La oposición se encuentra atrapada en un verdadero dilema del prisionero: cooperar es lo mejor para el sector, pero no para los candidatos individualmente. Resolver ese dilema no solo aclararía el panorama del sector, sino que también despejaría varias dudas respecto de la elegibilidad de Jara.
En los siete días que han pasado desde la contundente victoria de Jeannette Jara en las primarias del 29 de junio hasta hoy, la candidata del Partido Comunista ha aparecido liderando la intención de voto en la primera vuelta en tres encuestas diferentes. En una de ellas, Activa, logró marcar un 26%, en Panel Ciudadano, llegó al 34% y en Agenda Criteria al 29%.
¿Cómo logró Jara pasar de ser una ministra que ni siquiera figuraba en las encuestas en marzo de este año a liderar las preferencias de voto de los chilenos?
Pues bien, hay al menos dos formas de entender su alza y sus consecuencias.
La primera es que el apoyo es natural y genuino, y responde a la eliminación de incertidumbre en el sector. La idea es que, con la disipación de dudas y la ausencia de candidatos alternativos, Jara quedó liberada para recibir el apoyo de los perdedores y quienes los respaldaban. La proyección natural de esta teoría es que su apoyo aumentará a medida que se acerque la elección.
La segunda es que el apoyo es real, pero representa el punto más alto que se verá en la campaña. Esta visión se sustenta en tres ideas: primero, que el PC tiene un techo electoral definido; segundo, que el oficialismo avanza debilitado y sin perspectivas de victorias que puedan ayudarle en el futuro; y tercero, que existe una clara preferencia ciudadana por el cambio, lo que limitaría a cualquier candidato del sector, ya sea comunista o perteneciente a un gobierno que pudiese generar impulso político. Así, el resultado de la primera vuelta no depende de Jara, sino del contexto.
Obviamente, el sector que apoya a Jara tenderá a adherir a la primera teoría, mientras que quienes están en contra se inclinarán por la segunda.
En cualquier caso, si bien hay mérito en ambas líneas teóricas, la segunda plantea un escenario más incierto, en tanto vincula la posible victoria de Jara con un contexto más amplio y cambiante. Aceptando aquella como explicación provisional, la pregunta clave es: ¿en qué condiciones puede ganar Jara? Y aquí, nuevamente, aparecen dos escenarios: uno que la perjudica y otro que la beneficia.
Por una parte, y considerando que el terreno ganado rara vez se pierde, lo único que pareciera poder perjudicar a Jara en este punto es la aparición de una nueva competencia: un candidato que pudiera quitarle parte de su base de apoyo, que recién se está consolidando.
Claro, el porcentaje de votantes de centroizquierda que podrían cruzar el río hacia la derecha tiene cierta relevancia, pero probablemente no sería suficiente como para definir la elección. En cambio, el surgimiento de un nuevo candidato podría dividir el apoyo del sector, atrincherar al PC en su núcleo duro, y reducir el techo electoral promedio del bloque completo.
Por otra parte, y a riesgo de repetir lo obvio, el único camino que beneficia a Jara es la fragmentación de la derecha. Con un techo de votación personal y partidario, la única forma en que Jara puede aspirar a la segunda vuelta es si la derecha se debilita tanto que no solo baje el umbral de votos necesarios para llegar primero o segundo en la primera vuelta, sino que además divida a sus propios votantes al punto de facilitar una victoria del oficialismo en la segunda instancia.
Se podrá plantear que un outsider no puede generar impacto, sobre todo surgiendo el mismo año de la elección, pero eso fue exactamente lo que ocurrió en 2009, cuando Marco Enríquez-Ominami le arrebató la elección a Frei. También se podría argumentar que la división del sector favorito no importa cuando existe una ventaja sustancial, pero la evidencia muestra lo contrario: eso fue exactamente lo que pasó en 2005 y 2021, cuando el ganador de la elección surgió por la división del electorado opositor.
Así, lo que queda claro es que Jara puede ganar si, y solo si, no surge una competencia relevante a la izquierda del centro, y la derecha permanece dividida.
Para los independientes y la centroizquierda, esto representa una oportunidad. Apoyar una alternativa a Jara en este momento, cuando las posibilidades parecen bajas, podría rendir mucho si ese candidato logra tracción en la primera vuelta. A pesar de lo desfavorable de la situación —especialmente para quien se atreva a asumir el riesgo y los costos— el impacto sistémico podría ser significativo.
Para la oposición, en cambio, es un desafío. Se encuentra atrapada en un verdadero dilema del prisionero: cooperar es lo mejor para el sector, pero no para los candidatos individualmente. Resolver ese dilema no solo aclararía el panorama del sector, sino que también despejaría varias dudas respecto de la elegibilidad de Jara. Hasta que eso no ocurra —y probablemente no ocurrirá— la amenaza de un avance comunista se volverá cada vez más real.
Jara hoy está en 30%, no tan diferente de lo que obtuvo Boric en la primera vuelta de 2021, ni del porcentaje que aún lo respalda en La Moneda. Pero, como esa misma historia enseña, Jara no necesita crecer en votos para instalar la sensación de que puede ganar. Aunque proviene de un partido impopular y tiene un techo electoral evidente, solo necesita que no surja un candidato que le dispute el centro y que su principal competencia siga enredada en sus propias contradicciones.
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