Natalia Piergentili dejó la vicepresidencia del PPD y asumirá una responsabilidad de dirección en el mundo privado. Es un liderazgo emergente que sufrió sin duda los rigores de la política actual, que premia a quienes marcan el paso y castiga a los que se salen de los senderos de lo políticamente correcto, los que reflexionan de cara a la gente y no le temen a la autocrítica sincera ni a la crítica franca a los errores e insuficiencias de su propio bando.
La política pierde un liderazgo con proyección de futuro, particularmente la centroizquierda, pues Piergentili estaba llamada a jugar un rol relevante en la reconstrucción de la capacidad de la centroizquierda de ofrecer una alternativa de gobernabilidad y cambio en Chile. Su agudeza intelectual, su espíritu libertario y sus convicciones socialdemócratas la llevaron a ser víctima de operaciones políticas por parte de quienes, desde la izquierda, abominan de la posibilidad de una centroizquierda nítidamente diferenciada y con potencialidad de traspasar fronteras y articular mayorías de gobierno.
La política es sin duda una de las actividades más duras e inhóspitas, competitiva como el mercado más abierto imaginable, hoguera de vanidades, donde las rivalidades ideológicas y personales navegan en aguas procelosas y caminos ripiosos. Pero a la adversidad que siempre la ha caracterizado, hoy se agrega la escasísima legitimidad y aprecio ciudadano del que goza. Si en los noventa un hijo de diputado podía vanagloriarse en la fiesta de su colegio de la actividad de su padre, hoy opta por ocultarla si ello es posible, y de cualquier manera la sufre, en caso de que la notoriedad paterna lo haga imposible.
No comparto la melancolía predominante que idealiza el pasado y demoniza el presente, mas no se puede desconocer que en la política ocurre algo parecido a la falta de vocaciones sacerdotales en la Iglesia Católica. Claro que aquí no faltan vocaciones, más bien proliferan en abundancia, pero su calidad ha disminuido significativamente. Esto debido fundamentalmente a la caída libre de la valoración social del rol político y en menor medida también por la importante disminución de la retribución financiera de la actividad que continuará su inexorable descenso a menos que inicie la reversión de su proceso de deslegitimación.
La deslegitimación de la política en lo que va del siglo XXI ha tenido como consecuencia natural el deterioro de su calidad. Ya no son los mejores de cada generación los que aspiran a ingresar a la política, y en un efecto de retroalimentación positiva, el descenso de la calidad del personal político produce baja de la calidad y profundización del proceso de desvalorización social y pérdida de legitimidad ciudadana.
Recuperar su legitimidad social es, a mi juicio, el principal desafío de la política chilena hoy día, es condición necesaria para mejorar su calidad. Chile se caracterizó por tener partidos políticos fuertes, con ideología y programa conocidos, instituciones estables y duraderas, pero todo eso está en cuestión hoy día, pues impera el oportunismo ideológico y programático, los partidos mayoritariamente se están reduciendo a máquinas de poder al servicio de las ambiciones de sus líderes y, por lo mismo, se han fragmentado a tal punto que su variedad no se corresponde a la diversidad de corrientes sociales y políticas del país.
Revertir esta tendencia al deterioro de la política y de los partidos requiere iniciar procesos de convergencia que redunden en grandes formaciones políticas que tengan correlato en la sociedad y no correspondan a los intereses de sus caudillos, exige recuperar la disposición a generar acuerdos que permitan producir soluciones a los problemas endémicos de Chile. La reforma de pensiones fue muy importante en esa dirección, pero una golondrina no hace primavera.
El país necesita que los partidos asuman que ya no siguen siendo correas transmisoras de las demandas de la sociedad al Estado, pues ésta no necesita más intermediarios, y se concentren en las tareas que hoy les son privativas, que es la rigurosa selección de los cuadros políticos para participar en las instancias de representación y de gobierno, así como la transformación de demandas diversas y en ocasiones contradictorias de una sociedad fragmentada, en programas de reformas que identifiquen con claridad las prioridades políticas y se aboquen a la tarea de articular mayorías sociales y políticas para materializarlas.
El distanciamiento de Natalia Piergentili seguramente tiene múltiples razones, unas estructurales y otras personales, pero es también señal de un fenómeno peligroso para el vigor y vigencia de la democracia: la pérdida de legitimidad y valoración social de la actividad política, que tiende hoy a ahuyentar a los mejores y quedar en manos de quienes eufemísticamente podríamos caracterizar como los menos buenos. El tema es que los países necesitan una buena política y para ello se requiere que en ella participen protagónicamente las mejores personas de cada generación.
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