Tras llenarse de gloria y premios por su rol en Elle (Paul Verhoeven, 2016), Isabelle Huppert continuaría un recorrido similar con El Porvenir. Y si alguien vio que su personaje en Elle era poco más que una prolongación de lo que ya había hecho en La Profesora de piano (M. Haneke), aquí se puede regocijar constatando su versatilidad.
En El Porvenir la actriz también es el sol de ese sistema planetario dibujado por la directora Mia Hansen-Løve, una película que se pasea por honduras intelectuales y emocionales, a la vez que fluye exquisitamente ligera, recorrida por un humor que no se anuncia y hasta toca ciertos singulares instantes de ternura.
Lo primero que vemos de Nathalie (Huppert) es su silueta en un transbordador, mientras corrige papeles; luego desciende junto a su marido y dos niños en Saint-Malo: van a visitar la tumba de Chateaubriand frente al mar. Una elipsis de muchos años nos ubica en París, donde estudiantes del liceo donde Nathalie hace clases de filosofía protestan contra alguna medida del gobierno de Sarkozy.
En el aula, insta a los alumnos: “debatamos. Les propongo esta frase de Rousseau, autor de ‘El contrato Social’ y la Declaración de los Derechos del Hombre: ‘Si hubiera un pueblo de dioses, se gobernaría democráticamente; pero un gobierno perfecto no conviene a los hombres’ ”.
Nathalie es una mujer mayor, que tiene la vida que quiere. Su marido también es profesor de filosofía —las paredes del departamento familiar abundan en textos de Levinas, Schopenhauer, Adorno, Foucault—, sus hijos ya son independientes y no se altera demasiado con las consecuencias de rechazar el risible “marketeo” de sus libros que le propone la editorial donde ella publica.
Lectora de “Liberation” y “Le Monde”, con Fabien, su ex alumno favorito, integrante de un “colectivo libertario”, mantiene una rica relación intelectual. Cuando él le comunica que irá a protestar a Saint-Denis, ella se limita a comentarle: “Fui comunista 3 años. Leí a Solzhenitzyn y se me pasó”.
La que sí le resulta una pesadilla es su madre, una anciana que fue modelo (su belleza es notable aún), de un narcisismo infantil superlativo, que la llama varias veces, noche y día, para anunciarle que se está suicidando. Nada que agobie ni le quite el paso ágil y decidido a Nathalie. Lo suyo está lejos de ser frialdad: le importan sus afectos y sus cercanos. Aún cuando esta estructura que tiene tan bajo control se le desmorona por completo, ella sigue su camino, a toda vitalidad.
La vida puede ser un punto de vista y el que tiene Nathalie sobre su porvenir es inusitada —y racionalmente— positivo. Visita a su ex alumno en su comunidad en el campo —que luce una biblioteca con todos los socialistas utópicos—, conversan sobre Žižek, mientras escuchan a Woody Guthrie. Jóvenes de distintos lugares de Europa comparten mesa y debates. “No me apetece la revolución. Me gusta hacer pensar a mis alumnos por sí mismos”, declara Nathalie. Lo suyo es la libertad, una en la que junto con la filosofía, los libros, el cine, caben los buenos afectos que el porvenir le depara y que ella elige aceptar. Como lo evidencia la espléndida secuencia final en la que suena “Unchained melody”, en una emocionante versión a capella de The Fleetwoods. Ya hemos escuchado demasiado a Schubert y Brahms.
Una película exquisita, sorprendente, aguda, divertida.
El Porvenir (L’avenir)
DATO: Oso de Plata en Berlín a Mejor Dirección, entre otros premios, que también recibió Isabelle Huppert. La directora Mia Hansen-Løve estuvo nominada a la Palma de Oro 2021 en Cannes por Bergman Island.
Si digo Festival de Sitges, ustedes deben saber que estamos hablando de cine fantástico, un género en el que cabe desde el horror más cruento hasta el thriller sutil pero agobiador. En ese esplendoroso balneario de Cataluña se desarrolla el evento más prestigioso de este estilo cinematográfico. De allí viene La Última Noche, cargando con los premios a Mejor Guion y el Gran Premio del Público. Valga lo anterior como advertencia.
La película de Camile Griffin se presenta y se desarrolla como una sutil comedia británica, pletórica de comentarios agudos y diálogos ácidos, como hemos visto varias.
Un matrimonio y sus tres hijos esperan amigos y parientes para Navidad, en su bella y amplia casona en la campiña inglesa. Nell (Keira Knightley) va de un lado a otro cuidando cada detalle y ornamentación. Los invitados vienen en camino: son grupos diferentes, algunos, familias con hijos; otros, parejas solas.
La llegada, el encuentro, la prima fastidiosa, los niños que se atrasan, todo transcurre como cualquiera se lo esperaría.
Incluso la cena, los cánticos. Tanto así, que el espectador no tiene cómo llegar a imaginarse el derrotero que va a tomar la historia. Ni tampoco el verdadero motivo por el cual se han reunido esas personas allí, ese día.
El giro desde la clásica reunión familiar navideña a aquello que llevó a esta película a competir en Sitges se produce de a poco. Primero con una escena muy inquietante pero no lo suficiente como para terminar de comprender del todo de qué va toda este reunión. Las noticias hablan de una nube tóxica que va invadiendo todo.
Art (Roman Griffin Davis, Jojo RabbIt), el pequeño y decidido hijo de los dueños de casa, se rebela contra los planes que los mayores han organizado y lucha contra lo inminente. Con ello solo provoca un pequeño descalabro que, en todo caso, no modifica el sino fatal que ya está trazado.
La Última Noche es una sátira oscura, tras la que late una cierta disquisición moral y la tensión entre libre albedrío y ese gran espacio de elementos del azar que jamás controlaremos. Y todo lo anteriormente visto parece una broma desagradable. ¿O lo es el final?
Perturbadora e inquietante, su mayor mérito es la originalidad y ese humor agudo que a pesar de todo, allí está.
La Última Noche (Silent Night)
Basada en un comic, King’s man: El Origen es la precuela de la peculiar saga británica de espionaje que comenzó con El Servicio Secreto (2014) y siguió con El Círculo Dorado (2017). Con un prólogo situado en Sudáfrica en 1902, la película se desarrolla en Gran Bretaña y la Europa pre Primera Guerra Mundial (y durante). Lo que la convierte en una ideal clase de historia porque por allí circulan desde Rasputín (genial e irreconocible Rhys Ifans) hasta el Rey Jorge V y sus primos, el Kaiser Guillermo II y el Zar Nicolás, todos ellos nietos de la Reina Victoria.
Por cierto que es una historia contada como por “31 Minutos”: el desfile de personajes es estimulante y por momentos presentados de manera divertida, pero lo único real es que ellos existieron y el telón de fondo por donde circularon. El atentado en Sarajevo, las trincheras, el Presidente Wilson (EE.UU.), el Tratado de Versalles y todo aquello que da un panorama de que en el mundo nunca ha dejado de existir la guerra desfilan por esta película.
Pero en realidad se concentra en el refinado Oxford (Ralph Fiennes) quien, desde su imponente castillo comanda una organización secreta, la que luego se instalará en Saville Row. Hay mucho guiño cinéfilo, tanto en ciertas secuencias como en los personajes.
Con un fabuloso casting, se despliega en impresionantes escenarios naturales —cielo, mar y tierra—, grandiosos palacios, lujosos trenes y elegantes reuniones. También en el duro campo de batalla y en las mazmorras a donde va a parar algún personaje.
Acción, intriga y humor se mezclan en esta historia en la que se desliza una autocrítica a la extensa colonización británica. Ciertamente es una película recargada (no más que las de súper héroes, en todo caso), pletórica de hechos, subtramas, giros, intrigas. La puesta en pantalla es lo suficientemente atractiva como para entusiasmar a adolescentes en vacaciones (y alguien que le corrija los inventos históricos).
Tiene escena post-crédito.
King’s Man: El Origen (The King’s Man).
DATO: El autor de cómics escocés Mark Millar (Kick-Ass, Wanted) y el ilustrador británico Dave Gibbons (Watchmen, Judge Dredd) publicaron en 2012 la novela gráfica The Secret Service, un homenaje a James Bond y a las películas de espías del Reino Unido. Matthew Vaughn, quien ya había adaptado Kick-Ass para el cine, hizo lo mismo con The Secret Service, rebautizando su película como Kingsman (nombre de la agencia secreta creada para el cómic).
Aunque los Globos de Oro venían con una larga cola de polémica (tal como les detallé la semana pasada), nadie se esperaba que las nominaciones a los SAG Awards (Sindicato de Actores) dejara una estela de reclamos que aún no se detiene. El miércoles se dieron a conocer las nominaciones y para sorpresa de todo el mundillo cinéfilo la (supuesta) gran favorita ni siquiera apareció en la lista: Kristen Stewart, protagonista de Spencer (de Pablo Larraín).
En cambio, las actrices nominadas fueron: Jessica Chastain ( Los Ojos de Tammy Faye), Olivia Colman (La Hija Oscura , Netflix), Lady Gaga (La Casa Gucci), Jennifer Hudson (Respect), Nicole Kidman (Being The Ricardos , en Amazon Prime Video).
En un hecho inusitado, un miembro del comité de nominaciones del SAG, Larry Blamire, dijo el jueves en su tuiter que está “muy decepcionado con las nominaciones” por haber ignorado ciertas películas, “además de una actuación vanguardista como la de Kristen Stewart en Spencer. Una pena”. A lo que siguió una cascada de respuestas mayoritariamente de apoyo. Kristen Stewart aun tiene esperanzas.
Spencer se pre estrena con entradas agotadas este domingo en el Festival de Cine de Wikén para luego ir a salas. La que sigue sumando premios es El Poder del Perro (Netflix).
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