0.-El triunfo de Donald Trump ha sido comunicado y percibido como una verdadera avalancha, porque triunfó en cada uno de los 7 estados que habitualmente inclinan la balanza de los votos electorales y ganó la mayoría en el Senado y la Cámara de Representantes.
Aunque es el primer presidente republicano desde Bush en 2004 que triunfa también en el voto popular, su ventaja sobre Kamala Harris es de sólo 2,7 puntos porcentuales y 3,9 millones de votos en una elección donde votaron más de 147 millones de personas.
La primera precaución que debemos tomar, entonces, es de moderación en los análisis, que tan frecuentemente convierten movimientos milimétricos en cambios estructurales de larga duración.
1.- Mi primera tesis es que no puede considerarse una sorpresa que 50,5% de los votantes haya marcado su preferencia contra el gobierno de turno. Es cierto que Clinton, Bush Jr. y Obama fueron reelectos y duraron ocho años en sus cargos, pero el propio Donad Trump fracasó en su intento de reelegirse luego de una controvertida gestión en la crisis generada por el Covid.
¿No será que la regla general de alternancia que predomina en las democracias electorales alcanzó también a Estados Unidos, reforzada por el aumento de la franja de electores independientes que no vota en referencia a una definición ideológica ni a un posicionamiento político, sino desde donde le aprieta el zapato, desde lo que identifica como sus problemas más urgentes y sus temores más profundos?
Después de todo, el rechazo al gobierno de Joe Biden superaba con largueza el porcentaje de votos conseguido por Trump y la candidatura demócrata era nada más y nada menos que su vicepresidenta, con muy pocas posibilidades de representar el cambio en la orientación gubernamental.
Considerando que en todas las encuestas la opinión favorable de la persona de Trump no superaba el 45%, más de 7 millones de personas votaron contra la candidata que representaba la continuidad del gobierno de Joe Biden más que a favor del candidato republicano (conozco a varias). En la democracia binominal estadounidense, la elección toma la forma de nuestras segundas vueltas presidenciales.
2.- La anatomía del triunfo de Donald Trump confirma lo que ya conocíamos de su primera victoria en 2016, cuando fue muy mayoritario en la población trabajadora blanca sin estudios universitarios y en las zonas rurales de lo que fue bautizado como la “América profunda”, pero entonces perdió en el voto popular, aunque en votos electorales la ventaja sobre Kamala Harris es prácticamente la misma que obtuvo contra Hillary Clinton.
Las encuestas a la salida de las urnas mostraron que esta vez el cambio más relevante ocurrió en la franja de independientes, que representa poco menos de un tercio del electorado, los otros dos tercios están alineados entre Republicanos y Demócratas en porcentajes similares.
Mientras en estos electores Biden había aventajado a Trump en 2020 por 9 puntos porcentuales, Trump le ganó a Harris por 11 puntos, lo que significa que el 20% de éstos se desplazó desde la opción demócrata a la republicana, cantidad de sobra para explicar el triunfo de Trump en la votación popular.
Agréguese -también se superpone- a lo anterior el avance significativo en el voto latino y en los hombres jóvenes.
No sé si a ustedes les ocurrió lo mismo al ver la película Lincoln, de Spielberg. Para mí fue una sorpresa enterarme que los promotores de la abolición de la esclavitud eran los republicanos, mientras los demócratas luchaban por mantenerla.
Lo de ahora ya no es sorpresa, en cambio, porque lo vimos en la contienda de Donald Trump con Hillary Clinton, y ahora se repite con mayor intensidad: mientras Kamala gana con claridad en los hogares con ingresos anuales superiores a los US$100 mil, Trump la aventaja con la misma amplitud en las personas de hogares con ingresos inferiores a esa cifra.
Simplificando, el alineamiento típico del siglo 20, con los pobres votando demócrata y los ricos republicano, quedó completamente obsoleto y con tendencia inversa. De hecho, cuando votó el dinero ganó la candidata demócrata por lejos, recaudando mucho más que Trump para su campaña.
El Partido Demócrata ha ido evolucionando en la última década para convertirse en un partido cuya adhesión es mayoritariamente urbana, de alto nivel de escolaridad e ingresos, fuerte en la población de color e inmigrante, pero crecientemente distante de lo que se suele llamar despectivamente “ordinary people”.
3.- Para el núcleo duro de electores republicanos el aborto y la defensa de los valores conservadores es fundamental, así como para el apoyo más duro de los electores demócratas lo es el aborto libre y los derechos de las minorías sexuales.
Lo que ha quedado en evidencia es que las elecciones no se ganan hablándole a sus respectivas barras bravas, sino más bien apuntando a convencer a esa franja cada vez más amplia de electores pragmáticos, que pueden votar por uno u otro sector político según si sus prioridades sintonizan con las suyas y la credibilidad y confianza que sean capaces de generar sus liderazgos y propuestas para encarar soluciones a sus urgencias y ahuyentar sus temores.
Kamala Harris buscó ganar la elección como si se tratara principalmente de la libertad de abortar y tenía razón al pensar que la mayoría de los estadounidenses valoraba ese derecho, como lo mostraron los resultados de los plebiscitos sobre esa cuestión en varios estados.
Sin embargo, se equivocó al creer que sería el factor determinante a la hora de votar, porque en estados donde el derecho a abortar obtuvo amplia mayoría, ganó Donald Trump.
Resulta evidente que la gente votó la economía, asfixiada por un nivel inédito de inflación (21% acumulado) en los años de Biden, votó contra la inmigración ilegal, atraída por el mensaje de Trump de sellar las fronteras y comprometer deportaciones masivas, votó a favor de la paz ofrecida por Trump en Ucrania y el Medio oriente.
Todo ello, a lo menos para los votantes independientes que inclinaron la balanza, a pesar de su misoginia, su condena judicial y sus procesos, su carácter imprevisible y los males de la vejez que luego de ponerlos en el foco contra Biden, se volvieron en su contra.
4.- Persiste en mí la duda, sin embargo, de lo que habría ocurrido si Joe Biden hubiera desistido antes del naufragio del debate televisivo y el Partido Demócrata hubiera elegido una candidatura como Michelle Obama, que pudiera disociarse de la continuidad que representaba la vicepresidenta de un gobierno debilitado.
Es cierto que Trump tiene más poder que nunca, con el control del Senado, la Cámara de Representantes y la Corte Suprema, pero cumplirá 80 al segundo año de su mandato, su programa contiene medidas tan contradictorias como subir aranceles y bajar la inflación, y su liderazgo y control del Partido Republicano -hasta hoy incontrarrestable- comenzará a declinar porque no puede ir a la reelección y comenzará pronto la carrera por la sucesión.
Es cierto también que el remezón que provocará en el Partido Demócrata esta inapelable derrota debiera llevarlo a buscar entre sus abundantes y prometedores líderes de recambio la reconexión con el sentido común de su pueblo, volviendo a poner en el centro de su discurso las propuestas para encarar los problemas de la gente común.
5.- Soy refractario tanto a la euforia como a la depresión. Me causan hilaridad las declaraciones altisonantes que suelen hacer quienes ganan una elección. Aún resuenan ridículas las pretensiones de los 30 años de gobierno demócratacristiano después de la marea azul de 1965, las del nuevo ciclo inverso a la Concertación que se anunció cuando volvió la derecha chilena al poder después de 50 años sin ganar una elección, las del Frente Amplio que refundaría Chile apoyado en una sólida mayoría social que pronto se reveló que no era más que una ilusión.
En Estados Unidos no ganaron los partidarios fanáticos del capitalismo ultraliberal ni los conservadores ultramontanos que quieren hacer retroceder a ese país en los avances civilizatorios de las últimas décadas. Por supuesto que los hay. Pero no son ellos los que hicieron ganar a Trump. De hecho, son los que lo hicieron perder su reelección en 2020.
Simplemente ganó la alternancia en el poder, fue plebiscitado el gobierno demócrata y perdió ese plebiscito por 2,7 puntos porcentuales, fundamentalmente por un inédito nivel de inflación que generó la percepción mayoritaria de que después de 4 años de gobierno se vive menos bien que en 2020. Y lo que la gente le pide a sus gobiernos es principalmente que genere condiciones que le permitan mejorar su calidad de vida.
Para ese tercio de la población estadounidense que no tiene una adhesión basada en convicciones ideológicas y/o políticas, éste es el factor determinante a la hora de decidir su voto. Y no son aliens, es también lo que determina el voto hace ya bastante en Chile y en prácticamente todos los países donde la democracia está aún vigente.
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