¿En qué se relaciona don Julio Chaná, decano de la Facultad de Comercio y Ciencias Económicas de la Universidad Católica, en el año 1956, con Jorge Claro, fundador del canal de fútbol? ¿Cómo un país pasa de tener interventores comunistas en sus principales bancos a gozar de un mercado de capitales fundado en la iniciativa privada, dinámico e integrado con el mundo?
Las respuestas, en parte, se pueden encontrar en el interesante y entretenido libro publicado por el exministro José Ramón Valente, titulado “Pioneros del capital”. Éste es una ágil historia del mercado de capitales chileno desde comienzos de los años setenta hasta hoy, a través de múltiples entrevistas de varios de los principales protagonistas de estos sucesos.
Quizás este libro debería leerse a continuación de aquel escrito por Sebastián Edwards, recientemente publicado en español “El proyecto Chile, la historia de los Chicago Boys y el futuro del neoliberalismo”. No es casualidad que ambos se inician refiriéndose al ya mítico acuerdo de colaboración firmado por Julio Chaná y la Universidad de Chicago en 1956, en donde la Facultad de Comercio de la PUC enviaría a buenos alumnos a formarse en el programa de postgrado en Economía de Chicago, y a su vez, profesores de Chicago vendrían a Santiago a impartir cursos.
En el caso del libro de Valente, este acuerdo y su importancia refundacional para la Escuela de Economía de la PUC es señalado en la primera entrevista y quizás una de las más relevantes, la de Jorge Gabriel Larraín, importante ejecutivo histórico del Grupo Matte, profesor de finanzas por más de 20 años en la facultad y uno de los alumnos de los primeros retornados del programa (Ernesto Fontaine y Sergio de Castro). Larraín también partió a Chicago a mediados de los sesenta al programa de MBA y relata cómo en ese entonces impartían clases varios premios Nobel de Economía y muchos otros que después lo serían (Lucas, Becker, Fama, Miller).
Probablemente, si quienes firmaron este acuerdo de colaboración hubiesen sospechado su alcance, influencia y resultados, lo habrían hecho con mano temblorosa y un dejo de asombro del poder transformador de las ideas, cuando éstas se fundamentan en la búsqueda sincera de la verdad basada en estudios empíricos rigurosos.
Uno de los elementos interesantes que trasuntan varias de las entrevistas del libro de Valente es el énfasis en la importancia del retorno a Chile de muchos de los becados a Chicago, al ser parte del acuerdo original, por la obligación de quienes años después se beneficiaron de las becas Odeplan, impulsadas por Miguel Kast, o porque sencillamente, como consecuencia de las ideas transformadoras de Chicago, la economía chilena dio un salto insospechado y para muchos volver a trabajar a su país era lo más rentable y obvio. No era éste el caso de muchos países de nuestra región que veían a numerosos de sus mejores cerebros quedarse trabajando en la primera potencia mundial.
El semillero de alumnos formados por los primeros Chicago Boys y que se convierten en la generación que parte a Estados Unidos en los setenta y ochenta, tuvo a su vez una particular circunstancia: el haber estudiado juntos en un campus alejado (Paul Harris, hoy Academia de Ciencias Policiales de Carabineros) y único para ellos, en los extramuros del Santiago aún provinciano de los sesenta.
En esta facultad se forjaron confianzas y amistades, no se perdieron clases durante los convulsionados años sesenta e inicios de los setenta, y se formaron varias generaciones de ingenieros comerciales que luego ingresaron al gobierno militar o estuvieron en etapas tempranas de sus vidas a cargo de modernizar las anticuadas estructuras administrativas del sector privado.
Lo interesante del libro de Valente es que se refiere, específicamente, al gigantesco salto que se pega el mercado de capitales chileno como consecuencia de las reformas estructurales de la economía chilena, y cómo este salto dinamiza a su vez a ésta y le permite entrar en un círculo virtuoso de más de treinta años.
Probablemente el mercado de capitales, como es descrito por muchos de los entrevistados, no era el elemento central del Ladrillo 1 y 2 al que se refiere Jorge Gabriel Larraín en su entrevista. En una economía cerrada al mundo, hiper-estatizada e hiper-regulada, con inflación galopante y que debió además afrontar la crisis mundial de 1975 (ver mi columna de Ex Ante “50 años después”), la prioridad no era si nuevos emprendedores tendrían acceso al mercado de capitales. Las necesidades eran mucho más básicas, aunque algunas sí tenían relación con el crédito y las tasas de interés, fuertemente distorsionados e intervenidos durante la Unidad Popular.
De esta manera, la obra de Valente describe más bien lo que comienza a ocurrir a mediados de los ochenta y se acelera fuertemente durante los noventa. El big bang de nuestro mercado de capitales ocurre luego de la creación del sistema de pensiones de capitalización individual, y de la consecuente necesidad de éste de contar con un mercado de capitales moderno, transparente y profundo para invertir los cientos de millones de dólares de ahorro de largo plazo (algo nuevo y único en un mercado emergente de la época). Es interesante, en este sentido, la entrevista a Fernando Sánchez, hoy dedicado a los fondos inmobiliarios, pero en 1981 uno de los primeros empleados de la recientemente creada Superintendencia de AFPs.
En ella se puede constatar el importantísimo rol de los egresados de ingeniería comercial de la PUC (“los canteranos de Paul Harris”), en construir y diseñar el fino entramado de reglamentos y regulaciones que permitirán el incipiente desarrollo del mercado de capitales chileno. También es interesante constatar en otras de las entrevistas (Alejandro Ferreiro, Guillermo Tagle, Joaquín Cortez), cómo este esfuerzo fue continuado una vez vuelta la democracia, al constatar las nuevas autoridades del rol dinamizador del mercado de capitales. Poco se señala el importantísimo rol de éste en el financiamiento del gasto del estado de Chile o en el financiamiento de la vivienda para la clase media.
Otra de las ideas fuerza que trasunta muchas de las entrevistas es el poder de la destrucción creativa schumpeteriana, una vez que se le abren a personas con talento la libertad de emprender. Muchos de los entrevistados son empresarios de las finanzas que desarrollaron nuevas empresas, nuevos mercados o nuevos negocios financieros dentro de empresas establecidas. Ello gracias a los conocimientos técnicos aprendidos muchas veces en sus facultades de negocios o en sus postgrados, pero sobre todo gracias a un ambiente que fomentó la creación de riqueza financiera y sus insospechados efectos en la economía real.
Desde el impresionante desarrollo del retail chileno o del sector salmonero, gracias a la posibilidad de abrirse en bolsa, a la creación de las primeras multinacionales chilenas, que gozaban de un mercado interno en crecimiento y un bajo costo de capital, al impresionante crecimiento de la banca tradicional que le permitió a Chile ser el país con el mayor crédito interno de la región, no cabe duda que el mercado de capitales ha sido una de las palancas del crecimiento chileno en los últimos 30 años. Sin este, es muy probable que el efecto desacelerador de políticas públicas mal pensadas o mal diseñadas, se habría sentido antes. Sin él, probablemente la esperanza de que el país pueda volver a tasas de crecimiento razonables sería mucho menor.
En este sentido, es ilustrativo de lo que hoy ocurre en Chile y se refleja en las últimas entrevistas, en donde se hace mucho énfasis en nuevos emprendimientos que le ayudan a las familias de alto patrimonio a diversificar la enorme riqueza creada, pero esta vez fuera del país. Sin duda, esto es un fenómeno normal incluso en mercados desarrollados. Pero no deja de ser alarmante que hoy la primera preocupación no es crear nuevos negocios en Chile (y hay muchos listos para hacerse si se elimina la permisología e impuestología), sino cómo ayudar a cientos de chilenos a supervisar sus negocios globales.
Quizás la esperanza surge de la última entrevista a Cristóbal Undurraga, en donde se lee un buen ejemplo de cómo numerosos family offices locales se han transformado en impulsores de la revolución de startups chilenas de los últimos años. Esto, justo en paralelo cuando más de un opinólogo local reiteraba que “a los capitalistas chilenos sólo les interesaban las rentas extractivistas”.
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