Uno de los realizadores chilenos que más admiro, Matías Bize, estrena en cines una de sus joyitas: El Castigo (y les dejo el dato de dos de sus películas indispensables en streaming). El otro es el muy singular David O. Russell (en las antípodas del cine de Bize) y su muy particular thriller-comedia-histórica Amsterdam.
Las encrucijadas de la pareja joven, con o sin familia, es un leit motiv en la valiosa filmografía de Matías Bize. En El Castigo —además de retomar el recurso del plano secuencia de su primer largometraje, Sábado (2003)— avanza agudamente sobre el inmenso tema de la maternidad, hoy.
La cámara está sobre Ana (Antonia Zegers) y Mateo (Néstor Cantillana), un matrimonio joven que cruza en auto por bucólicos parajes, un bosque en el sur. Ana maneja, Mateo le insiste en que se devuelvan. Su pequeño hijo Lucas, se ha quedado atrás en el bosque. Hace solo 2 minutos. Durante casi hora y media Ana y Mateo lo buscan, caminan entre los árboles voceándolo. Llaman a Carabineros (Catalina Saavedra, siempre siendo un aporte).
La búsqueda del niño se transforma en un arqueo de los pendientes de la pareja, aquello de lo que nunca se habló y debió discutirse, los supuestos (tantas veces fatalmente engañosos). Mateo y Ana transitan de la serenidad contenida a la angustia, de la actitud de fortaleza a dejar al descubierto las vulnerabilidades; la culpa, el perdón, los reproches se empiezan a colar.
El suspenso y la tensión suben en intensidad en planos paralelos: la búsqueda del niño y la paulatina irrupción de hechos y situaciones de la vida en pareja, que nunca se vieron como problemas, pero que ahora se revelan como corrosivas verdades. La última secuencia —ese “discurso” de tensión controlada de Ana— es para quedar demudados. Sin darnos cuenta, la belleza y el dolor nos han ido clavando el alma sin soltarnos más.
Se agradecen ciertas gotas de humor. La elección de encuadres y planos ¡brillante! Categoría imperdible.
EL CASTIGO
Los giros (¡muchos!), el humor y el magnetismo de sus personajes consiguen que Ámsterdam llegue a puerto como lo que promete ser: un thriller de comedia a la vez que drama histórico y político (con gotas de fantástico).
Toda esa amalgama claro que resulta un tanto barroca más si se le suma la ambientación de época. Y que la acción no se queda quieta en un sitio o en un momento sino que vía racontos, flashbacks (y un poco de flashforwards) nos trae y nos lleva por el recorrido vital de sus personajes, de época en época, de un lugar a otro, para armar el puzzle que propone.
Nueva York, 1933. Tras la “Gran Guerra”, el Dr Buce Berendsen (Christian Bale) y el abogado Harold Woodman (John David Washington) trabajan en sus oficinas en Nueva York. Berenson con su ojo de vidrio, parte de lo que le dejó su singular paso por el Ejército, atiende a quien lo requiera y experimenta en sí mismo medicamentos desconocidos (con resultados aleatorios). Junto a Woodman compartieron hospital en Amsterdam, donde los atendió una peculiar enfermera, Valerie (la espléndida Margot Robbie) con quien hicieron un pacto de amistad. Solo que hace rato que no saben de ella.
Cuando el abogado le pide a su amigo médico que acuda urgente al llamado de Liz (Tayor Swift), hija de su venerado comandante, comienzan los líos como en cascada. Partiendo por ellos, huyendo de la policía. Como las muñecas rusas, personajes e historias se van destapando, todo para entender el crimen en el que se ven envueltos los protagonistas y cómo salir del atoro. Eso los llevará a reencontrarse —y recodar— su pasado… y a problemas mucho mayores.
Por momentos muy divertida, Amsterdam es una película delirante, energética como pocas y con un extenso y rutilante elenco que no está de adorno (Robert de Niro, Annya Taylor-Joy, Mike Myers). Un poco de síntesis hacia el final (la Gala de los Veteranos) se hubiese agradecido. Muy del estilo David O. Russell.
ÁMSTERDAM
En su estilo despojado, directo y sin trucos, las películas del realizador chileno conmuevan hasta la última fibra del alma, transformando al espectador en un mejor ser humano.
Hay películas inolvidables y esta. Amores inconclusos que se niegan a morir, aunque pasen años y todos esos escollos que lo hicieron imposible sigan allí (o surjan nuevos). Porque la vida tuvo otros planes y a veces la suerte, los dioses, el destino no logran que los astros se alineen.
Andrés (Santiago Cabrera) ha vivido los últimos 10 años en Alemania. Es el momento de decidir si se instalará definitivamente allá. Por eso ha regresado a Chile: hay asuntos que debe resolver. Durante la fiesta de cumpleaños de uno de sus amigos, se reencuentra no solo con todo ese mundo que dejó atrás sino que también con Beatriz (Blanca Lewin), el amor de su vida.
La vida de los peces
Javier (Benjamín Vicuña) y Amanda (Elena Anaya, La piel que habito), una joven pareja, acaba de perder a su único hijo, un niño de 4 años.
La película arranca cuando se supone que ya ha pasado lo peor: el accidente, la desesperación por salvarlo, la muerte, el entierro, las condolencias.
Pero no: lo peor está por venir. Hay tanto dolor y daño que nada puede volver a ser igual. Las maneras de vivir la pérdida que cada cual elige, instintivamente, son tan distintas como diferentes somos las personas.
Los amigos, el padre de Javier (Sergio Hernández, emocionante rol), el trabajo, los arropa. Pero en su dolor están indefectiblemente solos y de allí, únicamente ellos podrán salir. Del viaje que harán para intentar restaurar la familia que ellos aún conforman, pero que está hecha añicos por esta tragedia, trata esta película.
Como un estilete fino y preciso, la memoria les clavará una y otra vez el corazón: una foto, un juguete, la clave de un computador. Uno no sabe cuán entretejida en los detalles cotidianos está una persona amada hasta que desaparece de la rutina diaria. Lejos del tono melancólico que podría tener una historia así, la película es intensa; un relato profundamente bello, luminoso y cargado de humanidad.
La Memoria del agua
Humana, conmovedora, divertida, esta película despliega una galería de personalidades de catálogo, estrafalarios, entrañables e indefinibles.
Pat (Bradley Cooperr) sale del Hospital Psiquiátrico a donde ha ido a parar por orden judicial, como alternativa a la cárcel, tras propinarle una golpiza al hombre con quien ha sorprendido a su esposa. Lo reciben de regreso en el diminuto pero cómodo hogar de sus padres: ella, una dueña de casa acogedora y resuelta (Jackie Weaver); él, un jubilado que cree y vive para las apuestas (Robert De Niro).
Si Pat es de ideas fijas y algo inestable emocionalmente, sus padres no lo hacen nada mal; tampoco su insoportable hermano, ni su ostentoso y culposo amigo, con su neurótica esposa, quien le presenta a su hermana Tiffany (Jennifer Lawrence, Oscar Mejor Actriz 2013), una chica viuda, ninfómana, con un carácter de mucho cuidado.
Esta es una comedia oblicua, sin el menor ánimo de hacer chistes, sorprendente y, a pesar de todas sus locuras, muy cotidiana.
El lado bueno de las cosas ( Silver linings playbook)
Una comedia delirante, que se cruza con ese subgénero policial que son las películas de estafa, y con elenco de lujo. Russell vuelve a reunir a Bradley Cooper y Jennifer Lawrence en roles e historias muy diferentes a El lado bueno de las cosas. Pero allí está su estilo inconfundible para construir personajes singulares, que no son necesariamente lo que parecen y con un dejo interesante de vulgaridad que los hace entrañables.
En esta comedia de enredos y equivocaciones, pone a interactuar a toda clase de seres chapuceros en situaciones inesperadas y que en vez de caminar hacia la solución de los problemas escala en confusiones, complejidades e imprevistos inimaginables.
Lo mejor: el enfrentamiento entre Sydney (Amy Adams) y Rosalyn (J. Lawrence), dos portentosas actrices en acción. Sólo por volver a ver esa secuencia, me repetiría la película. Unos minutos menos y algo menos de condimento, hubiese sido mejor. (Ojo: los giros son como los de una ruleta en loop).
Escándalo americano (American Hustle)
La familia graciosamente disfuncional es un tema que le resulta muy bien a Russell, aunque no siempre sus comedias dramáticas al filo del surrealismo, hayan sido del todo comprendidas por el gran público.
Nuevamente con Jennifer Lawrence y Bradley Cooper en los protagónicos, y Robert De Niro en el elenco. En Joy el director y guionista vuelve a armar una singular troupe de personajes que se van sumando de la manera más improbable a las relaciones existentes en el ya amplio núcleo original: desde que Joy es una niña y tiene una media hermana por parte de padre, Rudy (De Niro), el que luego se separa de su madre, Terry (Virginia Madsen), quien se vuelve adicta a las telenovelas (parte del gracioso comienzo de la película).
El pilar de Joy -y la única sensata de la casa- es su abuela Mimi (Diane Ladd). Joy se casa con Tony (Edgar Ramírez), un venezolano encantador que sueña con ser el Tom Jones de los ’90 y que termina siendo un perfecto patán. Aunque se divorcian, con hijos pequeños, Tony permanece viviendo en el sótano de la casa familiar: pronto le llegará la compañía de Rudy, luego que su última esposa decide “devolverlo”.
Huelga decir que la única que trabaja es Joy. Pronto Rudy encontrará, vía citas online, a Trudy (Isabella Rossellini), una rica viuda italiana. Y Terry quedará prendada del gásfiter haitiano que llega a reparar los desastres dejados por ella misma. Un gozoso enredo que resulta un deleite. Pero la película se trata de Joy Mangano (actualmente de 66 años) y cómo llegó a convertirse en multimillonaria.
Todo por un “trapeador mágico”. En suma, el clásico cuento del sueño americano hecho realidad, en una curiosa biopic.
Joy: El nombre del éxito
Para saber qué ver en cines y por streaming, no te pierdas el recomendado semanal de Ana Josefa Silva en Ex-Ante.
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