clarificadores respecto del lugar desde el cual el autor ha estado realizando su trabajo e interviniendo en el debate público durante décadas. En muchos sentidos, este es un libro que reivindica la libertad intelectual, la imaginación y la apertura deliberativa que entraña el ensayo histórico interpretativo como género de admirable tradición en Chile.
Es un registro muy específico, muy suelto, generalmente con pocas notas de pie de página, opuesto tanto al tratado canónico como los intentos de instalar historias oficiales y verdades para siempre. Si hay algo que la historia no tiene es precisamente fin.
Semejante soltura es lo que le permite al autor comparar un acontecimiento con otro, saltándose a veces siglos de distancia sin pedirle permiso a nadie. Es lo que lo lleva a preguntarse qué hubiera ocurrido de no mediar tal personaje o episodio, historia conjetural. Es lo que lo hace invocar a menudo un poema o una pintura, convencido como está de que estos motivos pueden contener más verdades que los archivos históricos. ¿Discutible? Precisamente, de eso se trata.
Este libro por supuesto da cuenta de planteamientos por los cuales el autor se ha jugado desde siempre y a fondo. Por ejemplo, que historia no es lo mismo que memoria; que la elite chilena surgida inicialmente de los conquistadores, dedicada enseguida a la agricultura en el Valle Central y fortalecida con el capital y los talentos de sectores como el comercio, la industria y la minería, además de establecer un orden señorial, cumplió un papel decisivo tanto en la gestación como en el desarrollo del país; que esa elite, a su modo y dentro de su endogamia, se fue sofisticando y diversificando, al punto de forjar, sobre todo en la segunda mitad del siglo XIX, un modelo de sociedad que supo balancear relativamente bien el orden, la estabilidad social, el crecimiento económico, las libertades públicas y el régimen político; que Chile debiera agradecer haber conocido una forma de liberalismo moderado que, junto con facilitar la modernización e ir admitiendo las divergencias respecto de credos y valores, fue capaz de mantener la unidad de la clase dirigente y alertar, hasta donde se pudo, claro, los riesgos del militarismo y de la política populista, que terminarían capturando gran parte del siglo XX; que fue una élite más bien pragmática, adversa al autoritarismo presidencial, abierta a la negociación y en general sensata, porque operó con destreza mientras se mantuvo unida, hasta que se descompensó cuando entraron nuevos actores sociales al espacio público.
Otra cosa: que desde los años 60, extremando la idea de las planificaciones globales de Góngora, Jocelyn Holt cree que venimos apostando a una revolución tras otra, cada vez más desilusionados, en una dinámica muy poco liberal que nos llevó de la revolución en libertad a la revolución silenciosa neoliberal, pasando entremedio por revolución socialista con sabor a empanadas y vino tinto de Allende.
Dividido en cinco partes (naturaleza de la reflexión histórica, relación entre historia y memoria, el tema de las elites, un repaso a la historia de Chile y un brillante apartado final de orden historiográfico), La historia en disputa contiene apuntes valiosos para procesar las resacas de las desilusiones de la sociedad chilena de los últimos años y no le saca el bulto a la polémica.
El autor de La escuela tomada sabe picar donde duele y, como se ha dicho tantas veces, tiene algo de tábano. También algo de lobo estepario porque, quiéralo o no, se ha ido quedando solo. Y sin llorar. No le gusta a la izquierda, formuló lapidarias críticas al travestismo del mundo socialdemócrata, es mirado con desconfianza por la derecha y ha sido extremadamente crítico del frenteamplismo. Pero tiene una cabeza que, además de díscola, es inteligente cuanto conecta hechos que aparentemente no se tocan, cosas que como el gusano y la mariposa salen de la misma matriz y fenómenos que se parecen, por mucho que unos vistan de fiesta y otros vayan en ropa de calle.
Tres de los trabajos recopilados, buenísimos, se salen del eje de la historia de Chile. Uno le hinca el diente al tema de la revolución, básicamente a partir de Trotski. Otro a las dilemas morales y políticos envueltos en la bomba atómica y un tercero a los ecos del atentado de las Torres Gemelas.
Este libro está irrigado por una mente que respira, trasunta y vive dándole vueltas a la historia. Y es fantástico leerlo tanto desde la convergencia como desde la divergencia.
La historia en disputa
Reflexiones y debates 1991-2024
Alfredo Jocelyn Holt. Selección y edición en conjunto con el autor de Santiago Aránguiz
Fondo de Cultura Económica, 2024, 454 págs.
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— Ex-Ante (@exantecl) February 1, 2025
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