Constituyentes tramposos. Por Andrés Velasco

Ex-Ante

El Decano de la escuela de Políticas Públicas del London School of Economics and Political Science (LSE) advierte que “más que un marco para el ejercicio del poder político y la alternancia en el poder, el texto que se está pergeñando es el sueño erótico de Jaime Guzmán: el programa de gobierno de una facción —un modelo, que no es el modelo de todos—, plasmado para siempre en la constitución. Precisamente el problema que en el pasado Fernando Atria no se cansó de denunciar, pero que ahora, sostiene, ha dejado de ser problema y se ha transformado en virtud”.


El argumento para reemplazar la Constitución hoy vigente siempre tuvo dos partes. La primera, que el texto de 1980 consagraba un cierto modelo, lo que impedía que los votantes optaran por alternativas para organizar la economía y la sociedad. La segunda, que ese modelo no se podía cambiar por culpa del “cerrojo” de los dos tercios del Congreso requeridos para modificar la Constitución. Así las cosas, había que partir de nuevo, redactando una nueva constitución a partir de una hoja en blanco.

Mucha gente creyó estos argumentos, al punto que en octubre de 2020 el 78 por ciento optó por que se redactara una nueva constitución. Pero quienes impulsaron con más fuerza estos argumentos resultaron no creer en ellos. Hoy, desde la Convención Constituyente, dicen y hacen exactamente lo contrario a lo que predicaron. La ciudadanía tiene todo el derecho a sentirse engañada, pues se trata de un caso químicamente puro de deshonestidad política e intelectual.

En su libro La Constitución Tramposa, publicado en 2015, Fernando Atria tildaba de “metacerrojo”…

…los quórums de reforma constitucional, que actualmente son de 60 o 66% de los diputados y senadores  en ejercicio… La subsistencia de estos cerrojos es la marca de la continuidad de la Constitución actual con la de Pinochet. Ellos definen la trampa de Guzmán, la forma tramposa que la Constitución de 1980 da a la unidad política chilena… La eliminación de todo cerrojo, por tanto, y su reemplazo por reglas que busquen habilitar al pueblo para actuar y no neutralizarlo, sería la destrucción de la Constitución de Pinochet y su reemplazo por otra democrática.

Fast forward al presente. Hace apenas unos días, el mismísimo Atria apoyó la propuesta que el Congreso actual no pueda reformar la nueva constitución a menos que el cambio cuente con el apoyo de …. 66% (dos tercios) de los diputados y senadores. Por supuesto que la gran mayoría de las constituciones contempla quórums supra-mayoritarios. De eso se trata una constitución: es un marco que no se puede modificar en virtud de una mayoría transitoria. Pero en su libro Atria no se dio la molestia de afirmar tal obviedad. Decía en 2015 que era necesario eliminar “todo cerrojo” para que una constitución (esa u otra) fuera verdaderamente democrática. Hoy sostiene precisamente lo contrario.

Además, el quórum de dos tercios se aplicaría solo actual Congreso, en que las fuerzas afines a Atria no tienen mayoría. En un tweet, Atria sostuvo que la exigencia de dos tercios “no es una trampa, es un modo de proteger la constitución de instituciones que no tienen razones para tener lealtad con ella”. Jaime Guzmán no lo pudo haber dicho mejor: sin ustedes son “leales” a lo que yo pienso, les impongo un estándar; si no es así, les impongo otro. Ricardo Lagos Weber respondió, también vía tweet: “¿Dónde se hace el PCR para definir cuáles instituciones son leales?”

La impostura no termina con el asunto de los cerrojos. El intento por consagrar cierto modelo de desarrollo en la constitución es más grave —y más tramposo— aún.

En el mismo libro del 2015, Atria sostuvo que el propósito de la constitución de 1980 era “proteger el proyecto político de la dictadura de Pinochet (lo que suele llamarse el “modelo”) en contra del pueblo”, lo que a él (Atria) le parecía condenable. Por supuesto que cualquier intento de dejar amarrado un esquema de desarrollo en la constitución vulnera el principio básico de la democracia, que consiste en elegir parlamentos y gobernantes para que pongan en práctica las políticas y las leyes que prometieron en campaña. De otro modo ¿para que hacer la faramalla de una elección, con promesas vistosas y discursos encendidos, si al día siguiente de ser elegido el mandatario o mandataria constata que ya está todo cocinado y que solo le toca poner en práctica políticas sobre las que no tiene injerencia alguna?

Pero si eso era condenable y anti-democrático en el caso de la constitución del 80 ¿por qué no lo es también en el texto que se está terminando de redactar? En sus 499 artículos (más que en ninguna de las otras constituciones latinoamericanas, que suelen ser verborreicas) la nueva constitución fija en un grado inusitado de detalle reglas para proveer salud, educación, vivienda, trabajo, pensiones, y también maní del carrito de la esquina.

Ojo que el problema no consiste en que las normas constitucionales sean de izquierda o de derecha, o verdes, rojas, azules o amarillas. El problema es que aparezcan en la constitución asuntos que no deben estar allí.

Un ejemplo: la exigencia de que la cotización de salud vaya a un fondo común administrado por el Estado, y que las Isapres se transformen en meras proveedoras de seguros complementarios, ha provocado gran alarma en círculos conservadores, pero a mí me parece de lo más bien. Pero que me guste como política pública no me impide ver que es peligroso que una norma de ese tipo esté en la constitución y no en una ley ordinaria.

Los países avanzados tienen los más diversos sistemas de salud, con más o menos Estado, gestión centralizada o descentralizada, y aseguradores privados y clínicas que juegan muy distintos papeles. Además, la tecnología cambiará de modo radical tanto la medicina preventiva como la curativa en la década que viene. ¿Quién puede asegurar que en Chile hayamos dado con la fórmula perfecta e inmutable? El día de mañana un candidato o candidata a la presidencia quizá proponga un esquema alternativo, y si gana la elección y consigue el acuerdo del Congreso debería poder ponerlo en práctica sin tener que modificar la constitución. En eso consiste la democracia.

Más que un marco para el ejercicio del poder político y la alternancia en el poder, el texto que se está pergeñando es el sueño erótico de Jaime Guzmán: el programa de gobierno de una facción —un modelo, que no es el modelo de todos—, plasmado para siempre en la constitución. Precisamente el problema que en el pasado Atria no se cansó de denunciar, pero que ahora, sostiene, ha dejado de ser problema y se ha transformado en virtud.

Ante tal vuelta de carnero, tan premeditada y alevosamente ejecutada, y con tamañas consecuencias, ¿cabe otro calificativo para este constituyente que no sea el de tramposo?

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