Queda un año, y es un año electoral. En realidad, quedan ocho meses, y uno de esos meses es de vacaciones, que, como se sabe, será ocupado con puntualidad. Por lo mismo, es hora de comenzar a preguntarse qué va quedando en limpio después de tres años y tanto de Gabriel Boric y el Frente Amplio, el presidente y la coalición política que venían a cambiarlo todo, pero que al final no consiguieron mucho más que dejar un manto de dudas sobre la capacidad de la izquierda para transformar las cosas para mejor.
El viaje a China de la comitiva chilena habla mucho sobre lo poco preparado que estaba el Presidente y su coalición para gobernar, ya que nadie pudo haber intuido que, a pesar de la tendencia al alza en las relaciones comerciales entre los dos países, Chile terminaría recurriendo tan abiertamente a China para pedir ayuda, y menos en un momento tan álgido como el actual, en que básicamente se está librando una guerra comercial en el mundo.
Ocurre que el presidente Boric, sin estrategia ni proyección, se metió en un lío del cual ahora no puede salir. En abril de 2023 anunció una billonaria inversión en lo que sería la gran industria nacional del litio, solo para enterarse en junio del mismo año del descubrimiento de la reserva más grande del mundo en Estados Unidos. Quizás por lo mismo, para sostener su idea de reindustrializar el país, giró hacia los chinos, abriéndoles las puertas y ofreciéndoles una oportunidad única para explotar los yacimientos nacionales.
Pero en el cálculo el Presidente habría dejado fuera la idea de que China, a pesar de su política interna, le da lo mismo el tinte ideológico de otros países, y que, si algo le importa, son las condiciones comerciales favorables, las cuales en Chile, en este momento, simplemente no están dadas.
El punto es que China abrió oficinas en Chile para explotar el litio precisamente por las buenas condiciones que le podría dar un gobierno desesperado por no tirar por la borda su proyecto. Pero, al llegar, las empresas chinas se dieron cuenta de que el país no solo había caído en una inestabilidad más profunda de lo reportado internacionalmente, sino que, además, tampoco había voluntad política para reducir la burocracia (permisología) a un nivel funcional.
Así, queda claro que no solo la idea de instalar una industria del litio fue mala y apresurada, sino que, además, una vez confrontado con la realidad, el gobierno trató de forzar la misma idea sabiendo que, de prosperar los retornos, serían peores que lo peor imaginado.
Por lo mismo, no solo es entendible la decisión de los chinos de retirarse del proyecto y del país, sino que, además, es perfectamente racional. Nadie quiere invertir en un país inestable, económicamente cortoplacista, con un gobierno incapaz de ofrecer hasta las condiciones mínimas para operar.
Así, el presidente Boric quedó atrapado con un proyecto de industrialización nacional sin nadie operando las industrias, y que, aun si lo hicieran, tendrían que hacerlo a un costo que probablemente los dejaría al borde de la inviabilidad financiera.
Por eso mismo, es altamente probable que la misión del presidente Boric a China se trate precisamente de eso: de tratar de renegociar las condiciones comerciales y de convencer a los chinos de volver. Esto, en sí, es una ironía, considerando que nadie le pide a los chinos que lleguen a invertir, y menos que vuelvan a invertir, en tanto son ellos los que llegan solos, al ser capaces de operar con los costos de operación más bajos del mercado.
En definitiva, Chile pasó de tener una fuerte relación comercial con Estados Unidos, estable económicamente y alineado militarmente, a depender de la buena voluntad del Estado chino, flotando a la deriva en un mundo incierto, en el que cualquier cosa podría pasar.
Esta es la incertidumbre de la cual hablaba Sebastián Depolo en noviembre de 2021, a dos semanas de la elección de Boric como Presidente de la República. No es casualidad: es parte del plan.
Boric, el presidente accidental, como ha sido apropiadamente denominado, junto al Frente Amplio, llegaron sin saber qué es lo que harían, ni cómo, ni con quién, pero sabían que era mejor que lo hicieran ellos que cualquier otro. Hoy, el país paga el costo de eso, de haber optado por una mirada táctica, que le permitió a una coalición de novatos instalarse en el seno del poder, sin idea alguna de cómo llevar un país al éxito, ni tampoco de cómo prevenir su colapso.
Cuando se termine el gobierno, algunos recordarán los proyectos de las 40 horas, la ley de copago y las caletas con baños de perspectiva de género como logros. Otros hasta lo celebrarán como grandes avances y orgullos nacionales. Pero, al mismo tiempo, el país habrá cambiado bajo la guardia de Boric y el Frente Amplio, haciéndose más débil, más dependiente y más vulnerable que nunca antes.
Que no queden dudas: se ofrecerán justificaciones y excusas y se culpará al destino por cosas como el fortuito descubrimiento del yacimiento de litio en Estados Unidos. Pero, al final del día, los chilenos se darán cuenta, presumiblemente, de que, cuando las cosas se hacen mal desde el inicio, es simplemente imposible corregirlas en el camino.
Un árbol que nace torcido no se puede enderezar.
Ese será el legado del Presidente Boric y la coalición que lo vino a cambiar todo: un legado de aprendizajes y errores, irreversible, difícil de olvidar, y que marcará al país por mucho tiempo.
Un viaje en momentos complejos. Por Fernando Reyes Matta.
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