A pesar de todas las dificultades que ha enfrentado, por circunstancias externas y errores no forzados, el presidente Gabriel Boric podrá ufanarse de algo que ni Michelle Bachelet ni Sebastián Piñera pudieron: terminar con una coalición más grande que con la que llegó al poder.
Bachelet, recordemos, concluyó su primer período con el desbande de los “díscolos”. Nada menos que dos correligionarios suyos -Marco Enríquez-Ominami y Jorge Arrate- corrieron por fuera del oficialismo en la primera vuelta presidencial. Piñera inauguró su primer mandato con la llamada Coalición por el Cambio, que con la inclusión de figuras como Jorge Schaulsohn y Fernando Flores venía a sugerir que se ampliaban las fronteras de la derecha tradicional. Duró menos que un Candy.
Bachelet retornó en 2014 aupada por la Nueva Mayoría, aun más grande que la vieja Concertación porque incluía a los comunistas. Pero, cansada del ninguneo a sus reiterados “matices”, la DC abandonó el barco. En 2017, llevó a Carolina Goic a primera vuelta, en desmedro del candidato oficialista Alejandro Guillier. Piñera también llegó regalón en 2018, pero entre estallido y pandemia se le desordenó el naipe. Su coalición se jibarizó a tal punto que su candidato -Sebastián Sichel- llegó cuarto en la primera vuelta presidencial de 2021.
Boric, en cambio, llegó con una coalición piñufla llamada Apruebo Dignidad, y se va con una alianza que está a punto de celebrar primarias a seis bandas, la más numerosa hasta la fecha. Ya están confirmados Carolina Tohá (PPD), Jeannette Jara (PC), Gonzalo Winter (FA), Vlado Mirosevic (PL), Jaime Mulet (FRVS) y Paulina Vodanovic (PS). En una de esas se suma hasta el incombustible ME-O, y eventualmente Alberto Undurraga llevando las banderas del falangismo. Es decir, el candidato o candidata presidencial del oficialismo representará una base de apoyo, al menos en coordenadas ideológicas y partidarias, bastante más extensa que la que apoyó al presidente en 2021.
Es cierto que las encuestas siguen siendo ingratas para la izquierda. Algunas incluso indican que el batallón Germania ocupa las tres primeras posiciones. Sin embargo, todo indica que la derecha no tendrá primarias. Es decir, no solo irá dividida -facilitando las opciones del oficialismo de llegar a segunda vuelta-, sino que le regalará a su adversario la tribuna y exposición que dan las primarias legales.
Basta mirar la historia electoral reciente de Chile para constatar que llegan a La Moneda los que ganan la primaria más votada. En 2013, la competencia entre Longueira y Allamand sumó 800 mil votos, mientras que la primaria que ganó caminando Michelle Bachelet congregó poco mas de dos millones. En 2017, Piñera se impuso fácilmente a Manuel José Ossandón y Felipe Kast en una primaria que convocó un millón y medio de personas, mientras el Frente Amplio organizó una chiquitita que ganó Beatriz Sánchez y el oficialismo ungió a Guillier sin más trámite. En 2021, la primaria que Boric le ganó a Jadue sumó 1.741.215 voluntades, contra 1.343.892 que sufragó en la de Chile Vamos.
Esto no anticipa nada. Pero contextualiza el desánimo de las huestes de Evelyn Matthei: lo ideal era conseguirse un par de sparrings como Ximena Rincón y Rodolfo Cárter para legitimar su postulación de cara al país. Mejor aun habría sido incluir a Johannes Káiser, un rival más serio que habría inflado el caudal de votos de la primaria opositora. El oficialismo, por su parte, tiene ahora la misión de parir un peso pesado sumando varios pesos medios y pesos ligeros, como esos Transformers que se combinaban entre varios para armar una máquina más potente.
Mejor aun: la primaria del oficialismo está abierta, lo que la hace más atractiva para la opinión pública. Según las ultimas mediciones, Tohá, Jara y Winter están empatados. La primera tiene a su favor su bagaje político y una narrativa clara sobre el presente y el futuro del proyecto progresista. La segunda ha sido comparada con Bachelet por su estilo llano y cercano, además de contar con un par de éxitos resonantes como ministra. El tercero representa al Gabrielismo original y romántico que no renuncia a cambiar el mundo.
¿Aporta en algo la incorporación de Paulina Vodanovic a la carrera? Hasta ahora, sólo sirve para sanar el orgullo herido de su partido tras el condoro que terminó en la destitución de la senadora Isabel Allende. La lógica indicaba que el PS apoyaría a Tohá: es la candidata del partido “hermano” en el seno del llamado Socialismo Democrático, representa el espíritu moderado que llegó al gobierno tras el 4S, despegó en las encuestas tras su salida de Interior, y forma parte del mismo tronco histórico que va desde José Tohá a Ricardo Lagos.
Sin embargo, en un acto prototípico de chauvinismo, la militancia socialista decidió correr con colores propios y nominar nada menos que a la jefa. El PS demostró una vez más que pierde la brújula en los momentos decisivos. Fue incapaz de entender que los partidos grandes y seguros de sí mismos no necesitan aspavientos pintamonos. Ahora, no solo se arriesgan a llegar cuartos, sino que comprometen seriamente la opción de Tohá, favoreciendo insólitamente las posibilidades del mismo frenteamplismo que -según ellos- los humilló. Pero esta vez, como escribió Camilo Feres, el partido de Allende se humilló solito.
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