¿Será el ascenso de Johannes Kaiser un epifenómeno del verano? ¿Una simple moda pasajera? Lo cierto es que hay buenas razones para pensar que sus crecientes niveles de adhesión en las encuestas no son una cuestión azarosa. Prácticamente todos los estudios de opinión lo muestran conectando con un sentimiento de frustración, hastío y rabia con la clase política en su conjunto.
A la par, la ciudadanía comienza a valorar atributos asociados a ciertos rasgos de su personalidad: franqueza y firmeza. En síntesis, podrá gustar más o menos, pero lo cierto es que sus bonos van al alza.
Ante este cuadro, no faltará el estratega que recomiende activar una campaña de desprestigio en contra de sus electores. Tildándolos, como se ha hecho en otras ocasiones, de ultraderechistas, de representar un inminente riesgo para la democracia, de “fachos pobres”, losers, perdedores del sistema, misóginos o incels (expresión en inglés para hacer referencia a una especie de celibato involuntario).
Pero matices más, matices menos, lo que muestra la experiencia de Estados Unidos con Trump, de Argentina con Milei e incluso de Bolsonaro en Brasil, es que mientras más se desacredite y caricaturice a estos electores, más crece el fervor hacia este tipo de liderazgos.
Además, la demonización de sus votantes omite algo fundamental: no se trata de un grupo homogéneo ni necesariamente sobre ideologizado. Muchos de ellos no son fanáticos de la “ultraderecha”, sino personas comunes y corrientes que sienten que la política tradicional los ha dejado atrás, ensimismada en debates estériles y lejanos a sus reales prioridades. Por eso, la opción disruptiva resulta especialmente tentadora.
Un punto central para dilucidar esta misteriosa conexión entre estos electores y liderazgos carismáticos como el de Kaiser, pasa por la existencia de una profunda sed de rebelión contra el tutelaje de las élites, las que parecen incapaces de comprender las frustraciones y aflicciones que generan -entre otros temas- la inmigración descontrolada, la falta de oportunidades económicas y la creciente inseguridad que se toma barrios y villas en los que estos electores habitan. Los votantes llegan a interesarse en candidatos como Kaiser porque hay condiciones que posibilitan que su propuesta estridente tenga sentido.
De ahí que, la estrategia del establishment de menospreciar a estos votantes no solo es contraproducente, sino que, refuerza la narrativa del outsider. La descalificación de sus seguidores no solo no logra disuadirlos, sino que los reafirma en su convicción de que hay una élite que no solo los desprecia, sino que además busca silenciarlos. Con un previsible resultado: alzar aún más la voz, especialmente en las redes sociales, que es el medio específico de este tipo de candidaturas. Así, por cada intento de “cancelación” o ridiculización formulado a través de los medios tradicionales, se producen miles de interacciones digitales que proyectan y entronizan la figura del caudillo.
Johannes Kaiser sabe mejor que nadie que primero te ignoran, luego se burlan y después te atacan. ¿El resultado? Ser protagonista del debate, para así continuar generando adhesión.
Por tanto, la paradoja es que, en el afán de evitar que figuras como Kaiser crezcan, sus detractores terminan nutriendo su ascenso. La indignación moral y el escarnio público han dejado de ser un freno eficaz para estas candidaturas; por el contrario, se han convertido en una plataforma de validación para quienes ven en estos liderazgos una única voz parar desafiar al poder establecido.
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