Camino al norte paré a comer empanadas fritas. A dos mesas había un hombre solo con un gorro verde chillón que comía con una sonrisa mientras mascaba. Era imposible no mirar el goce del comensal que le ponía una gota de limón a su empanada y le daba una mascada. Luego otra gota de limón y otra mascada. Así hasta terminarla. Como es raro ponerle limón a las fritas supuse que eran de camarón o de mariscos y me pedí un par para probar la mezcla ¿Cómo aguantarse? Cuando llegaron las empanadas a mi mesa pedí limón, pero no pudieron traérmelo porque en el restaurant no habían. Ahí me cayó la teja. Miré hacia la mesa del hombre del gorro verde pero ya se había ido. Él era un fanático de verdad. Viajaba con su propio limón.
El limón es al verano como el arena a las escalopas. A propósito, en febrero es un buen momento para comerse una de malaya con unos toques de limón y una ensalada de rúcula. Quizá comer un aperitivo ostentoso de docenas de patas gordas de jaiba, siempre con mayonesa levemente alimonada, para después quedar feliz con la humildad de las humas calientes como plato de fondo.
Es momento de ir al sur a comer frambuesas de la mata con unas gotas de limón viajero. Tal vez visitar La Serena, sin pisar La Recova, para comer papayas dulces con un poco del ácido del limón. De ahí partir en dirección a Río Hurtado y de pura suerte encontrar un cabrito que comprar. Después hacerlo a las brasas lentamente, embetunado de miel con limón que además de rica, sana las cuerdas vocales. O mejor dar vueltas en auto y pasar por el río Limarí y ser de los afortunados que consigue camarones de su río.
Quizá irse a bañar al Choapa porque las vacaciones son para nadar en un río y leer unos buenos cuentos, dormir siesta en hamaca y que la decisión del día fluctúe entre capear las olas o quedarse acostado en la toalla. Ir a Tongoy a comer ostiones y pescado frito en Guanaqueros. Pasear por una playa lejana y comprar pescado en alguna caleta, rascarse la guata llena y terminar viendo la puesta de sol sobre las rocas todavía calientes por la luz del día. Quizá pegarse un pique a la cordillera a caminar entre los robles, o tal vez ir a Mehuin donde antes vendían las machas por saco y tener limones para aliñarlas era un lujo.
Mejor ir a Puerto Montt con un limón en el bolsillo y asomarse por la caleta Anahuac para que gotee sobre las empanadas fritas rellenas de sierra. Quién no quisiera llevar sus cítricos a Calbuco y comprarse un almud de almejas bien gordas, soltar unas gotas ácidas encima de ellas y disfrutar con un blanco, cualquiera que sea, pero que esté bien frío. Cómo no ilusionarse pensando en el limón que hecho rodaja refrescará la piscola o partido en cuatro entregará unas gotas de su tenue acidez para que las ostras se muevan un poco antes de morir en la boca.
Los entendidos dicen que el mejor limón es el del propio limonero, cosechado cuando ya ha madurado y que la parte de abajo de la fruta es más rica que la del tallo, porque la gravedad hace lo suyo y concentra más sabor y más jugo. No he podido comprobarlo. Lo que sí probé son las empanadas fritas de locos. Imitando al hombre del gorro verde le puse una gota de limón antes de cada mascada y ahí mismo me cayó la teja. Era el limón el que le sacaba la sonrisa. Algo es algo.
P.D: Me voy al sur a comer chancho. Que descansen y nos reencontramos en marzo.
Esta ensalada se puede hacer mezclando ingredientes que se tengan en el refrigerador para aprovechar lo que se tiene a mano. Como dicen los gringos, si la vida te da limones, haz limonada. Si no tiene nada comprado le sugiero esta mezcla que es fresca y sabrosa.
Esta receta se puede preparar antes de bajar a la playa, para que al volver a la casa, el almuerzo esté casi listo.
Ingredientes
400-500 grs de espirales u otro fideo retorcido
300 g de tomates cherry, cortados por la mitad
⅓ taza de alcaparras enjuagadas
2 tazas llenas de hojas de albahaca, más para servir
⅓ taza o más de aceite de oliva extra virgen
Pimienta negra
2 cucharadas de jugo de limón
2 puñados grandes de rúcula
Ponga a hervir una olla grande con agua salada. Cuando el agua esté hirviendo, agregue la pasta y cocine hasta que esté tierna. Escurra la pasta y póngala en un bol para que se enfríe.
Mientras se hace la pasta haga un aceite con albahaca. En una procesadora ponga 1 taza de albahaca y el aceite de oliva y muela hasta que estén incorporados. Corte los tomates por la mitad y póngales harta sal. Escurra las alcaparras. Pique la otra taza de albahaca.
Incorpore a la pasta el aceite, los tomates, las alcaparras y la albahaca picada. Luego aliñe la pasta con pimienta y el jugo de limón. Corrija la sal.
Ponga el bol con la pasta en el refrigerador por dos horas o más.
Antes de servir aliñe la rúcula con aceite, sal y pimienta y agréguesela a la ensalada de pasta. Sirva de inmediato y ¡A gozar!
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Algo es algo: No le saque la sal. Por Juan Diego Santa Cruz (@jdsantacruz).https://t.co/EliqC7k5Xp
— Ex-Ante (@exantecl) January 17, 2025
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