-¿Dónde estudiaste, Marcos? ¿En el Verbo o en el San Ignacio?, me preguntó un importante head hunter a principios de los años 2000, en una entrevista para un cargo al que había sido invitado a postular, después de haber dejado la conducción de Codelco.
-En el Instituto…, contesté. Antes de terminar, mi interlocutor me interrumpió: ¡En el Instituto Nacional! No, continué diciendo… en el Instituto del Puerto de San Antonio.
-Me estás w…, fue el espontáneo comentario de mi sorprendido entrevistador.
Esta anécdota volvió a mi memoria, a propósito del interesante foro “Retos y oportunidades para el desarrollo económico de América Latina” realizado hace unos días y que ha sido objeto de variadas discusiones en la prensa. Participaron el profesor de Chicago, James Robinson, autor -junto a D. Acemoglu- de un par de libros notables: “Por qué fracasan los países” y “El pasillo estrecho”, y los ex ministros de Hacienda, Andrés Velasco e Ignacio Briones.
El profesor Robinson plantea que Chile ha superado al resto de América Latina, gracias a la explotación de recursos naturales, sus instituciones, la organización del Estado y su baja corrupción. Un modelo que combina, dice, fortaleza institucional con “favoritismo” -una manera elegante de referirse a la endogámica élite chilena-, que se reproduce a través de “la emergencia de un bien definido y estable criterio cultural para llegar a la élite: haber estudiado en un colegio particular como el Verbo Divino, el San Ignacio o el Tabancura”.
Esta situación no es novedad. Ha sido documentada cada 10 años por Seminarium, empresa pionera en la búsqueda y selección de talentos que, desde 2003, hace un estudio sobre la élite empresarial chilena -presidentes de directorio, gerentes generales y jóvenes ejecutivos destacados, todos de empresas grandes- y que refleja la excluyente ruta para llegar a ella: 10 colegios, dos universidades y dos carreras. Lo lamentable es que, en vez de disminuir, esta tendencia se ha agravado al deteriorarse la convivencia y la calidad de los liceos públicos emblemáticos (¡¡qué drama!!) y agregarse la incorporación de los postgrados en el extranjero. Según el estudio de 2023, “la participación de establecimientos financiados por el Estado sólo representa un 10% para el conjunto de la élite corporativa como un todo”.
No es un tema menor para Chile ponernos de acuerdo acerca de cómo superar el frustrante nivel de crecimiento de los últimos 10 años, base indispensable para seguir avanzando hacia alcanzar el status de un país desarrollado. Con mejor educación, más prestaciones sociales, calidad de vida, equidad y tantos otros indicadores aún en deuda. Y qué decir del balde de agua fría que ha sido el informe del Banco Central sobre el paupérrimo nivel que se espera para el crecimiento tendencial en los próximos años.
¿Será que hemos agotado nuestra inventiva y al compartir los mismos paradigmas, no encontramos la solución a nuestro estancamiento?
Es por ello que los comentarios del profesor Robinson resultan relevantes. Dice que los chilenos sentimos que nuestro país puede llegar al desarrollo, a diferencia del resto de nuestros vecinos latinoamericanos, ya que tenemos aspiraciones y estándares más altos; algo muy positivo, pero que induce una sensación de infelicidad y promueve la actitud autoflagelante que nos caracteriza. A pesar de los éxitos alcanzados, Robinson sitúa a nuestro país en un momento de transición y plantea que necesitamos ser más inclusivos, si queremos alcanzar el desarrollo.
No es trivial que Robinson haya iniciado su conferencia recordando a Thomas Edison, un inventor que, siendo de estrato bajo, fue capaz de alcanzar grandes logros gracias a su talento para innovar. Algo que es fundamental si queremos salir de los mediocres indicadores de productividad que en Chile no crecen desde hace 20 años. Si revisamos diversos estudios sobre los factores que alimentan la creatividad, estos apuntan a que ella florece cuando quienes poseen la motivación y el talento para innovar tienen la esperanza de un trato justo. También cuando existen los estímulos adecuados a la experimentación y a la crítica, y las recompensas se reparten de acuerdo a los méritos y éxitos alcanzados. Ahí está la clave de una barrera a superar.
No sólo los ejemplos de nuestros premiados Gabriela Mistral y Pablo Neruda, nacidos lejos de la metrópoli y educados fuera de los colegios de élite, reflejan que el talento no es patrimonio de un grupo social determinado. Siendo profesor en dos universidades de élite y habiendo hecho clases en ambas ingenierías (desde hace más de 50 años), doy fe que el talento no está concentrado sólo en esos colegios de élite. ¡¡¡Qué talentos estamos perdiendo, cuando preguntamos en qué colegio estudió!!!
Es por ello que celebro a la minería, un ejemplo de meritocracia. Los CEOs de las tres principales empresas privadas, Escondida, Antofagasta Minerals y Collahuasi provienen de Antofagasta, Concepción y Santa Cruz/Palmilla, respectivamente, a los que se suman ejecutivos de Iquique, Ovalle, Curacaví, Oficina Salitrera Pedro de Valdivia y muchos pueblos y ciudades de Chile.
“Los países exitosos son aquellos que se adaptan a circunstancias cambiantes y nuevas sociedades”, dice el Profesor Robinson.
Necesitamos de una sociedad y de empresas que valoren las capacidades de las personas por lo que son y pueden llegar a ser, y no por el colegio en que estudiaron. El talento está distribuido uniformemente en todas las clases sociales y es un desperdicio no generar los incentivos adecuados para aprovecharlo, esté donde esté.
A pesar de que comparto la idea del profesor Velasco planteada en ese seminario, en el sentido que no superaremos el actual estado de cosas en el país si no corregimos un sistema político inoperante, la inclusión en empresas y organizaciones también es un motor de progreso y debemos impulsarla.
¡Viva Chile, primer país latinoamericano que alcanzará el desarrollo!
Fernando Araya, CEO y cofundador de Tenpo, lidera la fintech que está marcando un hito en la banca digital chilena. Desde su salida de Caja Los Andes en 2019 hasta la inminente conversión de Tenpo en neobanco, su apuesta por la digitalización e inclusión financiera ha redefinido el acceso a servicios bancarios en Chile.
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