Marzo 4, 2025

¿Qué podría salir mal? Costos de un apagón. Por Felipe Jaque

Economista Jefe de Grupo Security

El apagón de febrero expuso la vulnerabilidad del sistema eléctrico chileno. Felipe Jaque analiza su impacto en la economía, el debate sobre la inversión en infraestructura y los riesgos de una futura crisis energética. ¿Es asumible esta falla o revela un problema estructural? La respuesta puede definir el futuro energético del país.


Todos sufrimos disrupciones con el apagón de fines de febrero y quizás lo más relevante fue, más allá de tomar la linterna (a estas alturas tristemente a mano y no porque seamos personas muy preparadas), la caída de la señal de comunicaciones.

Se han comentado varias estimaciones de cuál habría sido el impacto sobre la actividad, considerando que el corte duró del orden de seis a ocho horas en la mayoría de las ciudades, y afectó a todos los sectores económicos (a excepción de algunos casos que contaban con generadores autónomos que por supuesto no reemplazan de manera relevante la red nacional).

Comercio, industria manufacturera y minería, entre muchos otros, sufrieron el shock. Como es obvio, algunas actividades recuperaron lo perdido al día siguiente, pero muchas operaciones no solo no pudieron recuperarse con las holguras de los días posteriores, sino que retomar el ritmo en sus operaciones les costó más tiempo que las horas del corte mismo.

Si bien hay que reconocer que mucho de esto es solo data anecdótica por ahora, las estimaciones macroeconómicas apuntan al impacto promedio de este tipo de eventos. Los números que circulan oscilan entre un impacto de 0,2 punto porcentual hasta sobre 1 punto porcentual de menor crecimiento en el mes (muchos de estos cálculos realizados en base a las estimaciones más recientes del efecto de un día hábil en la actividad).

Si bien debemos considerar que febrero 2025 tendrá en su contra que 2024 fue bisiesto, la cifra que conoceremos a principios de abril dará una buena medida de qué pasa cuando bajamos el interruptor en Chile por unas cuantas horas y los efectos de lo que algunos mencionan como subinversión.

Este efecto no es exactamente el de un día hábil menos, dado que la gran mayoría de las actividades pararon de manera abrupta, y tampoco el de un terremoto que destruye infraestructura, cuyo shock sobre la actividad es mucho más prolongado. En suma, este evento tuvo particularidades que será bueno tener dimensionadas.

Pero luego que tengamos la medida del costo del apagón, se podrá atacar con mayores herramientas una de las dudas que han surgido, como es la vulnerabilidad del sistema y la necesidad o no de tener una red de transmisión más robusta.

Y acá no se pretende entrar en detalles técnicos, que escapan totalmente a nuestra experticia, sino que levantar algunas consideraciones económicas. Si el impacto llega a ser tan bajo como 0,2 punto porcentual, cabría cuestionarse si este tipo de fallas hacen necesaria una mayor inversión o bien son tolerables por el país.

Lo segundo que surgiría de un efecto de esta magnitud es que sería sorprendente notar que los niveles de producción pasadas las tres de la tarde son bastante bajos (es un argumento llevado al extremo, pero habría que reconocer que se necesitan holguras en la economía para absorber el consumo postergado).

A todo esto, se suma el impacto del corte de las comunicaciones y redes para buena parte de la población, en un contexto de creciente digitalización de la economía.

Si nos vamos a un impacto de un punto porcentual o superior a eso para el mes, más relevante para las magnitudes estándar, debiera ganar terreno la idea de revisar la robustez del sistema, las redes de respaldo y la velocidad con la que se reestablece el servicio ante eventos como el de febrero.

Como es obvio, lo anterior no considera que estos shocks no son programables y es ahí donde radica la mayor relevancia. Tuvimos en cierta forma una gran suerte en que ocurriera en la tarde, cuando una gran parte de, por ejemplo, las transacciones financieras se habían llevado a cabo, sin contar que la actividad en un día de febrero sigue siendo acotada respecto de los meses más activos.

Si esto hubiese ocurrido en uno de los famosos súper lunes, temprano en la mañana, con cortes de semáforos, caída de sistema de transacciones, es muy probable que la paciencia y relativa calma con la que se reaccionó sería bastante más escasa.

Demás está decir que, si bien es esperable que el sector privado se cubra de estos riesgos, a través de generadores autónomos que de verde tienen bastante poco, pareciera un tema relevante a tratar a nivel de políticas públicas, sobre todo teniendo ejemplos muy cercanos de los efectos de la subinversión en el sistema eléctrico en nuestra región. Puede ser que la próxima vez no tengamos tanta suerte.

 

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