En una reciente entrevista en Tolerancia Cero, el Presidente Gabriel Boric sostuvo que “las movilizaciones sociales no pasan por suerte o mala suerte”, sugiriendo que su gobierno ha sido capaz de evitarlas, no como gobiernos anteriores, y de ese modo, darle garantías al país.
Como ejemplo, se refirió a las protestas de los estudiantes de 2011 y al estallido social de 2019.
Considerando el impacto de ambos sucesos sobre la hoja de ruta de Chile, corresponde examinar con mayor detalle los dichos.
Partiendo por lo específico, primero habría que clarificar que los ejemplos que da el Presidente no solo sirven para demostrar que las movilizaciones son relevantes, sino también para subrayar que, por su experiencia en ambas, sabe exactamente de lo que está hablando.
De hecho, su participación en 2011, al alero de Jackson y Vallejo, le permitió dar el salto que después lo llevaría a la Cámara de Diputados en 2013, mientras que su rol en 2019, como bróker de la izquierda, le permitió ganar la presidencia en 2021. Dos intervalos de dos años.
Así, no solo son dos eventos que beneficiaron personalmente a Boric en su carrera política, sino que además cambiaron el curso de la historia del desarrollo de Chile. El primero, mediante las paupérrimas reformas educacionales que se hicieron como efecto dominó y que seguirán afectando, nivelando la calidad de la educación hacia abajo por años venideros; el segundo, como un evidente retroceso en todos los indicadores económicos y sociales importantes menos, notoriamente, los de democracia, que contradictoriamente sugieren que todo va bien, cuando va todo menos bien.
Es claro que las movilizaciones pueden tener efectos negativos sobre el desarrollo. Corresponde preguntarse entonces por qué exactamente ocurren: si es por combustión espontánea, como sugiere el Presidente, o si es por diseño, como parece indicar el hecho de que ambos ejemplos, 2011 y 2019, fueron en más de un sentido impulsados, apoyados y, de alguna forma, conducidos por el mismo grupo de personas, incluyendo al propio Boric.
Pues bien, es evidente que el primero efectivamente no fue combustión espontánea, como podría haberse interpretado de los dichos del Presidente, que parece sugerir que las movilizaciones en Chile nacen de malestares profundos. Muy por el contrario, la movilización de 2011 vino de los mismos estudiantes, la mayoría de ellos afiliados a partidos políticos o movimientos ideológicos, no de una demanda popular.
Así, lejos de lo natural, como dice el Presidente, la movilización de 2011 fue un evento diseñado, dirigido y con claros propósitos político-ideológicos.
El estallido social de 2019 no es tan diferente, si se examina con cuidado. A simple vista, claro, es exactamente lo que dice el Presidente: la expresión de un profundo malestar que explota por la inhabilidad de un país de sacudirse del “modelo”. Pero esa lectura, precoz y basada en interpretaciones tempranas de lo ocurrido, no solo es reductiva, simplista y convenientemente útil para el argumento que se hace, sino que además es equivocada.
Lejos de lo que se propone, el estallido social fue producto de una élite que, en vez de trabajar con el gobierno de turno para mantener el orden, permitió que el Estado de Chile, bajo la administración de otros, cayera, solo para reconstruirlo ellos mismos después.
Si los líderes estudiantiles no hubiesen convocado marchas en 2011, ni la clase política hubiese apoyado con tanta fuerza lo ocurrido en octubre de 2019, nada de lo posterior habría ocurrido tampoco. Ni los disturbios, ni los incendios, ni los saqueos, ni el deterioro generalizado que aún se percibe en el aire.
Es obvio que las movilizaciones son intencionales. No nacen de la combustión espontánea de la sociedad: ocurren por diseño, como en 2011, u ocurren por negligencia, como en 2019.
Todo esto tiene aún más sentido si se considera el último componente de los dichos del Presidente Boric, sobre la ausencia de movilizaciones. En efecto, la pregunta es: ¿por qué no han ocurrido movilizaciones en los últimos años? ¿Es, como dice el Presidente, por su buena gestión?
Pues bien, si así fuera, entonces al menos uno esperaría una situación en que se estén logrando grandes resultados a nivel país, o al menos un gobierno con un alto nivel de apoyo ciudadano. Sin embargo, ninguno de esos elementos está presente. Empíricamente, y en contra de lo sugerido, es obvio que el país está estancado o derechamente en declive.
Por lo mismo, parece tener más sentido la simple idea de que la razón por la cual no hay movilizaciones es porque quienes las diseñan y conducen están en el gobierno. Los auténticos intérpretes de la gente, las legítimas voces del pueblo, están gobernando, sin tiempo ni, obviamente, voluntad para permitir ni aceptar la expresión popular.
Si no, ¿cómo se puede aplicar la lógica de Boric para explicar que no haya protestas ante la evidente ausencia de cambio?
No se puede. Usando la versión del Presidente Boric, no hay respuesta posible para aquello. O al menos habría que comenzar a agregar variables e ideas que nada tienen que ver con el fondo del asunto, solo para decir al final que el malestar se deshizo en la nada.
Lo único claro de los dichos del Presidente Boric parece ser que, en el caso de perder la presidencia, volverán las movilizaciones. Claro, si quienes las impulsan, apoyan y protegen de pronto se encuentran sin cobijo, resguardo ni la obligación política y moral de defender su propia obra, es entendible que vuelvan al rol crítico que les permitió entrar en el fast track al poder.
Así, no parece haber otra alternativa que sentarse a esperar a que las movilizaciones regresen —espontáneamente, por supuesto— con sus cánticos, bailes, coreografías, piedrazos, quemas, enfrentamientos entre personas y policías, tomas, turbas, saqueos y violencia generalizada. Y entonces, cuando vuelvan las veredas picadas, escuchar que no llegamos allí por “suerte o mala suerte”.
Se acata, pero no se cumple. Por (@natigonzalez_b). https://t.co/wjBWJL0cW1
— Ex-Ante (@exantecl) June 4, 2025
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