Miré el WhatsApp por enésima vez en el día y al tope de la lista estaba el mensaje de mi amigo Nicolás, que le gusta provocarme. Como quién le tira maní al mono, me escribió que en Concepción había un restaurant que ofrecía “chuletón de coliflor”. Como si fuera poco, y como nada bueno sale del WhatsApp, me mandó adjunto el menú del boliche que también tenía otros horrores como “lactonesa marina” y “chimi de pimentón”. Yo creo que por eso me enfermé. Caí en cama con la frente helada, los huesos adoloridos y la guata revuelta. No me ha quedado otra que irme por el alambre.
Es muy triste sentirse enfermo principalmente porque se evapora el hambre y vienen los recuerdos de momentos de debilidad. Me acordé de cuando internado en la clínica tuve que enfrentar simultáneamente a la enfermedad, al estómago vacío y a la nutricionista; aquella profesional universitaria que se dedica al conteo de calorías y al uso insospechado de los diminutivos. Ellas, paradas con su portapapeles frente al enfermo, ofrecen un mundo enanito lleno de agüita y jaleíta.
Cuando el enfermo empieza a mejorar, aparecen a anunciar las maravillosas noticias para el convaleciente: podrá comer régimen sólido. Ofrecen todo chiquitito: espinaquitas a la crema, budincito de atún y jamoncito de pavo.
En ese mundo de parchecitos y venitas yo solo aspiraba a comer pollo con arroz para pasar el hambre y olvidarme rápido de lo comido, pero me insistieron mucho que tenía que ser con salsa de champiñones.
“Entonces el pollito con salsa de champiñoncitos” — dijo la nutricionista.
Insistí muchas veces en que le sacaran los hongos hasta que la profesional confesó que ya venía todo preparado desde la planta de San Bernardo y que sacarle los champiñones era como sacarle algo inteligente a Winter: imposible.
Al mismo tiempo que la nutricionista terminaba con su oferta apareció una funcionaria que preguntó:
— ¿Cual es su isapre?
— Colmenita. Contesté.
Nadie se rió.
La nutricionistita con su disfraz de enfermera me encajó el plato aquel, primo hermano de la decepción. Los champiñones, una movida distractiva de bajo nivel tipo Juan Pablo, enmascaraban el escaso sabor del arroz y del pollo y sólo reafirmaban lo evidente: cuando se tiene hambre uno se puede comer cualquier cosa.
Si no pregúntele a la mejor Directora de Presupuesto de la galaxia, que hambreada y sin más alternativa tuvo que comerse una pizza en la mismísima testera del Senado.
Por WhatsApp me llegó el video del crudo momento de la ingesta. Era que no. La anatomía del instante es cristalina: mientras el ministro Marcel expone la partida del Ministerio de Cultura, ella sostiene el pedazo de pizza con las dos manos, se lleva la comida a la boca y da una mascada justo en la mitad de una rodaja de pepperoni. Mientras le pone cinco mastiques, con una sola mano devuelve el resto de la pizza al plato y se pega una limpiada de dedos en el vestido. A continuación la secuencia crucial: un movimiento de mandíbula interruptus y un sorbo de algún líquido contenido en un vaso de cartón seguido de más mastique del bolo alimenticio. Pizza hidratada.
La mezcolanza en su boca tenía menos calidad que sus informes financieros. Así de terrible. Hasta la Bilz se ofendería si la mezclan in oris de esa manera. Luego de la revisión de los diferentes ángulos de las cámaras también se puede ver al ministro Marcel en plena ingesta, pero por no haber evidencia alguna de sorbeteos de agua, pipeño u otros brebajes, queda perdonado. Eso sí, a veces es mejor irse por el alambre. Algo es algo.
Algún funcionario del Senado debiese tomar nota del momento pizzero en la testera y procurar tener una olla grande de alguna sopa enjundiosa, que servida en tazones, parecería café y mantendría el mínimo decoro que un lugar como ese se merece. Por mientras espero sentado, les dejo esta receta de Julia Child de pechuga de pollo con salsa de champiñones, que no es para enfermos sino para gente que come en el mejor de los estados: sin hambre.
Ingredientes:
4 pechugas de pollo deshuesadas
Sal y pimienta
Unas gotas de limón
4 cucharadas de mantequilla
2 chalotas
400 g de champiñones cortados en rodajas flacas
200 ml de crema
Perejil picado
Precaliente el horno a 180º. Seque el pollo con toallas de papel y póngale sal y pimienta, el jugo de limón y si le place alguna hierba seca como estragón u orégano. En una olla que pueda llevar al horno (y que sea lo suficientemente grande para acomodar las pechugas sin que se monten), agregue la mantequilla a fuego fuerte hasta que burbujee y ponga las pechugas a dorar por un par de minutos. Tape la olla y llévela al horno por 6 a 8 minutos.
Retire la olla del horno, saque las pechugas de pollo y déjelas reposar en una fuente.
Ponga la misma olla, con todos los jugos y la mantequilla, sobre fuego fuerte y agregue las chalotas picadas (o un poco de cebolla) y dore un par de minutos. Luego agregue los champiñones y dore por otro par de minutos. A continuación agregue la crema y revuelva por 3 minutos hasta que quede todo bien incorporado y la salsa se haya reducido un poco. Corrija la sazón agregue el perejil picado y ponga la salsa sobre el pollo. Sirva de inmediato con arroz graneado. ¡A gozar!
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— Ex-Ante (@exantecl) November 2, 2024
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