El panorama presidencial en el oficialismo, a pesar de la proliferación de nombres, —Mirosevic del partido Liberal; Mulet, del FRVS; ME-O, Gómez o Mayne-Nichols por los radicales; Jadue o Jara por el PC; Winter o Beatriz Sánchez por el FA; Undurraga en la DC— parece haberse decantado entre un eventual reingreso de la expresidenta Michelle Bachelet y la salida de la ministra Carolina Tohá del gobierno.
La primera, porque su decisión generaría inmediato apoyo transversal en las filas oficialistas y segura triunfadora en eventuales primarias, y la segunda porque en un escenario con candidaturas de casi todos los partidos de gobierno, emergería indiscutiblemente como la candidata favorita para representar al oficialismo.
A pesar de la persistente negativa de Bachelet a intentar un tercer periodo en la presidencia de Chile, dirigentes políticos y parlamentarios desde el Partido Comunista hasta la Democracia Cristiana insisten majaderamente en convencer a la expresidenta de competir en noviembre próximo. Algunos incluso ofrecen la cabeza de sus precandidatos para proclamarla directamente como candidata de unidad sin pasar por su legitimación en una elección primaria.
Hay, por supuesto, una motivación electoral, derivada de la estrecha relación entre el resultado presidencial de primera vuelta y el resultado en la elección parlamentaria. La lista de candidaturas al Senado y a la Cámara depende hoy mucho menos del carisma, trayectoria y discurso de cada candidato que de la fuerza de la candidatura presidencial a la que están asociados.
En el sistema proporcional, con muchas más candidaturas en la papeleta, el factor personal pierde gravitación en desmedro de la identificación con el candidato presidencial, pues la mayoría de los electores vota por la lista parlamentaria del candidato presidencial preferido. Y el cálculo se hace desde las encuestas actuales, que ponen a Michelle Bachelet en una posición expectante para concentrar en primera vuelta a lo menos el apoyo al gobierno del Presidente Boric.
Más que soñar despiertos en una improbable continuidad en el Gobierno, los parlamentarios y sus partidos ven a la expresidenta como un antídoto contra el riesgo de naufragio en noviembre próximo, como un paraguas protector que podría amortiguar las inclemencias del tiempo político evitándoles una derrota de proporciones y que la derecha logre la mayoría en ambas cámaras por primera vez en la historia.
Pero hay también una motivación política, que es la de congelar la disputa por la hegemonía del sector entre el radicalismo PC-FA y la centroizquierda socialdemócrata, en un periodo en el que las condiciones para dicha disputa se prevén favorables para esta última.
De allí que el Partido Comunista sea el más entusiasta partidario del regreso de Bachelet, que el Frente Amplio entregue señales de su disposición a plegarse a la candidatura y que sus principales promotores en el PS sean justamente aquellos que buscan alinear a ese partido con el polo de izquierda de la coalición de gobierno en lugar de conformar junto a la centroizquierda y lo que queda de la DC una fuerza política reformista de corte socialdemócrata.
La candidatura de Bachelet tiene la virtud de suspender la discusión sobre la orientación de la izquierda chilena para enfocarse en salvar los muebles en materia parlamentaria, pero ése es también su defecto, porque si bien garantiza el pasaje a segunda vuelta, no será mucho lo que quede para la proyección futura de un sector que debe tomar definiciones relevantes si quiere volver a ser alternativa de gobierno.
La expresidenta sería, de algún modo, el sucedáneo de proyecto político por su condición de cemento unificador del sector y la profundidad del cariño que despierta en la ciudadanía.
Imagino que su reflexión estival se mueve entre el temor fundado a terminar su brillante carrera política perdiendo su última elección y el temor —improbable mas no imposible— de verse en la situación de conducir nuevamente el país en condiciones de gobernabilidad significativamente más difíciles que en su traumática segunda experiencia en el poder.
Carolina Tohá, por su parte, se ha ido posicionando como la candidatura sucedánea de Bachelet, resignada a ser una especie de segundo corte, a sentarse en la banca a la espera de la lesión del titular. Es una posición en la que la han puesto incluso algunos de los más entusiastas impulsores de su candidatura, anunciando que una decisión favorable de la expresidenta gatillaría su inmediato retiro de la carrera presidencial.
Es cierto que sólo 2 a 3% la señala espontáneamente como su candidata presidencial favorita, muy lejos de Bachelet, y en hipótesis de segunda vuelta Matthei le saca hoy una ventaja mucho mayor que a la expresidenta, pero sin Bachelet en la papeleta de la primaria oficialista aparece ganándole lejos a los precandidatos de todos los partidos oficialistas y se le reconoce como una de las figuras del progresismo mejor preparadas para gobernar, luego de haber tenido experiencia municipal, legislativa y ministerial con los presidentes Boric y Bachelet.
En las encuestas la popularidad y simpatía son determinantes, mientras que en las elecciones lo fundamental es la consistencia y la preparación. Ejemplos tenemos de sobra en nuestra historia reciente, como el de Kast en 2021 que después de números muy escuálidos en las encuestas terminó ganando la primera vuelta presidencial, o el de Guillier, que la rompía en las encuestas previas y apenas consiguió superar a Beatriz Sánchez en la primera vuelta de 2017.
Apuesto a que Carolina Tohá, con sus condiciones políticas, su trayectoria, su experiencia y su capacidad, terminaría obteniendo un resultado similar o incluso superior al de la expresidenta Bachelet, a condición de salir de su estatus de sucedáneo y candidatura de reemplazo (“es lo que hay”) para saltar al ruedo con autonomía, dispuesta a competir con cualquiera, representando una opción política clara de centroizquierda, desde el orgullo de lo hecho con la Concertación y su rol de conducción orientadora del gobierno actual, abordando sin complejos los principales desafíos de orden público y recuperación del crecimiento que serán las claves de la elección que viene.
Pero ello implica asumir riesgos, salir de la condición de sucedáneo y asumir la titularidad de su candidatura, jugársela por una opción dejando de lado la calculadora, empujar la conformación de una gran fuerza política reformista, disputar la primaria con proyecto político propio, dibujar un proyecto de desarrollo socialdemócrata sin concesiones al autoritarismo de izquierda.
No sé si está el horno para esos bollos, tampoco estoy seguro de que sus partidos estén preparados y dispuestos a emprender ese camino, ni siquiera tengo claro que Carolina Tohá esté dispuesta a salir de su zona de confort para liderar este proceso.
De lo que sí estoy convencido, es que si no lo hace ella, este proyecto quedará postergado por muchos años. Porque tiene la capacidad, la experiencia, la trayectoria y la consistencia política para encabezarlo y las circunstancias actuales son propicias para un liderazgo como el suyo, nutrido de la experiencia de la Concertación y adaptado a los desafíos actuales.
Al término del verano sabremos si Tohá se resigna a la condición de candidata sucedánea, a seguir esperando la decisión de Bachelet, o sale del ministerio para saltar al ruedo presidencial con su propia personalidad, opción y proyecto para competir en la primaria oficialista, para modificar la disposición de los partidos de centroizquierda y las cifras de las encuestas.
De eso justamente se trata el liderazgo, de cuyo ejercicio depende en gran medida el futuro inmediato de la centroizquierda y su posibilidad de retomar la centralidad que tuvo en la política chilena.
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