En la segunda vuelta presidencial de 2021, el programa de José Antonio Kast se centró en dos temas: seguridad y crecimiento económico.
En contraste, el programa de Gabriel Boric enumeró una larga lista de promesas de las cuales el candidato priorizaría, en caso de ser electo, siempre en nombre de la democracia.
Entre sus urgencias, se haría cargo de la transición ecológica, de generar empleos decentes, de dar inicio a la sostenibilidad comunitaria, de consagrar el Estado social de derecho en línea con el proceso constituyente, sentenciar el fin de las AFP, inaugurar el nuevo sistema nacional de salud, reconocer todas las identidades, otorgar dignidad y justicia a los pueblos originarios y afrodescendientes, crear un nuevo modelo laboral, hacer de la minería sostenible, consolidar derechos sexuales, y hacerlo todo desde el feminismo.
Lo que finalmente le permitió a Boric ganar la elección, sin embargo, no fueron sus promesas, ni su carisma. Fue su capacidad para convencer a las personas de que, si no votaban por él, llegaría la ultraderecha al poder, destrozando la democracia que tanto había costado recuperar.
Claro, todo esto ahora suena absurdo, pero en ese tiempo tenía sentido. En particular, tenía sentido para ellos, el Frente Amplio, que recién se estaba instalando en el poder, y necesitaba bencina no solo para ganar, sino también para darse impulso después.
Un poco más de tres años después de haber debutado, y considerando el álgido contexto político, se vuelve necesario volver a visitar esa narrativa y sus consecuencias—pero no desde la perspectiva de quienes la diseñaron, sino desde la mirada de quienes supuestamente se beneficiarían de la llegada del Frente Amplio al poder.
Para evaluarlo, sin embargo, habría que preguntarles a los jefes de familia de clase media si ven méritos en el gobierno, si creen que el esfuerzo del Frente Amplio por “preservar la democracia” valió la pena. Asimismo, habría que preguntarles a las madres solteras que regresan a sus casas de noche, si el gobierno feminista era tanto como lo que se prometía, y a los jóvenes que pronto egresarán de universidades públicas no tradicionales, si creen que serán competitivos en el mercado laboral en un par de años más.
Habría que además preguntarles a los obreros, a las asesoras del hogar, a los trabajadores de supermercados y a los conductores de micros y taxis si al final todo valió la pena. Si valía votar por el Frente Amplio para evitar que Kast destruyera la democracia.
La respuesta parece absurdamente evidente. Salvo quienes se mantienen empleados por el Estado, fanáticos ideológicos o militantes de los partidos que gobiernan, es difícil anticipar que alguien no estaría de acuerdo con lo que decía Kast en 2021. ¿Qué votante moderado hoy día votaría en contra del crecimiento y la seguridad? Claro, no es blanco y negro, pero es evidente que, si lo que se quería era proteger la democracia, y la situación actual es lo resultante, hay algo que no calza.
¿En qué contexto vivir con miedo es compatible con la democracia? ¿En qué situación privilegiar minorías ideologicas por sobre las capas medias es democrático? ¿En qué tipo de países se blinda a criminales, narcotraficantes por sobre ciudadanos comunes y corrientes?
Pues bien, o lo del Frente Amplio era mentira, y prometieron proteger la democracia solo para ganar la elección, o la democracia significa algo absolutamente diferente a lo que cualquier hijo de vecino entiende por aquello.
Por lo pronto, debe ser lo primero.
Si nada más, todo esto demuestra los niveles absurdos a los cuales se está dispuesto a llegar para ganar elecciones y conservar el poder.
Esta misma semana, Constanza Martínez, la presidenta del Frente Amplio, el partido de Gabriel Boric, habló de espionaje por parte de la Fiscalía, al ser notificada de la investigación de corrupción en curso relacionada con varios miembros de su partido.
Pues bien, si querer seguridad y crecimiento económico, como prometió Kast en la elección de 2021, es ser de ultraderecha, y aceptar el proceso legal por el cual el Ministerio Público conduce sus investigaciones, como siempre lo ha hecho, es ser ultraderecha, entonces, probablemente a esta altura, todo el país es de ultraderecha.
En fin, es precisamente por cosas como estas—la seducción del ofertón electoral y la capacidad para doblar verdades a conveniencia—que las personas desaprueban tanto al Presidente como al gobierno, en números récord. Pues quienes se presentaron como defensores de la democracia, no han traído más que degradación institucional.
Como consecuencia, no serán pocos los que comenzarán a rechazar la democracia como paradigma. “Si esto es democracia”, dirán, “entonces dame de lo otro”. Si la aproximación autoritaria, con mayores facultades para responder a las urgencias (no caprichos) de las personas en situaciones críticas se presenta como la vía más rápida, esa será la vía que las personas preferirán.
Pero habrá que asumir que cuando eso venga, no habrá sido por coincidencia. Habrá sido por la codicia, la ambición y la inoperancia del Frente Amplio, que pudiendo haberse hecho cargo de las demandas de los más vulnerables, se dedicó a contratar a amigos en cargos claves para satisfacer sus propios intereses.
La derrota. Por Sergio Muñoz Riveros
— Ex-Ante (@exantecl) May 18, 2025
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