La precandidata presidencial Jeannette Jara (PC) ha insistido, así como que no quiere la cosa, en su origen humilde y en su estilo de vida sencillo, a ritmo de cumbia popular. Su intención no es distanciarse ideológicamente de su competencia en el oficialismo -mientras menos gente se entere que es comunista, mejor- sino marcar territorio cultural: a diferencia de Carolina Tohá y Gonzalo Winter, Jara no tiene nada que ver con la elite.
Aunque el enfoque predominante en la academia para abordar el fenómeno populista contemporáneo sostiene que se trata de una ideología que entiende a la sociedad dividida entre dos campos antagónicos -el pueblo bueno y la elite mala-, existe otro enfoque que sugiere que el populismo es más bien un estilo de hacer política, que se caracteriza por su identificación con las formas socioculturales del pueblo.
Desde la perspectiva sociocultural -o “performática”, como también se le ha llamado-, la línea divisoria se traza entre un estilo alto (high) y un estilo bajo (low) de posicionarse frente al electorado. En este clivaje, los populistas son los que ostentan su falta de refinamiento, su desdén por la corrección política, su cruda autenticidad, su lenguaje llano, su cercanía con el ciudadano ordinario tal como es y no como las elites intelectuales quieren que sea. En clave populista sociocultural, la provocación y el anti-academicismo son virtudes. En buen chileno, el populista le saca punta a su perfil guachaca.
Tal como ocurre con los otros enfoques, el populismo performático admite versiones de izquierda y de derecha. Chávez es un caso prototípico de conexión emotiva y des-intermediada con el pueblo. Pero también lo es Trump, que explota su vulgaridad de solárium para conectarse con las masas estadounidenses que detestan el cinismo pacato de los políticos tradicionales. Su fortuna no afecta su posicionamiento en el campo sociocultural “bajo”.
Berlusconi también era millonario, pero se jactaba de una virilidad winner descrita como “baja” en el contexto italiano. En cada país, lo “bajo” es distinto. En Argentina, por ejemplo, Milei llena un teatro para cantar La Renga enfundado en una chaqueta de cuero.
En Chile, la política se ha hecho casi siempre en el lado high del espectro. Aylwin, Frei y Lagos fueron la encarnación de nuestra gris formalidad institucionalista. Aunque Bachelet siempre ha sido descrita como “cercana”, es una políglota cosmopolita que habita los impersonales pasillos de la diplomacia internacional. Piñera era pelusón, pero un pelusón Ivy League. Hasta el Boric sin corbata habita la parte “alta”: es cruzado y escucha rock progresivo.
Cuando José Antonio Kast irrumpió como carta presidencial en 2017, varios reconocimos elementos populistas en su majadero discurso contra las elites progresistas. Sin embargo, nada menos populista que JAK en el sentido performático: calmado en el tono, nunca grosero, siempre articulado. Ni aunque lo hagan bailar mil veces en Tik Tok tendrá el desplante de Abdalá Bucaram.
La única populista que hay en Chile, me dijo entonces Pierre Ostiguy, uno de los principales académicos que postula el enfoque sociocultural, es Roxana Miranda, quien dijo que la nueva Constitución debía escribirse con faltas de ortografía “porque así escribe el pueblo”. En su momento, Pamela Jiles hizo gala de un populismo kitsch, corriendo por el Congreso a lo Naruto, estableciendo un vínculo directo con sus “nietitos”, y valorizando la experiencia ordinaria de los “sinmonea” como estándar de validez epistémica.
Nadie llegó más lejos que René Alinco, que retó a Marcel porque su exceso de conocimiento le hacía perder el “sentido común”. A propósito de ministros de Hacienda, no hay figuras más anti-populistas desde el punto de vista sociocultural que Andrés Velasco e Ignacio Briones vestidos de Brooks Brothers o El Ganso arriba de una Vespa. También es anti-populista el llamado Karamanés asociado al frenteamplismo: el pueblo no habla en complicado.
Volviendo a la presidencial 2025, es un poco forzado decir que Jara encaja perfecto en el molde de populismo sociocultural, pues combina el perfil institucional que cultivó como ministra con la sencillez que busca transmitir en sus redes sociales. Parece estar en una categoría intermedia.
Aunque Tohá también ha hecho notorios esfuerzos por verse más cercana, por ejemplo comiendo piure, su registro performático es típicamente “alto”: sobrio, racional, demasiado consciente de las complejidades de la vida política. Imposible más institucional: acaba de ser ministra de Interior y su postulación la apoyan cuatro partidos.
Por su origen social y elocuencia conceptual, Winter también es culturalmente “alto”. Aunque es apasionado, recientemente ha insistido en la solemnidad de la figura presidencial, la que debe verse -en sus palabras- siempre “impecable”. En su comando se escucha Dua Lipa antes que Los Charros de Lumaco. Y si es cumbia que sea de Abel Zicavo.
Francófilo, filósofo y cineasta, Marco Enríquez-Ominami también resulta demasiado sofisticado para ser populista en clave sociocultural. Siempre se viste como si viniera de un funeral. Alguna vez dijo que habría preferido ser italiano porque ser chileno era “una “tragedia”. Prometer un estadio a cambio de firmas es demagógico, no populista.
Evelyn Matthei también habita el espectro performático “alto”. Aunque tiene salidas de madre y a veces se le arrancan los chilenismos, no es la Paty Cofré. Hace poco ganó el Copihue de Oro a la Reina Pop, superando incluso a la Fiera. Pero sigue representando a la derecha más tradicional que todavía se viste de Dockers y se excita con la ENADE. Su candidatura -apoyada por tres partidos bien constituidos- proyecta estabilidad, experiencia, austeridad, seriedad y racionalidad tecnocrática, todos valores socioculturales “altos”.
El estilo de Johannes Káiser, en cambio, exhibe varios rasgos de populismo sociocultural: su marca registrada es la pachotada transgresora de macho cabrío, la teoría conspirativa anti-científica, la socarronería plebeya contra los intelectuales. Intenta convertir su desventura académica en un activo. Aplaude las virtudes de la chilenidad profunda. Fiel a la lógica “Sin Filtros”, no busca los matices sino el choque. No tiene el mismo estilo de Milei porque en Chile somos menos estrambóticos, pero es el profeta furioso que le corresponde a nuestra mentalidad de capitanía general.
Franco Parisi, finalmente, es un populista bon vivant. Sus Bad Boys están engominados, pero buscan subvertir la jerarquía social “incomodando a la elite”. Aunque Parisi se ufana de sus conocimientos de economía, su lenguaje es directo e informal, una especie de tecno-populismo que conecta bien con la democratización epistémica de la era digital. Los casos de Káiser y Parisi recuerdan que lo “bajo” en clave sociocultural no tiene nada que ver con la pobreza o la marginalidad, sino con la actitud. Tanto Káiser como Parisi plantean sus desafíos a la elite política “desde abajo”, cuestión que difícilmente puedan hacer Matthei o Tohá.
En resumen, la elección presidencial chilena de 2025 puede analizarse no solo en clave ideológica sino en clave sociocultural. El cruce entre el eje izquierda versus derecha y el eje alto versus bajo arroja cuatro cuadrantes: Izquierda Alto (Tohá, Winter, MEO), Izquierda Bajo (¿Jara?), Derecha Alto (Matthei, Kast), Derecha Bajo (Káiser, Parisi).
Estas categorías, huelga decirlo, son meramente descriptivas. Identificar un estilo populista en un sentido performático no es hacer un juicio peyorativo. Por el contrario, algunos creen que habitar el espectro sociocultural “alto” es una desventaja electoral. Por eso buscan acercarse a las expresiones del pueblo. Sin embargo, desde el retorno de la democracia, nuestra cultura política tira porfiadamente hacia lo “alto”. Una segunda vuelta entre Matthei y Tohá lo confirmaría.
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— Ex-Ante (@exantecl) May 17, 2025
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