-¿Cuál es el rol de las humanidades?
-Son fundamentales para nuestra convivencia. El mundo humano, a diferencia del animal, consiste en el esfuerzo permanente por introducir un momento reflexivo entre el deseo, es decir la pulsión, y la acción. Esto se logra gracias a la palabra, que es la base de las humanidades. Por eso es que la civilización -lo que los clásicos llamaban “las buenas maneras”- es una delgada capa, un barniz que cuesta tanto sostener y que cuando lo abandonamos, brota esa otra dimensión tan humana que lleva a la violencia, a arrasar con el prójimo y a cometer las mayores injusticias.
Buena parte de los bienes de que gozamos en las sociedades democráticas y liberales, como la tolerancia, el pluralismo, el respeto por la libertad de expresión, etc, solo se sostienen -y se sostendrán en el futuro- si somos capaces de fortalecer y practicar las humanidades. Entregados a la pura técnica, no tendríamos ninguna motivación para cultivar esos bienes que hacen civilizadas a las sociedades.
-¿Considera exagerado este temor tan actual de que la inteligencia artificial pueda superar, e incluso reemplazar, a la inteligencia humana?
-Totalmente exagerado. La inteligencia artificial, hasta ahora al menos, no es más que una manera formidable, sorprendente y prodigiosa de almacenar información. Pero la inteligencia humana no consiste sólo en el manejo y almacenamiento de datos, sino que sobre todo en la capacidad de imaginar vidas posibles, de trazar propósitos individuales y colectivos, y de trascender la realidad. Es lo que la filosofía llama la intencionalidad, algo que definitivamente no lo tiene la inteligencia artificial.
-¿Está de acuerdo con la crítica de que en muchas universidades una determinada visión ideológica domina la enseñanza de las humanidades, excluyendo y cancelando cualquier postura divergente?
-Existe algo de eso evidentemente. Hoy las humanidades padecen una cierta crisis silenciosa debido a que los avances de la ciencia y la tecnología son capaces de tantas proezas, que dedicarse a los libros pareciera un quehacer infantil y pueril. Esa es una peligrosa amenaza que se extiende sobre las humanidades y que estas tienen que ser capaces de hacerle frente.
-¿Cuál es la responsabilidad de las propias humanidades en esta crisis?
-Sin duda también tienen un grado de culpa, ya que desde ellas mismas han surgido puntos de vista y relatos de la condición humana tan sectarios, parcelados, partisanos y que acaban alimentando una cierta desconfianza hacia la razón. Esta visión se ha radicalizado hasta tal punto que las propias humanidades han llegado a descreer de sí mismas y a promover la idea de que la racionalidad no existe, y que en realidad estamos atrapados por nuestra cultura, género, orientación sexual o etnia particular. Es decir, se considera a la existencia humana como una especie de reclusión, determinada por factores que no podemos controlar.
Eso se ve claramente en las versiones radicales del multiculturalismo o de la llamada cultura woke. Esto produce efectos de la máxima peligrosidad ya que nos aísla en pequeñas islas culturales, incapaces de comunicarse unas con otras, y se proveen abundantes motivos para cancelar al otro. Al erigir nuestra identidad sobre la base de cierta pertenencia cultural, cualquier cosa que ironice, discuta o la critique aparece como una agresión existencial. Y eso conduce a la máxima intolerancia.
-¿Usted como rector de qué manera evita que esto se produzca en su universidad?
-La única forma es con más y mejor cultivo de las humanidades. No hay otro camino.
-¿Qué responde a quienes afirman que el Estado solo debería becar a los estudiantes de carreras como ingeniería?
-Sobre eso no tengo ninguna duda: un país sin humanidades se atonta y avinagra; emponzoña su alma y su convivencia colectiva. Las humanidades son las que nos enseñan las virtudes de la tolerancia, el diálogo y la racionalidad. Si la abandonamos, la vida colectiva será peor de lo que ya es.
-La base de las humanidades es justamente la lectura. ¿Cuál es la importancia de leer?
-Uno no lee para saber más, sino que para ser mejor. Cuando nuestros ojos recorren unas frases sobre el papel, en realidad no estamos descubriendo solamente lo que el autor escribió, sino que lo que esa novela despierta en mí y cómo me ayuda a entender lo que yo soy. Al leer “Crimen y Castigo” uno no está leyendo la culpa del personaje Raskolnikov, sino que es mi culpa la que yo le presto a él al leer su historia.
La lectura nos devela quiénes somos, los miedos que tenemos, las memorias que nos constituyen, los dolores que llevamos; todos aspectos que muchas veces nosotros mismos no conocemos y que solo el leer despierta. Al cerrar la última página de un buen libro, me conozco mejor que cuando lo empecé.
-¿Cómo ejercita la memoria? Usted cita desde Kant a Cicerón, pasando por Heidegger, Freud y Borges, sin leer un papel.
-Es una destreza producto del quehacer cotidiano no más. El enseñar diariamente hace que la memoria sea más ágil y funcione mejor. Algunas veces la gente malentiende las citas y piensa que uno quiere hacer alarde, cuando en realidad lo que busco es mostrar que lo que sabemos, lo que somos y lo que pensamos como humanidad es fruto de lo que ya se ha escrito y dicho una y mil durante siglos. Y eso nos ilumina.
Las humanidades consisten justamente en participar en el diálogo sin fin de la escritura y la palabra. Pretender que lo que uno dice es inaugural es simplemente estúpido. Eso sí que es soberbio. Por eso que citar es un ejercicio de humildad intelectual y de ilustración para quien lee un texto.
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