Con la victoria de Jeannette Jara en la primaria, se cierra una era en la historia política chilena y comienza un nuevo ciclo.
Por lo pronto, significa el ascenso del Partido Comunista a la primera división, que, a pesar de haber ocupado cargos importantes hasta ahora, no se había logrado consolidar por completo.
Pero, más importante aún, significa el ocaso del Frente Amplio, que, por voto popular, quedó cancelado de forma definitiva.
Gonzalo Winter, que representaba la línea oficial del gobierno y, por extensión y militancia, al mismo Presidente de la República, terminó en tercer lugar en una carrera de cuatro, convirtiéndose en el símbolo más claro del fracaso del proyecto. Incluso en las primarias —ocasión en que, por definición, votan personas cercanas al sector político— su partido no pudo convencer ni siquiera a los propios de seguir apoyando al gobierno que les pertenece.
Al final, lo que ocurrió es que la carrera se dividió en dos: entre los autoflagelantes liderados por Jara, que se dieron cuenta de que nada de lo prometido en 2021 se logrará entregar, y los autoflagelantes liderados por Tohá, que recién se están dando cuenta de que los usaron como excusa para explicar por qué nada se ha hecho. Y Gonzalo Winter, que por defecto representaba a los autocomplacientes, quedó absolutamente marginado del debate, sin nada relevante que defender.
Incluso los votantes del Frente Amplio se dieron cuenta del fracaso del proyecto, prefiriendo votar por Jara o Tohá antes que por su propio candidato, quien, más allá de sus limitaciones políticas, nunca encontró una forma sincera de presentar razones para justificar por qué el gobierno de Gabriel Boric debía tener continuidad.
Pero la derrota más importante no es la de Winter, que al final tuvo que asumir un rol que nadie más quiso tomar, sino la del mismo Boric, que, teniendo al menos tres años para ordenar a su sector y planificar la transición a una segunda etapa, no dejó mucho más que una buena historia para contar sobre uno de sus amigos más leales.
Por lo pronto, todo esto habla del profundo vacío existencial que existe en el sector, que, por falta de visión del líder, incapacidad de los mandos medios y adoración al momento de los mandados, nunca logró entender que el éxito de un gobierno se define por su capacidad de proyectarse en el tiempo.
Desde el Presidente hacia abajo, se estuvo demasiado ocupado disfrutando de las regalías del poder como para darse cuenta de lo que estaba en juego.
Claro, la derrota del Frente Amplio no ocurrió con el resultado de la elección: solo se coronó allí. Por el contrario, se viene gestando desde al menos el plebiscito de salida de la primera convención constitucional, cuando el gobierno se quedó sin timón ni velas, a la deriva, perdido y confundido, sin esperanzas de hacer nada mejor que tratar, con dificultades, de mantener el barco a flote hasta el final del viaje.
Y aunque la campaña de Winter buscó forzosamente defender algunas de las pocas cosas que se han hecho, la verdad es que el gobierno de Gabriel Boric quedará anotado en los libros de historia como uno de los peores, no solo por su inhabilidad para presentarse como merecedor de continuidad, sino por haber hecho todo lo contrario a lo que prometió.
Los votantes de Boric en 2021 que optaron por Jara en 2025 lo hicieron porque se dieron cuenta de que, a pesar de todo, la generación que venía a cambiarlo todo terminó rescatando a las Isapres y las AFPs. Por su parte, los que votaron por Tohá lo hicieron porque entendieron el riesgo para la seguridad y la economía que implicaba seguir endosando a un gobierno que aún no parece entender la gravedad de la situación.
Ninguna explicación es mejor que la otra: Boric, en conjunto con el Frente Amplio y Winter, perdió todo por incapacidad o negligencia.
Es un final triste pero anunciado. La verdad que comienza a asomar es que el Frente Amplio nunca estuvo preparado para gobernar. Boric fue un candidato y un presidente accidental, y arrastró a su coalición con él, premiando a amigos y compañeros con cargos de monta republicana, que a su vez terminaron también premiando a sus propios amigos y compañeros.
Al final, sin embargo, la pirámide de cargos inmerecidos y representantes sobrevalorados colapsó. Como bien enseñan los resultados del plebiscito, ni quienes trabajaron para construirla terminaron confiando en sus cimientos. Ni los frenteamplistas pudieron votar por Winter con convicción, al darse cuenta de que para gobernar se necesita algo más que suerte y amistad.
Si el progresismo terminó abandonando sus ideas, su lenguaje inclusivo, sus coreografías y su resquemor por la bandera chilena y la corbata, no fue por convicción, sino por cálculo. Entendieron, aunque tarde, que muchas de esas expresiones no conectaban con la mayoría del país y que, lejos de ser señales de renovación, se habían convertido en símbolos de desconexión.
Como toda moda, también ellos pasaron. Sus impulsos antisistema, que alguna vez marcaron el tono del debate público, sobreviven solo en clips de YouTube o en el archivo de antiguos discursos. Y si realmente aspiran a volver al poder en el futuro, probablemente tendrán que borrar esa etapa, reescribiendo su historia con nuevos códigos, más digeribles, más funcionales, y menos desafiantes para el statu quo que alguna vez quisieron derribar.
En definitiva, la mayoría terminó optando por Jara —y en menor medida por Tohá— no por entusiasmo, como muestra el bajo nivel de participación, sino porque ambas candidatas fueron percibidas como un mal menor frente a la posibilidad de un segundo gobierno consecutivo del Frente Amplio.
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