Divertida y cargada de una crítica social que se desliza sutil, El Buen Patrón se nos abre como una historia amable y “provinciana”.
Julio Blanco (J. Bardem), dueño de una empresa de balanzas industriales, en una ciudad de España, inicia la semana con un sencillo discurso inspirador, desde las alturas de la plataforma de las oficinas de la fábrica, hacia sus amados empleados. En estos días llegará la comisión del Gobierno local que cada año premia a la mejor empresa. Y Julio tiene en su amplia y hermosa casa una pared tapizada de estos premios. No será este el año en el que se queden sin el correspondiente galardón.
Blanco es un hombre al que le preocupa cada uno de sus empleados: sabe que su bienestar personal incide en su desempeño, algo que involucra a toda esa comunidad laboral.
Por eso, lleva a almorzar a uno cuando ve que algo le ocurre con su mujer; o a un viejo operario, que va los domingos a su casa a repararle la cortadora de pasto, le ayuda con sus influencias cuando le cuenta angustiado que su chaval “se metió en una riña”.
Este buen patrón va por la vida solucionando los problemas de sus trabajadores.
No todo es tan sencillo, ciertamente. Un tozudo ex empleado armará un campamento donde se instalará a protestar por haber sido despedido, en un terreno junto a la fábrica. El jefe de despacho que sospecha de su mujer se pone fuera de sí. Y una de las tres jóvenes guapas que llegan como pasantes parece muy interesada en Blanco.
El guion está tan perfectamente armado que el espectador no alcanza a percibir en qué momento las soluciones en que se aplica Blanco se van trenzando en una espiral de efecto contrario. A tal punto, que lo que parecían asuntos sencillos se vuelven enredados problemas que escalan y crecen incontrolables.
Junto con ello, van asomándose el cinismo y las muy egóticas motivaciones detrás de las tan bondadosas acciones de Julio Blanco.
Muchas situaciones se salen de madre progresivamente y con consecuencias insospechadas. Nada que detenga los propósitos de nuestro protagonista, no importa lo que haya que hacer. Incluso es sagaz para sacar provecho de algunas situaciones, improvisando un “feminismo” y otros signos de corrección política que jamás lo han ocupado. Con que lleguen los premios y la fachada siga en pie, todo bien.
Bardem está asombroso en un rol con muchos dobleces: su personaje, que siempre mantiene su apariencia simplona, directa y sencilla, esconde muchas “capas” que se nos va apareciendo sin el menor aspaviento. Tampoco es que el sujeto sea un malvado de manual. Julio es un tipo a la antigua (para partir, un machista patriarcal clásico, en palabras de hoy) pero con una infinita capacidad de maquillar una adaptación a las situaciones y a los tiempos. Todo sea por “el equilibrio”.
Con él, circula un elenco que no tiene desperdicio.
Y la película hace transitar al espectador desde la carcajada hasta momentos en que quedará demudado.
El director y guionista nos regala momentos geniales, como brillante es la manera en que concatena cada uno de ellos (desde el “se me olvidó de nuevo lo que tenía que decirte” hasta aquello del “¿necesita aire?”).
Ojo: No es para todo espectador.
EL BUEN PATRÓN
Permiso. Parto por una confesión personal: me he demorado en recomendarles esta serie. La vi. Me hizo reír, me emocionó y me conmocionó. Me sedujo. Amé algunos personajes (todos en realidad) y hubo uno por ahí cuya historia me pareció algo rebuscada en su resolución. Y esta semana, cuando murió el marido de una íntima amiga, súbitamente (como casi siempre: uno no sabe ni el día ni la hora), se me vino al alma y a la memoria con tanta fuerza esta serie que me di cuenta cuán profundo había calado en mí. No es perfecta (“mas, se acerca”, diría Silvio). Pero como pocas nos habla de aquello que, sobre todo los occidentales, nunca miramos de frente.
Días Mejores es una serie singular y algo inclasificable: tiene tanto de drama como de comedia (dramedia, le decimos). Y sí: tiene escenas divertidas hasta la carcajada (¡ese rockero mexicano!), aunque la trama de fondo va de algo tan doloroso como el duelo, aquel difícil y largo proceso que se vive tras la pérdida de un ser querido muy cercano.
En una gran casona, la Dra Laforet (la gran Blanca Portillo), que vive allí con su marido, siquiatra como ella, recibe a un grupo de personas muy disímiles para una terapia grupal. Algo que sorprende a los mismos involucrados. (Esto de los colectivos de “apoyo”, para cualquier circunstancia vital, es algo muy común y difundido en la cultura anglosajona; no tanto en la hispanoamericana).
Los primeros episodios van entregando de a retazos las historias de cada quien: Sara, madre de un hijo pequeño, ve cómo en un partido de fútbol aficionado, su marido sufre un infarto fatal. Luis Fábregas (Francesc Orella), un rico y gran empresario, pierde a su mujer. Quique Pardo (Erick Elías), un rockero mexicano, es llamado desde Madrid por sus hijos adolescentes, a quienes no ha visto hace tiempo, para informarle que su madre y ex mujer de Quique ha muerto. Una muy jovencita Graci (Alba Planas) ha sufrido la pérdida de quien sería su marido y padre de su hijo, tras una cruel enfermedad.
Los mundos de cada uno se abren como una rica experiencia al espectador. Y también proporcionan momentos francamente jocosos: como la muy graciosa primera aparición en casa de sus hijos en Madrid del rockero mexicano; o el ridículo plan del empresario por zafar de la terapia.
Cada historia —unas más que otras— esconden dolores antiguos y, algunas, secretos muy bien guardaos que atascan la sanación.
Hasta la Dra Laforet y su marido tienen algo que compartirnos.
Vivir, morir. Y lo que hay entremedio para los que sobrevivimos. De eso va Días Mejores.
Véanla (si están preparados): hace bien al alma.
DÍAS MEJORES
Temporada 1
Arrasó con los premios el año pasado. Por si aún no ven la primera temporada, algunos tips:
Esta muy ácida y original comedia, profundamente crítica y con sus toques “noir”, gira en torno al estruendoso choque generacional e ideológico que se produce entre Ava (Hannah Einbinder) y Deb (la genial Jean Smart).
La primera, una culposa y crítica joven escritora de guiones de Los Angeles, que termina (contra su voluntad) trasladándose a Las Vegas para formar parte del staff de Deborah. Esta diva del stand-up, millonaria, extravagante, inescrupulosa, un tiburón vestido de túnicas vaporosas, está transitando hacia su decadencia.
En una relación en la que siempre saltan chispas, pone frente a frente a la súper estrella que no aceptará jamás que sus mejores años han pasado y a la chica lista que desprecia y le repugna todo lo que no se parece a lo que ella opina. Deb, con sus túnicas y postizos, y su larga carrera en los escenarios está absolutamente fuera del radar de Ava.
Pero Deb es una aplanadora
PREMIOS EMMY: Actriz principal Comedia para Jean Smart (misma actriz de Mare of Easttown); Dirección: Lucia Aniello (“There Is No Line”, episodio piloto); Guión: Lucia Aniello, Paul W. Downs and Jen Statsky (por el mismo episodio). Nominada a Mejor Comedia. Hannah Einbinder, nominada actriz secundaria.
Hacks (Temporada 1)
Tras los acontecimientos anteriores, Deb y Ava y parte del staff inician una gira por el país, como una forma de reinventar la carrera de la comediante, que sigue exactamente igual de orgullosa e incombustible.
Así, esta temporada es una road-movie en la que circulan por el Estados Unidos profundo, en escenarios ansiosos de ver a esta legendaria estrella.
Entretanto, en las oficinas de Los Angeles, donde están los representantes de Deb y Ava, se producen cambios. Y hasta la insólita madre de Ava hace una divertida aparición.
Entre las numerosas virtudes del equipo de guionistas de Hacks está su talento para mezclar, con precisión y en partes iguales, dosis de humor y rudeza, risas y amargura. Solo uno de los episodios de esta temporada se sobregiró con esto último.
Plagada de hechos y situaciones siempre sorprendentes, nada resulta predecible. ¡Menos Deb! No obstante, hasta lo más descabellado resulta coherente con los muy singulares personajes que nos mantienen ¡atrapados!
¡Muy buena!
HACKS (Temporada 2)
Se las había recomendado en su oportunidad: pero se las recuerdo porque es imperdible y está disponible en Netflix.
Esta ágil, original y divertida comedia del tipo “quién es el asesino” se organiza como homenaje y parodia a los policiales estilo Agatha Christie.
Prácticamente todo transcurre en una gran casona, donde vive Harlan Thrombey (Christopher Plummer), con su servidumbre y su joven asistente part-time (Ana de Armas).
Un millonario socarrón y cínico, que recibe a una familia más o menos insoportable, con motivo de su cumpleaños 85.
El elenco es de lujo —Daniel Craig es el peculiar detective que aclara todo— y por si faltaran personajes entretenidos, la casona en sí misma es otro más. Emplazada en medio de un bosque, parece un tablero de juegos, sobrecargada de cuadros, pesados cortinajes y curiosos objetos de los más diversos tamaños y formas, dispuestos en distintos lados; es un puzzle con pistas repartidas entre sus laberínticos salones y habitaciones, pisos y entrepisos, terrazas, jardines.
La familia entera del patriarca vive, de una manera u otra, de su fortuna. Por eso todos acuden solícitos a celebrar su cumpleaños.
Allí están sus hijos, hijas, nueras, yernos, nietos: Linda Drysdale (Jamie Lee Curtis), su marido Richard (Don Johnson) y su desparpajado hijo Ransom (Chris Evans); Joni, su nuera viuda (Toni Colette); Walt (Michael Shannon), el menor, a cargo de los negocios; sus nietos Meg (Katherine Langford) y el extraño chico que es Jacob (Jeden Martell).
Rian Johnson, director y guionista, tiene la astucia de montar un escenario barroco, con algo de esperpento, y desparramar en su tablero personajes que no tienen desperdicio: no solo todos ocultan algún secreto, sino que cada cual tiene su lado estrafalario, en distinto modo.
Un humor ácido e incorrecto sazona esta verdadera coreografía de interrogatorios, reuniones y racontos.
ENTRE NAVAJAS Y SECRETOS (Knives Out).
Ojo con este thriller hitchcockiano que les había recomendado (soy fan del director Oriol Paulo): por si aún no la ven, estará en Netflix solo hasta el 30 de junio
CONTRATIEMPO
“Tenemos 180 minutos para volver a empezar. ¿Qué hacían usted y la difunta en aquel hotel?”. Con esta exhortación directa arranca Contratiempo, tenso y absorbente thriller policial construido como un perfecto puzzle, en una narración que va y viene en el tiempo.
Esta escena transcurre en un desangelado departamento de una Barcelona lluviosa y la pregunta la hace la abogada Virginia Goodman (¡sorprendente Anna Wagener!) al protagonista.
Adrián Doria (Mario Casas), un premiado emprendedor joven, está siendo enjuiciado por el asesinato de su amante, Laura (Bárbara Lennie).
La rutilante vida de Adrián -casado y padre de una pequeña- empezó a descalabrarse hace tres meses, por un evitable contratiempo, agravado por una sucesión de malas decisiones y esas jugarretas del destino que pueden atenuar o agrandar los daños según las opciones que escojamos.
Con la habilidad de un prestidigitador, Oriol Paulo va desperdigando, a lo largo de los 104 minutos de metraje, ciertas piezas claves de una manera tal que pasan inadvertidas: las pistas siempre han estado allí, pero no al centro del foco.
Son aquellos diálogos, algunas imágenes, que mientras tienen capturada la atención del espectador en lo esencial, se pasan por alto porque son detalles. (Alguien dijo que el diablo está en los detalles).
Puede que la trama les llegue a parecer rocambolesca, pero todo el relato es plausible. Muy al estilo Hitchcock, por lo demás: aquí hay un “whodunit” (who has done it) y varias secuencias inspiradas en La Ventana Indiscreta.
¡Muy entretenida!, sin un segundo para pestañear, sobre todo si uno se deja llevar por este juego de muñecas rusas, engaños, giros, verdades a medias.
CONTRATIEMPO
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