Tres descendientes de alemanes lideran la carrera presidencial en Chile: Evelyn Matthei Fornet, José Antonio Kast Rist, Johannes Maximilian Káiser Barents-von Hohenhagen. Pura casualidad, salvo para quienes gustan de los estereotipos culturalistas y los modelos idiosincráticos. Ellos dirán que los chilenos, después de tanta chacra, quieren liderazgos severos, rigurosos y autoritarios.
Lo más probable es que la coincidencia germana sea meramente anecdótica. Lo que no es anecdótico es que los tres punteros que arrojan las encuestas pertenecen al mismo sector político. No recuerdo otro momento más políticamente hegemónico desde el retorno a la democracia. Si el oficialismo ya tenía pesadillas imaginando una segunda vuelta con dos derechas, ahora mira con perplejidad que Kast es superado por la versión aun más radical representada por Káiser.
Para Matthei, el problema no es dramático. Cuenta la leyenda que el votante tradicional de derecha es pragmático. Vota por el candidato mejor aspectado para llegar al poder. Por eso votó por Piñera tantas veces, a pesar de no ser santo de su devoción. Hoy, esa candidata es -por lejos- Matthei.
La única excepción fue en 2021, cuando la derecha abandonó a Sichel por Kast. Pero fue una anomalía explicable. Sichel nunca fue harina de ese costal. Nunca lo percibieron propio. Por lo demás, la tesis del empresariado era que un gobierno de Boric incrementaba la probabilidad de un fracaso constituyente, la madre de todas las batallas. Daba lo mismo perder con Kast. La evidencia muestra que no se equivocaron.
El principal damnificado con el crecimiento de Johannes Káiser es José Antonio Kast. Más que conquistar un nuevo electorado, los puntos que gana el primero los pierde el segundo. Dos razones podrían explicar el fenómeno. Por un lado, Kast se convirtió en un candidato eterno. Perdió lustre, novedad, disrupción. Comienza a sufrir el síndrome MEO. Llegó alto, pero no le alcanzó. Ahora su estrella se comienza a apagar. El fracaso del consejo constitucional no le fue inocuo.
Por el otro lado, en los últimos años Kast adoptó una retórica populista que por importada siempre tuvo algo de impostada. El Kast tercerista de la UDI era un chico duro pero bueno. Representante de la derecha confesional, perna y aburrida. El triunfo de Trump convenció a sus asesores de vestirse con ropajes más adversariales, fustigar a las elites, denunciar la corrección política, ir de frente contra los progres. Parafraseando a Pablo Stefanoni, hizo que la rebeldía fuera de derecha. Pero en el fondo sigue siendo el mismo gremialista de pantalones Dockers.
Káiser no tiene que impostar nada de esto. Es la versión cruda del populismo nacionalista libertario. Populista, porque su adversario declarado es la “casta”. Nacionalista, porque su eje discursivo es el anti-globalismo. Libertario, porque considera que más libertad implica menos estado. Si Kast es un UDI que viró estratégicamente a la derecha para ocupar el nicho huérfano que dejó la moderación de la centroderecha bajo Piñera, Káiser siempre ha estado en ese margen. En la intimidad de sus conciencias, dudo que José Antonio Kast o Arturo Squella compartan sus peculiares teorías sobre las vacunas o el cambio climático, por citar un par de ejemplos.
Hasta hace unas semanas atrás, el negocio de Káiser era participar de la primaria de Chile Vamos. Ya que Kast va derecho a primera vuelta, Káiser habría rentado del voto de derecha “sin complejos” frente a Matthei, haciendo de paso superflua la participación de Cárter u otro sheriff anti-delincuencia con ganas de ocupar ese espacio. Con ese caudal electoral, aun perdiendo frente a Matthei, Káiser podría aspirar a una senaduría e instalarse fuerte en el ecosistema político chileno.
Con los nuevos números, si se mantienen, se le podría abrir el apetito. Tal como Piñera le compitió a Lavín en la primera vuelta de 2005 y lo dejó fuera de carrera por un punto, sepultando de paso sus ambiciones presidenciales y erigiéndose como primus inter pares de la derecha, Káiser podría competirle a Kast en la primera vuelta de 2025, con miras a quedarse con el liderazgo inapelable de la derecha radical chilena de cara al futuro.
El oficialismo sería el más contento con este desarrollo: si la derecha divide su votación en tres, aumentan sus posibilidades de llegar al balotaje con alguno de los escuálidos nombres que circulan. En el entorno de Matthei debería haber sentimientos encontrados: si llegan dos derechas a segunda vuelta, su triunfo está prácticamente asegurado, como le ocurrió a Chirac y Macron frente a los Le Pen en Francia. Pero también es desgastante competir con dos candidatos acusándote de blandengue, como se ha hecho insoportable en medio de la negociación previsional.
Lo claro es que Chile Vamos no tiene muchos incentivos para invitar a Káiser a la primaria, si al final del día ese voto se pliega a Kast en primera vuelta. Sería engordar el capital político de un futuro adversario a cambio de muy poco. El otro con sentimientos encontrados debe ser Axel Káiser, quien cedió su aspiración en favor de su hermano Johannes, asumiendo que el crecimiento del apellido redundaría más tarde en su beneficio. Pero si crece demasiado de la mano de Johannes, se hará difícil reclamarlo luego para sí. Porque ya con tres alemanes basta. Un poco más y la derecha debería rebautizarse como ese exclusivo programa que tenía la Escuela Militar para estudiantes secundarios, más conocido como el Batallón Germania.
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