La gran pregunta es si Vargas Llosa fue, como lo creen muchos, un fanático. Un fanático de la izquierda, cuando decía que el artista necesariamente debía ser un aguafiestas de la sociedad en que vivía, o un fanático del liberalismo, cosa ya más difícil de concebir desde el momento en que ser liberal necesariamente implica estar abierto a la duda, a la tolerancia y al escepticismo.
La respuesta, en cualquier caso, requiere dos respuestas. Como intelectual público, como ensayista, Vargas Llosa era posiblemente lo menos fanático que quepa imaginar. Nadie más racional, moderado y comedido que él. Pero sería miope negar que como novelista, como autor de ficciones, Vargas Llosa tenía una clara predilección por los personajes desequilibrados y extremos, por sujetos intensos o radicalizados.
Es cosa de revisar su producción. El Jaguar, de La ciudad y los perros, chico duro donde lo haya, que logra imponer la ley del silencio tras la delación y muerte de uno de sus compañeros; el corrupto Cayo Bermúdez, alto funcionario del régimen de Odria en Conversación en La Catedral, cuya función consiste en chantajear, sobornar, matar a los opositores y complacer a los aliados del régimen y en un cuyo código moral lo único que es capaz de respetar es el vicio; el predicador Antonio Conselheiro, que encabeza en términos intransables la rebelión cristera del campesinado contra la república en La guerra del fin del mundo; el mismo Mayta, el trostkista maximalista que intenta iniciar una revolución, en ese libro que apareció en los mismos momentos en que se intensificaba la lucha armada de Sendero Luminoso; la Flora Tristan de El paraíso en la otra esquina, abuela díscola, dura y feminista de Gaugin; en fin, el obsesivo irlandés de El sueño del celta, que investiga el horror de la administración del rey belga sobre sus explotaciones en el Congo y también los abusos que fueron el pan de cada día en la industria del caucho en el Perú.
Vaya fascinación la suya por personajes extremos. En cierto modo, si no son fanáticos, se parecen. Lo cual a su vez plantea otras dudas: ¿puede haber épica, puede haber cabida para el comportamiento heroico en el credo liberal, cuando de suyo el liberalismo pareciera ser siempre moderado y aburrido?
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