Julio 5, 2025

El primer siglo de una novela clásica y descomunal: “El gran Gatsby”. Por Héctor Soto

Ex-Ante

Posiblemente no hay en la literatura del siglo XX páginas más bellas y conmovedoras que las de esta novela romántica, triste y de ribetes cósmicos. Tal vez sea un libro que no conversa muy bien con estos tiempos. Pero, como lo prueba Rodrigo Fresán en un encendido manifiesto, sus alcances siguen siendo colosales.


Cien años está cumpliendo El gran Gatsby y la novela sigue siendo un prodigio en términos de belleza, lirismo y penetración. Cuando se publicó en 1925 tuvo un éxito atendible, pero curiosamente en los años siguientes fue pasando al olvido. Después de la guerra, sin embargo, cuando ya su autor llevaba cinco años muerto, el mundo literario la reconoció como la obra maestra que siempre fue.

Víctima en cierto modo del éxito demasiado temprano, Fitzgerald, que murió a los 44 años, lo pasó pésimo hacia el final de su vida. Nunca volvió a tener un éxito de estas proporciones, su gran amor, Zelda, permanecía en una clínica psiquiátrica, se había vuelto un alcohólico inseguro y recurrente y ya no tenía, como él mismo lo señaló, otra autoridad que la del fracaso.

Así y todo, su legado influyó en varios escritores de las generaciones siguientes: J:D. Salinger, Richard Yates, Norman Mailer, John O’Hara, Joan Didion, Tobias Wolf, Richard Ford, hasta llegar incluso a Foster Wallace o Murakami, que no solo la considera una obra maestra sino que también la tradujo al japonés.

El gran Gatsby es básicamente una historia de amor no correspondido. Quizás la mejor que se ha escrito sobre este tema, donde también califica, unos puestos más atrás, seguramente, Servidumbre humana, de Somersert Maughan.

La historia no dice mucho. Un muchacho de 18 años, que se hace llamar Gatsby aunque no sea su verdadero nombre, recién enrolado en el ejército y en vísperas de ir a combatir a Europa, conoce en una fiesta en Louisville a Daisy, una chica mimada, encantadora y preciosa. Hija de una familia rica, “era la primera chica bien” que conocía y vivió con ella el momento más glorioso del amor romántico del siglo XX, cuando “tomó a Daisy una quieta noche del mes de octubre, la tomó entera porque no tenía derecho en realidad ni siquiera a tomarle una mano”.

Desde luego el joven queda prendado y parte a la guerra. Pasa el tiempo, termina la guerra y la comunicación nunca es fluida. Ella, quizás por impaciencia, finalmente acepta la propuesta matrimonial de un de un polero rico, arrogante y exitoso. Había sido “uno de los más potentes punteros en New Haven, una figura nacional en cierto modo, uno de esos hombres que alcanzan una excelencia tan estrictamente delimitada a los 21 años que todo lo posterior sabe a anticlímax”.

Aunque Gatsby se entera de haberla perdido, cuando regresa, cinco años después, apuesta a reconquistarla porque ahora, a diferencia del muchacho pobre que fue, es inmensa, estruendosamente rico. La novela se abre entonces al gran tema del optimismo estadounidense, al tema de la segunda oportunidad.

Hasta aquí esta historia puede ser hermosa, dramática e incluso apasionante. Pero lo que convierte al Gatsby en una novela excepcional es (1) la forma en que está escrita y (2) el hecho de estar narrada por un testigo privilegiado, Nick Carraway. Es un empleado de una firma financiera, medio pariente de Daisy, que se hace amigo de Gatsby porque es su vecino y que, dos años después de ocurridos los hechos, cuenta la historia del personaje.

Carraway bien puede ser el narrador más inspirado, más compasivo, más transparente y más leal a los códigos de la amistad masculina que haya visto la novela del siglo XX. Es un sujeto reflexivo y que mira con cierta distancia el peligroso enjambre de pasiones, candores, ideales, despilfarros y traiciones en que su amigo se ha metido. El gran Gatsby es en cierto modo una doble historia de amor. La de Gatsby por Daisy y la de Nick por ese millonario ingenuo que ha vuelto para retomar su historia de amor donde mismo la dejó antes de la guerra.

Al lado de Ulises, de En busca del tiempo perdido, de Cien años de soledad, El gran Gatsby figuró con frecuencia en los listados de las diez mejores novelas del siglo XX. Sin embargo, las últimas dos décadas han vuelto a postergarla. Hay algo en Gatsby que tal vez no converse bien con los días de corren. Los milennials, a diferencia del personaje de Fitzgerald, no le toman mucho el peso al pasado e, incluso más, lo respetan poco. Y el pasado en el Gatsby no solo es determinante sino además se parece mucho a una fatalidad que contraría una a una las promesas del futuro.

En ese sentido, Gatsby nada contra la corriente del voluntarismo. ¿Será esto lo que la ha estado bloqueando, a pesar de la adaptaciones fílmicas que se han hecho (no muy buenas) y de lo espléndido que es este libro como espejo de esa época disipada, libertina y enloquecida que fueron “los años locos”? Es difícil dar respuestas concluyentes.

Pero está al margen de dudas que es un libro extraordinario. No solo tiene inscrito el sello del genio. También tiene inoculado el del encanto, el del lirismo, el de la tragedia y el desgarro. Es una novela que aun hoy marca un antes y un después para quien la lea. Por lo mismo no tiene nada de raro que Rodrigo Fresán, escritor, editor y traductor argentino residente en España, que lee una vez al año esta novela, haya sacado en marzo pasado un pequeño opúsculo, El pequeño Gatsby, que reúne un torrente informativo inverosímil de trivia, de correlaciones, de referencias, de notas de pie de páginas, de hipótesis y conjeturas que están tanto en las profundidades como en los cielos de esta novela gigantesca. No siendo un ensayo especialmente analítico, este librito debiera llegar este mes a nuestras librerías y vale sobre todo por su entusiasmo e incondicionalidad. Es la prueba de fuego de un fan, el grito de combate para que la fanaticada mantenga encendido el fuego de la admiración y la incondicionalidad.

Fitzgerald escribió El gran Gatsby en sus años de plenitud literaria, social, económica y sentimental. Después todo eso se derrumbaría, hasta convertirse, con “la autoridad que da el fracaso”, en el arquetipo del escritor herido y camino a la autodestrucción. Tal como para el legendario personaje de su mejor novela, para Fitzgerald no hubo segunda oportunidad.

El gran Gatsby

F. Scott Fitzgerald. Tajamar Editores, 2016. 197 págs.

 

El pequeño Gatsby

Rodrigo Fresán. Debate. 2025. 115 págs.

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