La reciente definición de las primarias del oficialismo marca el inicio de una etapa más concreta en el proceso electoral hacia las presidenciales de noviembre. Aunque los programas de gobierno aún no se han publicado, el tono de campaña, las declaraciones de los candidatos y sus trayectorias permiten anticipar los ejes que cada uno buscará priorizar.
En este contexto, surge una pregunta necesaria: ¿cómo votamos en un país con tantas demandas simultáneas?, ¿qué criterio usamos al tomar una decisión electoral, cuando las propuestas abordan desde crecimiento económico hasta salud, desde seguridad hasta inclusión? Una posible respuesta está en el significado mismo de la palabra prioridad.
¿Cómo priorizamos?
El término priorizar proviene del latín prioritas, derivado de prior, que significa “el primero entre dos”. El sufijo –idad indica una cualidad o condición: en este caso, la cualidad de ser lo primero. Por su origen, la palabra prioridad no debería admitir plural. En rigor, no puede haber múltiples prioridades simultáneamente; debe existir una que se ubique en el primer lugar. Esa definición es especialmente relevante al momento de elegir.
Las elecciones presidenciales tienden a presentarse como un balance entre múltiples temas. Sin embargo, lo que realmente define una candidatura no es el conjunto de promesas, sino qué decide poner al centro. Y lo mismo ocurre con el votante: más allá de evaluar todo un programa, lo que suele mover una decisión es qué asunto se percibe como más importante, urgente e ineludible.
Según la última Encuesta CEP, el tema que los chilenos consideran más importante para que el gobierno enfrente es la delincuencia. Le siguen salud, educación, pensiones, narcotráfico y corrupción, seguido más abajo por violencia. En comparación con la medición de agosto de 2021, previo a las anteriores elecciones presidenciales, las preocupaciones eran similares, pero con un cambio significativo: hoy narcotráfico y corrupción han desplazado a sueldos y pobreza, mientras inmigración ocupaba el penúltimo lugar, hoy séptimo.
También en el plano institucional se observan cambios: en 2021, un 61% prefería la democracia frente a cualquier otro régimen, hoy esa cifra ha caído a un 44%. Es decir, en cuatro años se ha producido un desplazamiento claro de las preocupaciones ciudadanas, desde temas sociales y estructurales hacia asuntos asociados a la seguridad y la estabilidad.
El antivoto como herramienta de decisión
Pero más allá de los temas que surgen, la forma en que los ciudadanos enfrentan el acto de votar también ha cambiado. En un contexto de desconfianza y fragmentación política, muchas decisiones ya no se definen únicamente por afinidad o identificación programática. Aquí es donde emerge el fenómeno del antivoto.
Según la última medición de Cadem, los niveles de rechazo hacia distintas figuras políticas superan ampliamente a sus niveles de apoyo. Franco Parisi tiene un 69% de imagen negativa, Johannes Kaiser un 61% y Marco Enríquez-Ominami un 57%. Incluso figuras mejor evaluadas, como José Antonio Kast (55%) y Carolina Tohá (55%) tienen balances negativos. Solo Evelyn Matthei presenta una imagen favorable en el neto, con 51% de imagen positiva y 44% negativa.
Estas cifras permiten observar el antivoto con mayor claridad: la decisión electoral muchas veces se construye más por descarte que por adhesión, condicionando el tipo de campaña que se desarrolla y reforzando la fragmentación del escenario político. En algunos casos, el antivoto incluso supera a la afinidad, forzando a optar estratégica y lamentablemente por “el menos malo”.
En ese escenario, la idea de prioridad puede ofrecer una salida más clara: reenfocar el voto no en lo que se quiere evitar, sino en lo que se quiere afirmar. No votar desde el rechazo, sino desde la total convicción de cuál es el tema que merece ir primero.
Priorizar para decidir
En un contexto con candidatos de perfiles muy distintos, el acto de priorizar cobra aún más importancia. No porque sea una solución al antivoto, sino porque permite enfocar el análisis electoral desde lo esencial. El votante no tiene por qué coincidir con un programa en su totalidad, pero sí puede identificar qué tema considera más crítico, y evaluar a los candidatos según la solidez, factibilidad y por sobre todo coherencia de sus propuestas en ese ámbito.
Desde luego, priorizar no significa descartar los demás temas. Pero sí implica aceptar que toda política pública parte desde un eje. No todo puede hacerse al mismo tiempo, y un buen programa debe ordenar sus acciones en función de objetivos.
Las primarias y la primera vuelta serán momentos clave para que ese ejercicio se vuelva explícito. Los candidatos competirán por mostrar consistencia entre su trayectoria y su enfoque actual. Y los votantes deberán identificar cuál es la propuesta que mejor interpreta lo que consideran prioritario.
En lugar de evaluar cuántas promesas puede cumplir un candidato, tal vez conviene preguntarse: ¿qué pone primero?, ¿qué está en el centro de su mensaje?, ¿qué reconoce como lo más urgente? y ¿qué está dispuesto a empujar, incluso si eso implica postergar otros temas?
El ejercicio de priorizar: un llamado a la reflexión
Las elecciones presidenciales son una oportunidad única para reflexionar sobre lo que realmente nos importa como sociedad. En un escenario político donde la polarización es cada vez más evidente, puede ser tentador perderse en la cantidad de promesas y prejuicios.
Sin embargo, el ejercicio de priorizar -entendido no como simplificación, sino como orden- es lo que permite tomar decisiones claras y con propósito. Definir lo que es primero no solo es un acto de elección, es también un acto de responsabilidad hacia el país que queremos construir.
El llamado aquí es simple: reflexionemos sobre lo que es realmente importante. Después de todo, no siempre podemos hacer todo, pero sí podemos decidir qué es lo que debemos hacer primero.
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