Aunque es un documental que ya tiene doce años, The Gatekeepers, del director israelí Dror Moreh, mantiene toda su frescura a la hora de entregar las claves para entender el origen de la guerra que el Estado de Israel mantiene en Gaza contra el Movimiento de Resistencia Islámica, más conocido como Hamás.
También sirve para asimilar las complejas fracturas internas que el país arrastra desde hace medio siglo, cuando ganó la Guerra de los Seis Días, en 1967, a una coalición de naciones árabes. La captura de la Ciudad Vieja de Jerusalén (“Nunca entregaremos Jerusalén”, advirtió el entonces ministro de Defensa, Moshé Dayán) y la ocupación de Cisjordania y Gaza, en un desconocimiento total de los límites del armisticio de 1949, dejaron a un millón de palestinos bajo mando israelí.
La materia prima del film son los reveladores, críticos y sorprendentes testimonios de los entrevistados. Moreh entrevista a seis ex directores del Shin Bet, la agencia de inteligencia encargada de defender a Israel contra el terrorismo. Desde la guerra del 67, el Shin Bet ha estado en la primera línea de las operaciones en los territorios ocupados y sus directores —los únicos miembros de la organización cuyas identidades son conocidas por la opinión pública— suelen formar parte del selecto grupo que asesora a los primeros ministros en todas las decisiones respecto a la seguridad nacional. Hasta este documental, nunca habían sido entrevistados sobre su trabajo.
El documental cuenta que los primeros agentes del Shin Bet fueron reclutados entre las tropas del 67. Aprendieron el árabe a la perfección y, con eso, se dedicaron a censar a la población palestina. Tocaban puertas, hacían preguntas. La utopía de un Estado propio ya estaba presente entre los refugiados. Sin embargo, la resistencia contra la ocupación pronto se volvió violenta y los soldados israelíes comenzaron a ser asesinados.
Acabar con la inseguridad le dio a la agencia su razón de ser. En esa época la inteligencia la proporcionaban los interrogatorios a los prisioneros y los agentes reclutados. Con los años, el Shin Bet sistematizó la información obtenida en cientos de miles de interrogatorios y se hizo una idea cabal, aldea tras aldea, camino tras camino, de todo el territorio ocupado. Así desplazó al Mossad como la agencia más importante del país y se volvió omnipotente.
El primer gran desacierto de la organización llegó en 1984 con el famoso incidente del autobús 300, secuestrado al sur de Tel Aviv. Los secuestradores fueron capturados vivos y después fueron ejecutados por agentes del Shin Bet. Fue un escándalo; casi cayó el primer ministro. Y resultó ser un aviso para el país: la agencia necesitaba operar, de algún modo, dentro de la legalidad. Los israelíes se dieron cuenta de que el país comenzaba a derrapar en aceitosos dilemas morales. El entonces director del Shin Bet, Avraham Shalom, el hombre que dio la orden de ejecutar a los secuestradores, lo resume así: “Con el terrorismo no hay moral… Cuando se trata de una bomba de una tonelada, olvídate del dilema moral”.
El Shin Bet vivió la peor crisis de su historia tres años después, cuando en diciembre de 1987, los palestinos se levantaron contra los ocupantes e intentaron echarlos con una revolución: la Primera Intifada. En este punto, los entrevistados hacen reflexiones agudas, demostrando, de paso, que no son burócratas elegidos a dedazo, sino cerebros brillantes.
El asunto es que, aunque no tiene lógica que el Shin Bet no haya previsto una insurrección de esta magnitud, es cierto, como señalan, que ningún servicio de inteligencia puede anticiparse a los terremotos históricos. ¿Qué organismo, por ejemplo, previó la caída del Muro de Berlín? Ami Ayalon, que lideró el Shin Bet entre 1996 y el 2000, apunta a la clase política: ellos eran los encargados de alcanzar un acuerdo de paz con los palestinos y terminar con la ocupación. Según él, no existían políticos que creyeran en eso. Todos los gobiernos consintieron los asentamientos ilegales de los colonos.
El viento cambió, muestra el documental, en 1992, durante el segundo mandato de Isaac Rabin. Rabin prometió transferir los territorios ocupados a la Autoridad Palestina y, a cambio, la Organización de Liberación Palestina y Fatah, su brazo armado, se comprometieron a renunciar a la violencia como medio legítimo para alcanzar su independencia. Los Acuerdos de Oslo, en 1993, respaldados en Washington por Bill Clinton, marcaron el momento en que la paz estuvo al alcance de un apretón de manos.
Sin embargo, el vacío dejado por Fatah fue llenado por Hamás. El 20 de octubre de 1994, a las 9 de la mañana, un atentado suicida en un bus en Tel Aviv dejó 23 muertos y 50 heridos. Fue el primero de una lista demasiado larga. El Shin Bet vivió aquellos acontecimientos como otro fracaso. Ubicó, persiguió y detuvo a los escuadrones suicidas. Según los ex directores, en los interrogatorios los agentes se vieron en la necesidad de usar “presiones físicas” para obtener información y evitar más muertes israelíes.
Los entrevistados sostienen que cuando los ataques suicidas se incrementaron, la derecha y los extremistas israelíes —que también cargaban con un prontuario de violencia política que el Shin Bet debió desactivar— se tomaron las calles del país para boicotear los acuerdos. La oposición más dura provino de los movimientos religiosos, cuyos líderes fijaron un objetivo: Isaac Rabin. Era lo que Hamás buscaba. La noche del 4 noviembre de 1995, un joven extremista israelí llamado Yigal Amir disparó tres veces sobre el primer ministro. ¿Puede un solo hombre cambiar el curso de la historia? Isaac Rabin y la esperanza de los acuerdos murieron al mismo tiempo. En la política israelí, no tardaría en emerger el incandescente fuego de Benjamin Netanyahu. Bajo la superficie, el Shin Bet se lanzaría a cazar a los líderes de Hamás.
The Gatekeepers
2012
Dirigido por Dror Moreh
95 minutos
Disponible en YouTube
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