Revolución, pero a fuego lento. Por Natalia González

Abogada y académica

A horas del 4 de septiembre, vale la pena recordar la sensatez de la nación chilena al rechazar la propuesta refundacional de la Convención Constitucional. Lo que subyace a la propuesta de la Convención y sus promotores sigue latente. Fueron por el todo, de la mano de la violencia y el escaso juicio, y perdieron. Pero buena parte de la izquierda chilena sigue incomprensiblemente autoflagelada por los 30 años, y sabe que, “batalla a batalla”, puede asegurarse un resultado similar, en más tiempo.


A horas del 4 de septiembre, vale la pena recordar la sensatez de la nación chilena al rechazar la propuesta refundacional de la Convención Constitucional. Si hoy tenemos dificultades, no quisiera imaginar la magnitud que ellas alcanzarían si esa propuesta se hubiera aprobado. Ese proyecto nos ofrecía un Chile dividido, plurinacional y en constante conflicto. Un Chile asambleísta y de futuro empobrecido, que descreía de las personas como motores principales del desarrollo y el cambio. Uno en el que la democracia liberal representativa, con sus pesos y contrapesos, y garantías de libertad, se debilitaba fuertemente.

Pero junto con ello, también es importante recordar que esa propuesta no fue solamente de la Convención Constitucional, como si hubiera sido una entelequia aislada, caída de Marte, sino que fue abrazada, promovida y defendida por todos los partidos que actualmente gobiernan y que integran el Socialismo Democrático y Apruebo Dignidad (Frente Amplio y Partido Comunista), incluida la Democracia Cristiana.

Lamentablemente, no fue lo único que muchos de ellos abrazaron para que la propuesta pudiera gestarse. El caos, la violencia y la anomia fueron apoyados o tolerados, explícita o implícitamente, para lograr el propósito final que no era otro que el de derribar el modelo de desarrollo chileno que, aún con sus claro-oscuros (como, por lo demás, lo tienen modelos de desarrollo similar), fue muy exitoso y único en América Latina.

Por aquel entonces, el excepcional periodo de los “30 años” (en que el país y sus ciudadanos progresaron como nunca en su historia gracias a la labor de los gobiernos de la Concertación y de la oposición que entonces supo promover y defender los principios y pilares en que ese progreso se sustentaba), fue rebajado a una consigna simplona e injusta que lo catalogó de abusivo, con el beneplácito de buena parte de quienes lo administraron.

El apetito por derrocar las bases fundamentales de nuestro diseño institucional y los pilares del progreso social y económico chileno, para imponer otros empíricamente fracasados, fue tal que, el llamado socialismo democrático, en su conjunto, estuvo incomprensiblemente disponible para abrazar un sistema político con más problemas que el actual, hacer casi desfallecer al Senado de la República, a generar modelos de justicia reñidos con la igualdad ante la ley, a entorpecer y obstaculizar aún más el desarrollo de proyectos de inversión -que crean trabajo y desarrollo-, debilitando el derecho de propiedad, imponiendo un modelo económico sobre la base casi exclusiva de cooperativas y economías comunitarias de pequeña escala, los derechos de la naturaleza y las relaciones internacionales prioritarias con el Caribe y América Latina.

La apuesta política fue en extremo arriesgada, y fue la nación chilena la que puso la determinante cuota de sensatez.

Sin embargo, lo que subyace a la propuesta de la Convención y sus promotores sigue latente. Fueron por el todo, de la mano de la violencia y el escaso juicio, y perdieron. Pero buena parte de la izquierda chilena sigue incomprensiblemente autoflagelada por los 30 años, y sabe que, “batalla a batalla”, puede asegurarse un resultado similar, en más tiempo.

Hoy, la vorágine febril que se apoderó de los liderazgos políticos parece apaciguada, pero ello no significa que esté superada. A dos años de ese plebiscito de salida, la izquierda radical y sus asesores comunicacionales, en entrevistas, columnas y cartas, reflotan el malestar con el objetivo de reavivar y justificar la vía refundacional, a fuego lento.

Pero más que el malestar, lo que verdaderamente les importa es convencer a las personas de aquella falacia consistente en que sus problemas son causados por otros que están en mejor situación. Así, soslayan la enorme responsabilidad que les cabe en su génesis, al apoyar la violencia y hacerse los lesos con políticas que promuevan el crecimiento y el progreso para sacarnos del estancamiento y, además, crean un villano.

La derecha debe estar atenta y no abonar el terreno a ese embaucador relato.

Más bien la reflexión es que a dos años del triunfo del Rechazo, quienes promovieron el Apruebo y su contexto, no dan señales robustas de cómo repararán con celo el mal causado a las generaciones más jóvenes.

Ninguna figura de la coalición gobernante ha propuesto algo serio y contundente para mejorar la educación pública y para revertir las reformas que bajaron de los patines a los más meritorios y esforzados. Al revés, se cuadran detrás de su figura emblemática, fotografiándose para las campañas.

Menos aún, algo contundente para dar un rotundo y sostenido vuelco al paupérrimo tranco que lleva la economía para que todos, y sobre todo esos jóvenes, puedan comenzar a ponerse de pie de la mano del empleo formal y del acceso al crédito para la vivienda propia. Al revés, aún hoy diputados de gobierno apoyan los nefastos retiros de los fondos de pensiones, y poco y nada se hace contra los tentáculos que extiende el narcotráfico hacia la juventud.

Ninguno está impulsando propuestas para fomentar, hasta que duela, la inversión, sino tan solo proyectos tímidos que distan enormemente de lo que debe hacerse considerando la magnitud del problema.

Y no lo harán, pues la deriva revolucionaria sigue ahí, solo que esta vez se cocina a fuego lento en el ámbito de las pensiones, la negociación colectiva, otras regulaciones laborales y en materia educacional. La parcelación de la revolución facilita, además, el camino al dificultar un análisis de impacto de lo que estas reformas implican en su conjunto, pero ello no quiere decir que las semillas del estancamiento no se estén plantando y que, en un tiempo más, no vayan a proyectar una sombra letal a nuestra capacidad de levantarnos si dejamos que germinen.

No está demás recordar que la revolución a fuego lento es estimulada si parte de la oposición se rehúsa a cumplir su rol de tal, prefiriendo, como en la reforma de pensiones, quedar a la izquierda de su electorado, apartándose del camino de la libertad y progreso que se supone había de promover y defender.

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Indignación versus conducción. Por Natalia González

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