Hace unos días, un buen amigo me envió un video con la intervención del Ministro de Economía de Argentina, en el 140° Aniversario de la Bolsa de Comercio de Rosario. Vale la pena escucharla.
En ella, se refirió a varios temas económicos y regulatorios impulsados por el gobierno de Javier Milei. Sin perjuicio de la relevancia de las medidas, lo más trascendente de la intervención, a mi entender, es la perspectiva, el norte y la fuerza con la que impulsan su programa económico y el convencimiento de que, haciendo las cosas de otra manera, bien, se puede cambiar.
Argentina se había acostumbrado al desmanejo, dice Caputo, llevando a las personas a naturalizar lo que se hacía mal. Con ello, se había conseguido ignorar que cuando las cosas se hacen bien, la potencialidad del país podía ser enorme.
¿Suena familiar? Sí, terrible y lamentablemente familiar o “habitual”, como se dice ahora en Chile. En nuestro país, y para nuestro pesar, quienes ejercen cargos de autoridad parecen solazarse en, o a lo menos conformarse con, la mediocridad, el magro crecimiento económico y la inseguridad pública. Si en los últimos años nos acostumbramos a crecer a un 2%, y si los más de 30 homicidios del fin de semana de Fiestas Patrias se parecen a los de “días habituales”, entonces ¡Qué más vamos a pedir o hacer, si es lo habitual!
Pero como bien dice Caputo, los resultados de las naciones no son casualidades ni culpa del empedrado. Los resultados que muestra un país se deben a relaciones de causalidad, que generan consecuencias, para bien o para mal.
Para los políticos es más fácil que nos acostumbremos a pensar que son casualidades las que conducen a los malos resultados. Cuando el desmanejo es sostenido y brutal, y nos habituamos a aquello, terminamos pensando que “es lo que hay”, cuando en realidad lo que verdaderamente está ocurriendo es que hay mucho más, solo que los motores y las causas para descubrir “ese mucho más”, no están siendo empujadas con la convicción y la decisión política que se requiere.
Argentina está mejor, económicamente hablando, porque las cosas se están haciendo de otra manera. Convencidos, a ratos a rabiar y con un estilo poco tradicional, de que van por la senda correcta, la promueven sin complejos y por el bienestar de la población. El objetivo a alcanzar, así como el proceso, tomarán tiempo, pero debe haber un liderazgo y un buen equipo detrás, capaz de atreverse a iniciarlo y realizarlo. Alguien debe empujar, con talante y convencimiento, los motores capaces de romper con lo que va siendo el acostumbramiento chileno a esa mediocre habitualidad, amarga e inconducente.
La historia está cambiando en Argentina, y ello no es casualidad. En vez, la relación es de causalidad con las iniciativas que se están llevan a cabo a pesar del escepticismo y de las presiones políticas y sindicales. El norte es claro: expandir las libertades.
En Chile abunda la idea de que nuestro momento de gloria ya pasó; de que vamos cuesta abajo en la rodada y de que no hay cómo frenar la caída libre. No culpo a quienes piensan así pues yo misma pertenezco, a ratos, a ese lote. Pero lo que nos muestra Argentina (¡y en la situación en la que estaba Argentina!), es que se puede. Claro que se puede, pero con convicción firme y sostenida de actuar, y con voluntad real para llevar a cabo los cambios. La potencialidad está, pero no se desarrollará sola, menos si nos dedicamos a ahogarla.
En Argentina, señala Caputo, el déficit fiscal terminó en un mes y el cuasi fiscal terminó en un semestre, cuando todos creíamos que ello era imposible. Se van acabando los piquetes y los intermediarios de la pobreza, como los llama el Ministro, lo que también parecía misión imposible. Otro tanto retrocede el crimen y la inseguridad pública, sobre todo en Rosario. Todo aquello, de apariencia inalcanzable, está pasando. Estos políticos fueron a hacer y están haciendo.
Espero que en Chile también nos suceda. Las elecciones del próximo año son una oportunidad para contar con líderes que, al idear sus programas de gobierno y su gestión, sepan dónde estamos parados (que no es en los años 2000, en los que el desarrollo parecía estar a la vuelta de la esquina, sino que en la mediocridad) y nos propongan medidas acordes, profundas, de shock, si se quiere, para revertir el estancamiento.
Ello debe ir acompañado, como en el otro lado de la frontera, de una explicación realista y razonada a la población, sin relatos charlatanes, que expliquen la senda, los objetivos y cómo se beneficiarán las personas de aquello, aunque ello no sea inmediato, sino que en el mediano plazo. Sin cantos de sirena; con planes bien formulados y acotados, y el compromiso de que la pega se hará y bien.
En Chile hay una crisis de confianza en las instituciones producto de importantes desviaciones del Estado de derecho, pero sería ceguera no ver que esa crisis también se debe a que los políticos dejaron de hacer las cosas bien para, en vez, plantearnos ficciones de corto plazo y espejismos, que, además, el sistema político -que debemos cambiar- incentiva. Ello solo genera más desconfianza y frustración.
Caputo, al cerrar, su participación, señaló que es a lo que habían venido, a generar crecimiento y es lo que vamos a hacer. Indicó que comprometerse con el país y pensar que un país diferente era posible, era un acelerador fenomenal del cambio. Nosotros los ministros, añadió, somos los actores de reparto, ustedes las personas, los empresarios son los que más pueden influir en que esta recuperación sea lo más rápida y fuerte posible. Entre todos, dijo, construyamos lo que puede ser en los próximos 30 años Argentina, el país que más éxito tenga en el mundo.
¡Ojalá en los próximos años podamos escuchar algo similar respecto del manejo económico en Chile!
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