A una década de los primeros resultados del Programa para la Evaluación Internacional de las Competencias de los Adultos (PIAAC) elaborada por la OCDE, Chile sigue estando en el último lugar entre los 31 países de la OCDE. No hemos avanzado ningún punto respecto a la última medición del 2015.
El 45% de los trabajadores no comprende lo que lee, una cifra alarmante que no solo afecta el desempeño laboral, sino que limita la capacidad del país para integrarse a una economía moderna y basada en el conocimiento. Además, el informe TIMSS reveló un retroceso equivalente a 12 años en el nivel escolar de 8° básico, dejando en evidencia que la crisis de habilidades comienza en la base del sistema educativo. Esto refleja un fracaso estructural: la incapacidad de nuestro sistema educativo para formar ciudadanos capaces de enfrentarse a las demandas de una economía moderna. ¿Cómo podemos aspirar a ser un país desarrollado cuando nuestra fuerza laboral está atrapada en la precariedad educativa?
Este problema se agrava al observar los cambios recientes en el mercado laboral, especialmente tras la pandemia. Las ocupaciones elementales y los roles de apoyo administrativo ya no crecen, -sectores que consistentemente presentan las puntuaciones más bajas en PIAAC- en contraposición al crecimiento de las ocupaciones que exigen competencias más avanzadas. Esta realidad presenta un gran desafío, ya que son precisamente este tipo de empleos lo que representan una puerta de entrada para trabajadores con menor formación.
Esta exclusión no sólo ralentiza la transición hacia una economía digital inclusiva, sino que agrava las desigualdades y aumenta la presión social. Mientras tanto, el debate público se centra en condonaciones y cambios en los sistemas de financiamiento de la educación, sin abordar el problema de fondo: ¿qué hacemos para garantizar la formación de calidad y ofrecer nuevas oportunidades a quienes más las necesitan?
Basta recordar el trabajo de Hanushek y Woessmann (2015), el cual ofrece una perspectiva clave para comprender esta problemática. Según su análisis, un aumento significativo en habilidades cognitivas (habilidades matemáticas o de lectoescritura) incrementa en promedio un 18% los salarios de los trabajadores en países desarrollados. Esto subraya que no se trata únicamente de aumentar los años de escolaridad o de masificar la educación terciaria, sino de garantizar que estas etapas educativas se traduzcan en habilidades reales.
En Chile, el problema es particularmente evidente. Los resultados de la PIAAC mantienen una realidad desgarradora: un trabajador con educación superior tiene un nivel de habilidades equivalente al de un trabajador con educación secundaria en países de la OCDE. Este déficit explica en gran medida por qué los salarios en el país no reflejan la inversión en educación.
Aunque las características del mercado laboral chileno pueden diferir de las observadas en otros países, la conclusión es clara y universal: las habilidades son el principal motor de los ingresos individuales y de la productividad. Si los políticos quieren avanzar hacia una economía más inclusiva y competitiva, no pueden seguir postergando la discusión y las acciones necesarias para garantizar el desarrollo de habilidades reales, tanto para el stock de trabajadores como en el flujo (educación básica y media).
Ya perdimos una década, ¿queremos perder otra más? Invertir en competencias es invertir en el futuro del país, asegurando que todos los estudiantes, futuros y actuales trabajadores puedan integrarse al tren de la modernización y contribuir al desarrollo de una economía basada en el conocimiento. Dejemos de mirar desde el último lugar y trabajemos para que las habilidades sean el pilar del progreso de Chile.
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— Ex-Ante (@exantecl) December 11, 2024
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