Yo estaba muy desesperada, y lo que le pedía [a carabineros] era ‘no nos deje sola, no nos deje sola’.
Esta frase es uno los muchos testimonios que se leen en el capítulo de Mauricio Salgado y Nicole Gardella, del recién estrenado libro Violencia en Chile, la fragilidad del orden social (Mascareño, Vergara y Gardella 2025). Aunque venga de cerca, este libro es un valioso esfuerzo por comprender las múltiples dimensiones de la violencia. Es, también, un poderoso llamado de atención. Porque a lo largo de sus 14 capítulos, nos adentramos en un fenómeno que parece expandirse y tomar cada vez más espacios en nuestro país.
Según la última Encuesta Nacional Urbana de Seguridad Ciudadana (INE 2024), casi un 90% de las personas en Chile percibían un aumento de la delincuencia en el país. Por otra parte, los resultados del Índice Paz Ciudadana (2024) señalan que un tercio de los hogares han sido víctimas de robos o intentos de robos y solo la mitad denunció los hechos.
Más allá de los eventuales cambios de tendencias, las distinciones entre inseguridad y delitos, o sobre la complejidad del fenómeno en su conjunto, las percepciones y las alteraciones de la vida cotidiana son reales. Dejamos de salir por las noches, evitamos ciertos espacios públicos y, poco a poco, nos vamos encerrando. Pero aun cuando el impacto de la violencia tenga siempre una dimensión personal, sus efectos van mucho más allá de la víctima.
Como demuestran diversos capítulos del libro, hay también una repercusión social, política y económica de la violencia. La violencia al interior de las familias parece reproducirse y perpetuarse en el tiempo; la violencia se traslada al clima escolar, afectando así los procesos educativos; la violencia se amplifica en los medios de comunicación y, frente a la deslegitimación del Estado, la violencia emerge también en la discusión política y se justifica políticamente en marchas y protestas.
En su dimensión económica, un estudio reciente señala que el crimen y la violencia en América Latina y el Caribe le costó un 3,44% del PIB regional, equivalente a un 80% del gasto en educación (BID 2024). Al mismo tiempo, la inseguridad reduce la actividad económica, afectando especialmente a las pequeñas y medianas empresas (FMI 2024). Esta parte del problema también es recogida en el libro, con un análisis sobre su costo para Chile, estimando su impacto en 2,1% del PIB en 2022; casi el doble de lo estimado para el año 2013.
Una mirada comprehensiva del fenómeno ayuda a entender por qué la seguridad se ha tomado la agenda y hay una creciente preocupación por la violencia (CEP 2025). Incluso en aquellos espacios de seguridades que se construyen en los círculos más íntimos (Mascareño 2024), como la familia, el hogar o el lugar de trabajo, se ven amenazados. Y esa inseguridad no es pasajera, porque como reflejan otros testimonios del libro, ‘el miedo no se te quita nunca’.
Así, más allá del impacto sobre las “cositas materiales” que algunos miraban con desprecio, la violencia impide desarrollar los propios proyectos de vida y hace imposible la vida en comunidad.
En estos días en que se empieza a definir el cuadro electoral surge la pregunta: ¿podrán los candidatos dar soluciones reales frente a este fenómeno tan complejo? ¿o los chilenos tendrán que seguir rogando para que no los dejen solos?
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