La oposición jamás anticipó los números de la primera vuelta y, para comprobarlo, basta revisar el errático discurso de Gabriel Boric aquella noche del domingo 21 de noviembre. En el Chile del estallido social, del proceso constituyente y del vapuleado gobierno de Sebastián Piñera, José Antonio Kast —un candidato a la derecha del oficialismo— alcanzó el primer lugar.
Este escenario exige un análisis capaz de superar tanto la histeria como los meros aplausos, en especial considerando los puntos ciegos del piñerismo y de la derecha posdictadura ya examinados en esta serie. La pregunta puede resumirse así: ¿cómo explicar el auge de un candidato que en 2017 obtuvo menos del 8% de los votos? ¿Cuáles son las potencialidades y los riesgos de su proyecto? En lo que sigue, intentaremos explorar el fenómeno.
Acción y reacción
Quizá no es casual que el movimiento que antecedió al partido de Kast se llamara Acción Republicana. Su triunfo en la primera vuelta ha sido interpretado como la manifestación de una renovada pasión por el orden, derivada de la desmesura de las izquierdas luego del 18-O; pero si algo ha distinguido la estrategia del exdiputado UDI ha sido no sólo la actitud reactiva, sino también la acción: JAK juega al ataque.
En efecto, desde que intentó desbancar a los coroneles del gremialismo hasta la aventura presidencial en curso, su trayectoria no responde exactamente a la lógica defensiva de los noventa. Con esto, dicho sea de paso, se confirmó una vez más que los dirigentes políticos pueden modificar las circunstancias que los rodean si saben leer el momento y actuar en consecuencia.
Así, de cara a la primera vuelta, tal vez el mayor mérito de Kast haya sido convocar a varios públicos a la vez. Mientras el piñerismo se fue vaciando y alejando de su electorado —probablemente ningún gobierno ha maltratado tanto a sus votantes—, el candidato republicano pareció conectar, al menos hasta ahora, con angustias e inquietudes relevantes para una porción significativa de la población.
Aunque sea en forma pasajera, Kast cautivó a quienes tienen preocupaciones legítimas acerca del orden y la seguridad pública, pero también respecto de la migración y de ciertas tradiciones que la nueva izquierda suele despreciar (como las del mundo rural: basta pensar en el rodeo). Asimismo, ha sido de los pocos referentes que ha dado expresa cabida —mejor o peor lograda, según el caso— al impulso conservador inherente a la centroderecha, en materias de aborto, familia y educación.
Para sorpresa de muchos, con ese mensaje el exdiputado logró levantar un contrapunto frente a los excesos de las izquierdas, ayudando así a retomar los equilibrios políticos (si Jaime Bassa y Fernando Atria hoy reconocen los límites de la Convención, no es precisamente “por lindos”, como diría Manuel José Ossandón).
De este modo, resulta elocuente el contraste de Kast no sólo con la oposición, sino también con el devenir de Chile Vamos. Si añadimos su provisorio éxito en varias regiones —destacando la zona norte y la Araucanía—, así como en muchas de las comunas más pobres del país, el hecho es que la primera vuelta dejó a JAK en una posición expectante.
¿Pasado o futuro?
Las dos semanas posteriores a la elección han puesto en duda la capacidad de movilización de Kast y de las derechas. Pero, con independencia de cómo finalice esa noticia en desarrollo, lo más importante es que después de dos mandatos piñeristas sabemos que una cosa es ganar elecciones y otra muy distinta gobernar. En este orden de ideas, la campaña presidencial ha revelado no sólo las virtudes del proyecto kastista, sino también sus puntos ciegos y desafíos en caso de llegar a La Moneda.
La primera dificultad consiste en su amputada visión de la historia reciente. Por supuesto, hay diversas miradas sobre el régimen de Pinochet y el Chile posdictadura —y cualquiera que aprecie el debate abierto debería aceptarlo—, pero en esta esfera la centroderecha ha seguido una evolución valiosa e indispensable desde el retorno a la democracia. Recordar esto es crucial no sólo por la importancia de suscribir los ideales de una república digna de ese nombre, sino también porque hoy uno de los ejes en disputa es el compromiso democrático de los distintos sectores.
En ese marco, JAK y su mundo necesitan articular una mirada diferente, que impida repetir errores como la infeliz comparación entre Nicaragua y los días finales de la dictadura. Desde luego, no se trata de abrazar acríticamente la narrativa de la izquierda: hay disputas legítimas sobre el Chile del 10 de septiembre, sobre la participación de los civiles en la dictadura y sobre muchas otras cosas. El punto es tomar conciencia (y transmitirla) respecto de la tragedia que significaron tanto el quiebre democrático como sus efectos.
Y acá tragedia es una palabra precisa. En los términos del historiador Gonzalo Vial, “individualmente, ni el IRA irlandés ni la ETA vasca, en el curso de sus respectivos y sangrientos historiales, han causado tantas víctimas ni (menos todavía) tantas desapariciones” (La Segunda, 30 de mayo de 2000). Esto no debe ser olvidado ni soslayado, sino incorporado de modo inequívoco en la visión histórica de Kast. La defensa y promoción de la dignidad humana también se juega en este campo.
Otro peligro remite a los problemas que supone dejar de ser una apuesta de nicho. Deben servir de lección tanto la nómina de candidatos al parlamento (me remito al sintomático caso de Johannes Kaiser) como los severos defectos y simplificaciones que contenía el programa de gobierno original. Ni cerrar determinadas instituciones ni un Estado de excepción abusivo como el que se propuso en su minuto son el camino.
Pero quizá nada sea tan esencial como incorporar el prisma antropológico y sociológico a la hora de escrutar la sociedad chilena. Como ya dijimos, si Kast está compitiendo en el balotaje es en gran medida porque se tomó muy en serio una serie de percepciones y carencias vinculadas a la delincuencia, a la migración y al arraigo de determinadas costumbres y modos de vida. En el ámbito socioeconómico, entonces, no puede ser distinto.
En concreto: tanto sus medidas como la narrativa subyacente deben asumir que el progreso trae consigo sus propias tensiones, que el malestar no era un invento de la izquierda y que el anhelo de protección social es tan real como el deseo de restablecer el orden público. Para estar a la altura en un país que reclama a gritos seguridades en los diversos ámbitos de la vida —en salud y en pensiones, en la lucha contra la delincuencia y el narcotráfico—, sería insensato repetir la receta económica noventera. Es lo que han subrayado tanto el exalcalde Lavín como el senador Ossandón al momento de brindar sus apoyos.
Parafraseando las palabras del propio Kast, a la hora de enfrentar esas urgencias sociales es crucial atreverse a actuar distinto. Porque si la lógica que se impone, en cambio, es volver a los noventa, el desenlace es altamente previsible.
Leer capítulo anterior: La Cultura del veto y la herencia de la derecha noventera. Por Claudio Alvarado, director del IES
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