Enero 24, 2025

“Lo matamos por segunda vez”: El inédito relato y el mea culpa del autor de las falsas memorias del general Prats

Ex-Ante

Eduardo Labarca, ex periodista estrella del PC y destacado escritor, acaba de lanzar “Pésima Memoria”, una autobiografía no convencional donde relata sus numerosas peripecias personales y políticas. Uno de los capítulos más reveladores es su rol en la falsificación del diario del general Carlos Prats, asesinado por la Dina en 1974. Labarca relata cómo la tarea le fue encomendada en Moscú por un alto dirigente del PC —Volodia Teitelbom, aunque no lo menciona por su nombre— por encargo de la nomenclatura soviética. Es al mismo tiempo una historia descarnada de falta de escrúpulos y un mea culpa valiente y sin anestesia. “Nos aprovechamos de su figura y al Prats verdadero lo matamos y sepultamos por segunda vez. Así de simple”, escribe Labarca. El PC, en cambio, nunca ha admitido su responsabilidad. A continuación, extractos de ese capítulo.


OK, okay u okey (ustedes eligen), ya estoy metido en el tema o el tema se metió conmigo y para sacármelo tengo que volverlo a digerir. Digerirlo en Moscú donde todo comienza a mediados de los 70. Me llama a primera hora nuestro jefazo, un escritor conocido como “la cabeza más brillante del PC” en alusión a su brillo intelectual… y a su calvicie. Y allá voy yo a la oficina secreta del PC de Chile en Moscú, situada al fondo del “Callejón de los armenios”, “el “Армянский переулок”, cuyo nombre suena “armianski piriuloc”, por lo que un puñado de chilenos con licencia para ingresar allí lo llamamos simplemente el “Pirulo”. “Quiero que le des una mirada a esto y conversemos mañana a las nueve”, y me pasa un sobre grande de papel manila de medio kilo.

En mi kvartira, departamento de la ulitsa Vavílova 79, sito en el Cheriomushky Rayon, distrito de los cerezos, extraigo del sobre un legajo de un centenar de hojas mecanografiadas tamaño A4, y al leer el nombre del autor estalla mi asombro: se trata del diario del general Carlos Prats González, diario inédito, pues se dijo que los sicarios de su ex compañero de armas Pinochet se habían llevado sus escritos tras asesinarlo en Buenos Aires. A las 10:16 me zambullo entusiasmado en las primeras líneas en forma de dedicatoria, a las 10:17 la lectura me da dolor de muelas y a las 10:18 ya sé que se trata de una burda falsificación.

(…)

¡Caray! No se trata de un “diario” falsificado por algún chileno entusiasta, sino que de un panfleto escrito en la antilingua supuestamente española, cargada de “sovietismos” rimbombantes.

(…)

A las nueve de la mañana siguiente estoy de regreso en el Piriuloc donde el camarada de brillante cabeza me pregunta: “¿Qué tal?”.  “Basura”, respondo, y le alargo de vuelta el mamarracho. En lugar de recibirlo, me dice: “¿Puedes arreglarlo?”, le respondo: “No tiene arreglo”, y él insiste:

—Tú sabes que “los dueños de casa” le dan importancia suprema al tema militar y nos achacan que fuimos débiles al no enfrentar a los golpistas a balazos. Te habrás dado cuenta de que ellos son los creativos de este “diario”. Llévatelo, aprovecha lo que puedas, reescríbelo y tómate el tiempo que necesites, en la radio te van a dar un permiso médico indefinido.

(…)

Transcurren los segundos, minutos: yo silencio. ¿Qué debo contestar? ¿Puedo negarme? Sí, puedo. No se trata de una orden sino que de una petición, y aunque viene de un jefazo de mi partido, puedo responder que no estoy de acuerdo en escribir falsedades o que no me siento capaz. El asunto es confidencial y mi negativa no pasaría más allá, tal vez encargarían la tarea a otro, aunque mi interlocutor y yo entendemos que aparte de mí no abundan los plumarios capaces de ejecutarla. Pienso y vuelvo a pensar, le doy vueltas al asunto ante la mirada impaciente de mi interlocutor, finalmente carraspeo, me meso el bigote y en voz clara pero suave digo:

—Bueno.

¿Por qué no me niego? Por una ensalada de razones: en el fondo me alaga ser el elegido para una tarea de esta envergadura, me seduce su carácter secreto digno de una novela de espionaje de John le Carré, además, me parece una idea audaz.

(…)

Y ahí estoy yo en mi casa con una licencia médica de “operado de las amígdalas”, comprobando que el pintoresco original del “diario” es por lo menos fiel en lo que se refiere a las fechas en que Prats circuló por aquí, por allá, se reunió en La Moneda con Allende, concurrió en el norte o en el sur a tal unidad militar, llegó aquí a Moscú en vista oficial. Se trata de datos tomados evidentemente de la prensa y valen por su precisión. Otra cosa son las “ideas” atribuidas a Prats. Las que no consisten en citas de sus discursos o de documentos de su propia pluma revelan una estulticia pasmosa.

En largas parrafadas, el avatar de Prats alaba la “Revolución Chilena” con mayúsculas, declara que el ejército apoyará con fusiles, cañones y tanques a la “Patria Socialista” y pide que Chile firme sin demora un tratado para recibir tanques y baterías antiaéreas, ametralladora, fusiles AK de la “heroica Unión Soviética”, un país del que regresa deslumbrado tras su visita. En el texto, los “rusismos” de los cagatintas que lo redactan chorrean por todos lados.

(…)

El mismo dirigente de calva brillante que me entregó el malhadado “original” sin ocultarme que era falso viajará a México a entregar mi texto bienhadado a Marcelo Cornejo (personaje real, nombre ficticio), chileno con importantes vínculos en ese país, al que le “garantizará” su autenticidad, de lo que según el mentado dirigente daría prueba la firma del general Prats estampada al final del libro, firma eficientemente falsificada por los calígrafos de los servicios secretos de los “hermanos mayores”. Cornejo consigue la publicación del “diario” en la poderosa editorial del Fondo de Cultura Económica que imprimirá, también de buena fe, cien mil ejemplares de mi libro profundo e inspirado, que será reseñado por el The Guardian, The Washington Post, Le Monde, El País y, por supuesto, Pravda.

(…)

Cumplida la hazaña y publicada mi obra de yo-Prats, vuelvo a ser yo-Labarca, orgulloso de mi primer bestseller, y me duele la imposibilidad de vanagloriarme públicamente de mi hazaña. Pero… pero… a medida que pasan los años, tres, siete, diez, y que las nieves del tiempo van plateando mi sien, un bichito comienza a picotearme la sesera. ¿Teníamos, tuve yo, derecho a colgarle este “diario” al soldado que pagó con su vida y la de su esposa, Sofía Cuthbert, su lealtad a la Constitución y al presidente Salvador Allende?  (…)

La iniciativa partió de los “hermanos mayores” en un país, la URSS, donde las decisiones bajaban verticalmente sin que nadie se preocupase de las personas afectadas por esas decisiones, y menos aún del general de un lejano país, que no tenía voz porque lo habían asesinado. A quienes concibieron esta artimaña no les interesaban las tribulaciones del general Prats, el verdadero, la reflexión profunda y meditada que lo llevó a garantizar con su autoridad y su prestigio el desarrollo pacífico del gobierno de Salvador Allende. El proyecto de los “hermanos mayores”, al que nosotros nos incorporamos sin pensarlo dos veces, consistía simplemente en estrujar el nombre del general, ponerlo a pelear después de muerto como el Cid Campeador para allegar agua al molino político de la URSS y de nosotros, a quienes ellos llamaban “los patriotas chilenos”. (…)  Si el derecho a la vida de Prats había sido violado por sus asesinos, nosotros después de su muerte inventamos un Prats a nuestra medida, nos aprovechamos de su figura y al Prats verdadero lo matamos y sepultamos por segunda vez. Así de simple.

De igual modo, el dirigente de amplia calvicie que entregó en México el diario apócrifo a Marcelo Cornejo, un chileno tan exiliado como nosotros, asegurándole que era auténtico para que diera la cara de buena fe ante la editorial, cometió una putada imperdonable hacia ese intermediario. Lo utilizó sin el menor cargo de conciencia, así como los “hermanos mayores” y nosotros, los dóciles “hermanos menores”, pretendíamos sacarle el jugo a la noble figura de un general vilmente asesinado.

(…)

El tiempo seguía corriendo y transcurridos treinta años de la aparición de mi obra de yo-Prats, en mi novela Cadáver tuerto, premiada por el Consejo del Libro como la mejor que se publicara en 2005, yo-Labarca me tiro a la piscina vacía desde el trampolín olímpico de veintisiete metros y revelo en clave mi intervención en la falsificación del diario de un “General Diferente”, escrito en una ciudad llamada Acullá, cuyas nieves son calcadas de las de Moscú. (..) Ha llegado el momento, le confieso mi autoría del “diario” y estalla el notición. ¡Un alivio! Aunque mi imagen se hunda en el abismo, he decidido restablecer la verdad histórica, y en una sucesión de encuentros personales, precedidos por una discreta gestión de mi amigo abogado Isaac Frenkel, presento mis excusas a cada una de las tres hijas del general Prats (…) Solo en 1985, en un tiempo en que nuestro país ha perdido actualidad en el mundo, las hijas conseguirán publicar en Chile las memorias auténticas que habían rescatado nueve años antes y, lo que es peor, a pesar de ello muchos autores seguirán citando el diario apócrifo. Yo suplanté a su padre y me tienen un rencor justificado, enojo y a la vez curiosidad por conocerme.

(…)

A diestra y siniestra afirmo que la falsificación fue un acto absolutamente voluntario de mi parte y que asumo la responsabilidad al 200%. Sin nombrar a personas ni instituciones, cargo con la “culpa” en forma solitaria. Y por supuesto, nadie, ni el brillante dirigente que me entregó el mamotreto inicial, ni un solo chileno ni ciudadano soviético, absolutamente ninguno de los involucrados dará jamás un paso al frente: yo soy el único villano de este thriller, el criminal que recibe las patadas, los garrotazos y los escupitajos de lado y lado sin que nadie apueste un centavo por mí. El Partido Comunista niega toda participación en el asunto, insinuando que actúo por oscuros intereses (…)

(…)

Hallándome en 2018 en Viena, recibo una llamada por teléfono de Thomas Rid, académico de la Universidad Johns Hopkins de EE.UU., experto en asuntos de espionaje, que quiere entrevistarme sobre el “diario” de Prats. De su boca me entero de que la iniciativa del diario apócrifo, que yo siempre creí proveniente del círculo de los amigos soviéticos que participaban en la solidaridad con Chile, fue en realidad pergeñada en las alturas como revelan los documentos desclasificados del KGB, el equivalente a la CIA de la URSS. Allí se consigna que la idea del “diario” de Prats se concibió y ejecutó al más alto nivel. Un par de años más tarde, en su libro Active measures, Rid describirá los pormenores de esa operación, que recibió el visto bueno sucesivo de cinco mandamases hasta llegar a la cúspide, el Politburó y el Secretariado del Partido y su jefe, Leonid Brezhnev.

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