Este día tiene distintos significados y es conmemorado desde diferentes veredas. Algunas abrazan causas como los derechos reproductivos, otras contra la violencia de género, muchas por las brechas salariales, algunas por una ley de cuotas o derechos de la comunidad LGBT+, entre las innumerables banderas que aún deben levantarse para visibilizar temas que, en general, son transparentes para la sociedad.
En este variopinto mundo de necesidades, desde hace más de una década me encuentro en la demanda de un cambio cultural que logre destrabar la participación laboral femenina (PLF) en Chile, es decir, el necesario aumento de la productividad de mi género.
El efecto de la PLF en el crecimiento económico y, por ende, en dimensiones como el índice de pobreza son impactantes. La literatura es rica en este ámbito. En un mundo donde Naciones Unidas habla de que la pobreza tiene rostro de mujer, investigaciones como la de Islam (2006) nos muestran el camino de las políticas públicas que debemos seguir: El empleo es la clave para aumentar el crecimiento económico de los sectores más vulnerables. Y aquí es donde cae el balde de agua fría: Chile, país con el mejor ranking de competitividad latinoamericano (IMD World, 2022) tiene una tasa de PLF de 51%, mientras que Uruguay llega al 56%, Perú a 65% y Bolivia al 71%. Y al observar el mundo desarrollado, Suecia, Suiza, Singapur, Canadá, Países Bajos y Nueva Zelanda superan el 61% de participación laboral femenina.
Si el resto de Latinoamérica tiene aún más problemas de acceso a salas cunas, niveles educacionales más bajos, número de personas mayores en el hogar similares, ¿por qué las chilenas deciden en una proporción significativamente mayor, quedarse en el hogar con un trabajo no remunerado?
En este 8M, Rodrigo Vergara y Sylvia Eyzaguirre publicarán el libro “Disparidad bajo la Lupa. Una radiografía de las brechas de género en Chile”. Este lunes 6 de marzo, en un programa radial, ambos autores comentaron algunos de sus hallazgos. Uno de ellos, es el que encontramos en investigaciones académicas desde hace más de dos décadas: una sombra inexplicable que impide un incremento sostenido e importante en la PLF en nuestro país.
Los autores indican que en Chile más de la mitad de los hombres y mujeres de todas las clases sociales piensan que los niños sufren algún daño si su madre trabaja o que la familia se ve perjudicada si la madre trabaja fuera del hogar. ¿Cómo llegaremos a los más altos directorios si decidimos quedarnos en casa por años con el fin de cuidar a nuestros hijos? ¿Cómo vamos a poder competir de igual a igual con los hombres si tenemos la creencia –por ende, la culpa– de que nuestros hijos son afectados negativamente porque trabajamos fuera de casa?
En este punto, salen soluciones que atacan el resultado, pero no las causas. La propuesta de ley de cuotas podría aumentar el ranking de Chile en mujeres en puestos directivos (11% nacional versus un promedio de 14% en América Latina) y mejorar estéticamente las cosas. Sin embargo, no ayuda de forma estadísticamente significativa a incrementar la PLF y consecuentemente, a empoderar a nuestras mujeres.
Quizá un buen comienzo es eliminar baches normativos que entorpecen la oferta de empleo femenino. Por ejemplo, el artículo 203 del Código del Trabajo plasma los roles de género de forma brutal, toda vez que en una sociedad igualitaria en derechos y deberes parentales, el beneficio de sala cuna no debiese estar condicionado al género del trabajador.
Con todo, el objetivo de esta bandera radica en la profunda convicción de que mejorar nuestra productividad y relevancia en el PIB es –en mi opinión– una de las formas más eficientes, eficaces y sostenibles de disminuir las brechas salariales, aumentar nuestro peso en cargos de relevancia y, por qué no, de alcanzar mayores niveles de desarrollo humano.
Ahora, ¿cómo hacernos cargo de esta mochila cultural? ¿Cómo acelerar el cambio cultural? Quizá este 8M es un buen día para reflexionar sobre esto.
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