-En Argentina el tema no fue relevante. Milei guardó silencio y su vocero habló del problema de “los paneles”. ¿Crees que el país trasandino oculta su interés en un control conjunto del Estrecho de Magallanes y desplaza la discusión a una mera anécdota?
-Argentina viene hace tiempo manifestando interés en el Estrecho de Magallanes que, según los tratados, es íntegramente chileno. El hecho mismo de poner un puesto de observación a pocos metros de la frontera es revelador del interés de fondo: no son los metros, es el Estrecho mismo. Allí se esconde una cuestión geopolítica fundamental, que los argentinos entienden perfectamente, y que a nosotros nos cuesta más comprender. Frente a ese interés, la posición chilena debe ser muy firme. En este caso, se dejaron pasar meses antes de reaccionar, ya que el hecho se conocía desde abril. Fue una clara señal de debilidad, más allá del final de la historia.
-Sin embargo, las palabras de Boric fueron duras (“las sacan ustedes o las sacamos nosotros”) y fueron criticadas en Buenos Aires como un cambio de tono inesperado del Presidente chileno. ¿Fue una respuesta adecuada, oportuna?
-No creo que haya sido oportuna, pues pasó demasiado tiempo en el intertanto. Supongo que la dureza del presidente es una respuesta a la burla que representaba la excusa argentina, cuyo canciller había dicho que había que esperar el verano. Sin embargo, creo que fue un error que respondiera el presidente: se podía dar una respuesta igual de firme desde la cancillería, y mantener la discusión en ese nivel. Ese, creo, es el gran punto ciego de nuestra política exterior.
-La Moneda insiste en que el liderazgo de la política exterior recae en el Presidente. Pero eso no significa que dependa de una mirada personalista, intuitiva del mandatario, sino que debe comunicarse correctamente con la tradición o estrategia diplomática nacional. ¿Boric a veces parece confundir ambos aspecto, como si pensara: la política exterior soy yo?
-Yo creo que en este punto el presidente comete un error de proporciones: el mandatario conduce la política exterior, pero no puede hacerlo solo. No es “su” política exterior, es la del país. Para eso tenemos una cancillería, un cuerpo diplomático y una estructura institucional. El presidente realiza una lectura personalista de sus atribuciones, que lo lleva a cometer errores una y otra vez. Eso tiene completamente marginado al canciller: el presidente habla y habla sobre cuestiones internacionales, mientras la voz del ministro casi ni se oye, como si la cancillería misma fuera irrelevante en la elaboración y comunicación de la política exterior. La misma formulación del cuadro permite apreciar cuán absurda es la situación.
-Escribiste que Van Klaveren es un “canciller invisible”. ¿Representa una generación que lideró la transición y que ahora ha arribado al mundo frenteamplista sin mayor distancia político ideológica? ¿Lo ves también en Marcel, Montes?
-No creo que Marcel haya caído en eso. Uno podrá tener críticas a tal o cual decisión, pero es un ministro con poder y peso específico. El caso de Montes es distinto, pues no es ningún misterio que el caso Convenios lo dejó muy dañado. Van Klaveren, por su parte, ha aceptado un papel disminuido y subyugado que no se corresponde con su trayectoria. El presidente no le deja espacio alguno, y él no hace nada por revertir la situación. ¡Pero Van Klaveren estaba llamado a ser mucho más que un funcionario silencioso! Es una abdicación que me resulta total y completamente incomprensible, pues afecta no sólo a la persona del canciller, sino a la política exterior. En función de las dificultades regionales que vivimos, me parece que el país sale perjudicado, pues necesitamos una voz fuerte, con peso, y esa no puede ser la del presidente, pues la respuesta ha de ser institucional y no personal. Para eso existe la cancillería…
-Benjamín Salas, ex asesor internacional de Sebastián Piñera, retrucó tu columna y defendió la política exterior desde el retorno de la democracia, elogiando la continuidad estratégica pese a gobierno de distinto signos. ¿Piensas que en el gobierno de Chile Vamos se cometieron errores en la relación con la región? ¿Falta mirar a los vecinos y no tanto a Europa y EEUU?
-Muchos de los problemas que enfrentamos son arrastrados. Es cierto que el gobierno anterior enfrentó dificultades objetivas, pero su política exterior estuvo lejos de la perfección: las dificultades con Venezuela, Argentina y Bolivia tuvieron sus propios episodios en esa administración. Además, el modo en que el Presidente anterior ejerció sus potestades tiene sus semajanzas con el actual, con asesores que cumplían un papel indeterminado fuera de la estructura, y apropiación de algunas funciones del canciller (sobre todo con Roberto Ampuero).
Lo que yo extraño es una estrategia clara respecto del modo en que vamos a enfrentar los enormes desafíos regionales, porque nuestra pasividad no está costando muy caro. En migración, sin ir más lejos, no podremos resolver nada sin una mínima colaboración de Bolivia y Venezuela, y lo mismo en crimen organizado. ¿Qué estamos haciendo, qué resultados podemos mostrar? Los expertos me retrucan que no hay nada de que preocuparse, que está todo bien, que la política exterior se está ejecutando, pero hay que notar cuán vacías y tautológicas son esas frases. Esto no es asunto de fe. Estoy consciente de que la política exterior es un ámbito delicado, pero eso no implica que esté eximida de todo escrutinio público.
-¿Casos como los de Velasco en España, los roces con Israel, la debilidad ante Venezuela y algunos desaciertos de Boric, revelan que esta nueva generación no está correctamente preparada para los desafíos de la inserción chilena en un mundo cada vez más complejo y polarizado?
-Creo, sobre todo, que son víctimas de una ilusión progresista según la cual las naciones y los conflictos estaban condenados a desaparecer. Eso explica que el presidente haya podido decir que en la Patagonia no hay fronteras, y que los argentinos hayan intentado cobrarle la palabra de modo literal. Por lo mismo, tienen pocas herramientas para comprender un mundo donde el conflicto nacional ha vuelto a surgir, tanto en la región como en el resto del planeta.
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