Ítalo Tai y sus Diarios de un bailarín: la música hecha cuerpo. Por Lucy Oporto Valencia

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Ítalo desarrolló, desde temprano, una espiritualidad, una visión de mundo, y una concepción ritual y religiosa de la danza, a partir de necesidades brotadas de su interioridad: búsqueda de autoconocimiento, de lucidez acerca de sí mismo, de sus procesos, y de los fenómenos de la realidad, atendiendo a lo esencial, tanto en la naturaleza viva como en la condición humana.


Ítalo Tai (1967), coreógrafo y bailarín, ha creado y dirigido, entre otras obras: La Ciudad de los Césares Perdidos (2005); Reche, los caciques retornan, premiada por el Círculo de Críticos de Arte de Chile como Mejor Obra de Danza 2009; y Ni por mar ni por tierra (2022). Participó en el rodaje de La danza de la realidad (2013), de Alejandro Jodorowsky.

Diarios de un bailarín (Katankura, 2024) reúne notas personales y otros escritos, acerca de sus proyectos de creación y vivencias personales. Cristián Warnken inscribe esta obra en la tradición de un género noble, el diario, en la línea del Diario íntimo de Luis Oyarzún y las Radiaciones de Ernst Jünger: “Tai fluye, danza en estas páginas entre lo interior y lo exterior, entre lo arquetípico y lo cotidiano; pocos escritores por estos lares han hecho ese ejercicio: sólo un espíritu libre, refinado como el de Tai lo logra sin estridencias y con poesía”.

Su foco es la danza, y cómo su autor va dando forma a una concepción acerca de ésta, vinculada a la poesía, el mito y su propia vida interior. De ahí, la relevancia de los sueños en su experiencia y búsqueda de conocimiento. Ítalo los considera matriz y fundamento de la creación, la cultura y la realidad misma, en tanto arraigadas en lo misterioso, invisible e ignoto.

Su concepción espiritual y ritual de la danza implica una integración de vida y obra, abocada al misterio y lo que trasciende la muerte, abarcando la naturaleza viva, en su dimensión cósmica y cíclica. De ahí, también, su respeto a los espíritus de los muertos, su memoria amorosa y gentil alrededor suyo: integrantes de su familia, formadores, maestros, artistas, amigos entrañables. Al consignar su fallecimiento, Ítalo les agradece y medita acerca de ellos, como en una oración fúnebre conectada con su visión de un más allá de la tribulación y la muerte, en tiempos de disolución.

Por otro lado, sus lecturas manifiestan una aproximación sensible y vivencial al lenguaje, forma y contenido de las obras escogidas, relativas a inquietudes fundamentales, y como parte de sus investigaciones para sus creaciones coreográficas.

Entre tales lecturas, destacan varios poetas; estudiosos de la tradición circense; historiadores de la antigua cultura mapuche; cronistas del Nuevo Mundo; estudiosos del mito, los arquetipos y el inconsciente profundo; escritores de la Antigüedad clásica. Por sólo mencionar algunos autores y obras: Ernst Jünger, Oscar Fonck Sieveking, que despertó tempranamente su interés por los mundos antiguos; C. G. Jung, Walter Otto, Plutarco; poemas de Leonel Lienlaf, Elicura Chihuailaf, Alejandro Jodorowsky y Miguel Serrano.

Desde su libertad de espíritu, Ítalo comparte generosamente su interés por estos autores y obras. A veces, basta un solo verso o una breve cita, de algún estudio o narración, para activar su imaginación creadora, con inteligencia, sensibilidad y finura.

Según él, sus Diarios pueden comenzar a ser leídos en cualquiera de sus entradas. Es como si comunicase las huellas de un misterio de su propio espíritu, en proceso de autoconocimiento, con sencillez y naturalidad, potenciando así su irradiación sustancial.

Asimismo, es un gran observador de la condición humana, abierto a su comprensión, a partir de los comportamientos, los gestos, las actitudes, los movimientos, la expresión y el lenguaje corporal, no pocas veces difíciles de percibir y descifrar.

Ítalo expone una concepción espiritual de la danza y su interpretación, cuya materia primordial es la música: la obra está ya contenida en ella, como una semilla, en un nivel incorpóreo y abstracto. Y, a través de la interpretación, adquiere cuerpo en la danza y su puesta en escena, “floreciendo cada vez que se realiza”.

Esta música hecha cuerpo expresa tres aspectos que configuran su trabajo creativo: poesía, danza y mito. Dicha estructura hace posible que en cada elemento se abran “a la vez otros lenguajes que conforman el misterio de la danza”.

Así, su aspecto mítico y poético revela su carácter iniciático, con vistas a un proceso de transformación. Por eso, la danza de Ítalo es un símbolo, una ofrenda, una manera de integrar dicho proceso en el ámbito de la vida individual y consciente. No se trata de una estética autorreferente, limitada a las relaciones del lenguaje consigo mismo, sino de una síntesis entre música, danza e interpretación, en tanto “forma de antiguo culto”.

Tal esfuerzo espiritual y cultural contrasta con el avance de la peste, en 2020 y 2021. Ítalo se refiere ampliamente a sus estragos en las artes escénicas, donde el contacto con el espectador y su energía son parte estructural de sus creaciones: miedo, aumento creciente de los contagios, confinamiento, ruina económica, muerte de amigos y apreciados artistas.

En suma, Ítalo desarrolló, desde temprano, una espiritualidad, una visión de mundo, y una concepción ritual y religiosa de la danza, a partir de necesidades brotadas de su interioridad: búsqueda de autoconocimiento, de lucidez acerca de sí mismo, de sus procesos, y de los fenómenos de la realidad, atendiendo a lo esencial, tanto en la naturaleza viva como en la condición humana.

Diarios de un bailarín, que se extiende entre 2008 y 2022, es, además, el testimonio de un artista en medio de una época crítica, de confusión y decadencia en Chile. Marcada, primero, por una voluntad de envilecimiento y disolución, largamente incubada. Segundo, por catástrofes inenarrables: el cataclismo de 2010, los megaincendios de 2014 y 2017. Y, tercero, por la asonada de octubre de 2019, seguida de la peste coronada.

No obstante, este trabajo también testimonia una voluntad de búsqueda y un arduo esfuerzo de su autor por permanecer fiel a sí mismo: a su espíritu y sus valores, a la esencia de su arte, y al misterio divino de toda elevación y transformación fundamental, que ha sido la impronta y el horizonte sapiencial de su danza, entroncada con su vida.

Extracto de la presentación realizada en el Centro GAM, Santiago, el 13 de diciembre de 2024.

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